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Filosofía desde la trinchera

El proyecto ilustrado no está finiquitado. Eso no es cierto. La ilustración se ha pervertido en muchos casos. Siempre que se ha absolutizado a la razón. O siempre que se negó la razón con discurso oscurantistas. Los nacionalismos fueron uno de ellos, todavía los padecemos. Las utopías políticas fueron el caso de lo primero y causaron millones de muertos. Hoy estamos asistiendo a una mezcla de utopía política: las democracias neoliberales con su fin de la historia y el pensamiento único, por un lado, y, por otro, un discurso oscurantista: la religión de la tecnociencia unida a los pseudovalores del progreso, el hedonismo egoísta, el hiperconsumismo, la hipercomunicación sin conocimiento y todo lo demás. Podemos regresar a un estado de barbarie. La historia no es lineal, ni tiene sentido. Éste lo aporta el hombre. Yo considero, y no son pocos los datos que lo corroboran, que estamos asistiendo al inicio de un nuevo fascismo, con cara económica y política. Pero, para ello, primero ha habido que domesticar al hombre-ciudadano. Se le ha convertido en mera mercancía, se le ha despersonalizado, ha perdido su dignidad. Si no recuperamos el sentido de la dignidad humana nos dirigimos a la barbarie fascista. Al exterminio y a la eliminación del hombre por el hombre. Estamos en la antesala porque está ocurriendo. Asistimos a una crisis profunda, una crisis filosófica. Esto es, la cosmovisión (filosofía)  que dirige la acción política y el pensamiento (opinión y creencia) de los ciudadanos es un engaño. Lo que a mí me gusta llamar el gran engaño de occidente. Mientras se nos hace pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles, estamos consintiendo la barbarie o tecnobarbarie. La educación y la cultura, que son instrumentos del cambio y la revolución, están en manos del poder político con su ideología neoliberal y del capital. Tanto la cultura como la educación están realizando el papel contrario, sirven como formas perfectas de domesticación, son retórica o demagogia que revierten en el bien del poderoso y fomentan los valores del individualismo, el consumismo, la juventud, el éxito, lo vulgar, la competencia. Todo en pro de una supuesta adaptabilidad a una supuesta sociedad cambiante que dícese del conocimiento, pero que es de la desinformación y manipulación. El mal radical y la barbarie son siempre un precipicio sobre el que la humanidad se puede precipitar, y en muchas ocasiones lo ha hecho. En este momento estamos todavía en una situación de posible retorno. El problema es igual que antes de la segunda guerra mundial, sólo en este aspecto que señalo ahora, la indiferencia o el consentimiento de los ciudadanos. Fueron participes por su inacción de la barbarie. Igual que la resistencia, junto con otros factores, hicieron posible la salida del precipicio. El problema es que hemos dejado de ser ciudadanos y lo asumimos consentidamente o como mal menor. Renunciamos a nuestra dignidad porque nos tienen domesticados. Frente a la tiranía es legítimo la desobediencia civil. Si los individuos no retoman su papel de ciudadanos no seremos más que títeres…pero lo han hecho muy bien para llegar a aceptar ser tales. Sólo un cambio brusco hacia peor, una agudización radical de la crisis, podría despertar la conciencia ciudadana. Durante los últimos cuarenta años hemos ido perdiendo nuestros derechos y lo hemos aceptado porque todo ha ido poco a poco, pero un cambio brusco puede ser el detonante de la emergencia de la conciencia ciudadana. Existen discursos sociales válidos y están anclados en los valores ilustrados y esto es lo que hay que recuperar.

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