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Filosofía desde la trinchera

Más sobre inteligencia emocional, felicidad y libertad.

 

            Lo de la inteligencia emocional y su aplicación a la enseñanza me parece, a pesar de su base en las neurociencias y de su verdad, mera ideología. No se trata de negar la inteligencia emocional, eso es erróneo. El hombre, en tanto que ser social, se desarrolla emocionalmente en relación con los demás. Y es importantísima la infancia para ello. El problema es que lo que se persigue, desde la política educativa, meramente ideológica, que aquí ha encontrado un filón, es el adoctrinamiento. Se me parece mucho esto a lo de “Un mundo” feliz de Huxley. De lo que se trata es de tener adormecido y feliz a la ciudadanía. Es la manera de ejercer el control. Todo aquel que no se adapta al modelo Standard es que tiene un problema de inteligencia emocional y ahí tiene que intervenir el orientador, psicopedagogo, cual ingeniero, para enmendar el desastre y devolver el rostro de felicidad atontada al infante. No es que yo piense que el niño no deba ser feliz, cuanto más mejor. Cuanto más alegre, mejor. Pero la idiosincrasia de cada cual es inalienable. Tampoco, por mucho que hagamos, el infante estará exento de frustraciones, de éstas se aprende y son inevitables, tanto en la infancia como en la vida adulta. Las frustraciones nos ayudan a conocernos, a saber cuál es nuestro lugar y cuáles son nuestros límites y cómo tenemos que convivir con ellos. Es lo que decía Ortega, yo soy yo y mis circunstancias, si no salvo a éstas, no me salvo yo. Salvar mis circunstancias, esto es, todo aquello que me determina y condiciona, es un ejercicio de libertad. Ser yo es ser dueño de mis circunstancias, ser capaz de trascenderlas en la medida que las conoces y actúas desde ellas. La adaptación a las circunstancias es desconocimiento de las mismas y esclavitud. No se trata de crear mentes sumisas sino autoconscientes y liberadas. El ideal del sabio es el conócete a ti mismo. En el conocimiento de uno mismo está nuestra liberación. Pero ese conocimiento puede acarrearnos infelicidad y frustración. Nadie ha dicho que el camino del conocimiento, la virtud y la libertad, todos ellos vinculados causalmente, sea fácil; ya el viejo mito de la caverna platónica nos avisaba del peligro de la ascensión por la pared de la misma, que simbolizaba el conocimiento. Y también nos advertía del peligro que corre el sabio cuando vuelve a la caverna y les cuenta a los esclavos que viven en las apariencias, el engaño y la autocomplacencia.

 

            Me parece que la utilización política de la inteligencia emocional va en la dirección de la distopía de Husxley, lo que se pretende es proporcionar el soma que atonta y adormece plácidamente a los súbditos. Éste no es un mundo feliz, es un mundo esclavo. Hay que hacer notar aquí, que en la distopía de Huxley, se utiliza la ciencia, biología, para fabricar a los clones, concepto importante. De lo que se trata es de crear seres absolutamente iguales. Y, por otro lado, la psicología, como método de adoctrinamiento de la conciencia por medio del control de los estímulos. La propuesta política actual, basada en la teoría de la inteligencia emocional, concepto que en teoría es admisible y sobre el que la investigación en las neurociencias está abierta, no varía mucho de la novela que comentamos. De lo que se trata es, en nombre de la felicidad, de perseguir la clonación de la psique de los niños. Crear individuos exactamente iguales, predecibles y repetibles. Anular toda particularidad como si fuese un defecto o una enfermedad social. Esto es un atentado contra la persona. De lo que se trata es de educar en la persona. Ello quiere decir, educar en la diferencia, la particularidad, la libertad. La persona es tal porque es irrepetible, porque es un fin en sí mismo, no un medio. La psicopedagogía instrumentaliza al hombre y lo convierte en un medio. Anula su dignidad. El fin está claro. Lo que le interesa a las diversas formas de poder es el control. Y para ello lo que quieren son individuos, no personas, maleables. De ahí su concepto de adaptación. Lo que importa es la sociedad cambiante. El individuo no tiene identidad, tiene que adaptarse al cambio. Se hipostasía (se convierte en cosa autónoma) el cambio social y se aliena al hombre. El cambio social, por el contrario, no es una sustancia, es resultado de la acción humana. Si lo convertimos en sustancia independiente de la praxis humana, estamos aniquilando la libertad del hombre. Por el contrario, el objetivo de la educación, no debe venir marcado por la psicología, que convierte al hombre en un objeto, sino por la ética, que es la que aporta la dignidad humana. Nuestra historia desde los griegos para acá, es la historia de un gran proyecto ético. Cuyo progreso nunca está garantizado, es siempre contingente. Este progreso, que no es automático, sino que depende de la voluntad humana, pretende sacar al hombre de la coseidad, la esclavitud, la opresión y la alienación, y otorgarle dignidad. Pero ese proceso ético no está marcado por la adaptabilidad, sino por la lucha contra la opresión, contra los pensamientos totalitarios, contra las ideologías enmascaradoras, como la que subyace a las teorías pedagógicas actuales, contra la religión en tanto que mito. El proyecto ético de la humanidad es un proyecto en busca de la libertad. El primer ejemplo lo tenemos en la figura de Sócrates. Habría que releer el “Critón o el deber del ciudadano” y “La Apología de Sócrates”, para entender qué significa realmente educación y cual es su relación indisoluble, a menos que queramos eliminar a la persona, con la ética. Decía Sócrates que una vida sin análisis es una vida que no merece la pena de ser vivida. También, que es mejor padecer una injusticia que cometerla. Esto, por supuesto, es inadaptación, es virtud. El análisis de uno mismo es nuestro autoconocimiento que nos permite el dominio racional de las pasiones, no la extirpación de las mismas. Sin pasión no hay ni vida, ni conocimiento. Sin pasión ni emoción, tampoco existe vida social. Pero nuestro autoconocimiento produce la diferencia. Ser libre implica seguir nuestra propia ley, autodeterminarnos. Ejercer la libertad es ejercer el derecho a la disidencia, piedra angular de la democracia, como he defendido en otros lugares. Sin disidencia no hay diálogo, y sin éste, no hay democracia. Si uniformamos a la ciudadanía, nos quedamos sin ciudadanos y sólo nos quedan replicantes, clones, aparentemente felices o, mejor, satisfechos, pero esclavos preparados para la adaptación al sistema.

 

            El sabio sabe que el pensamiento es discrepancia. Que la virtud le enfrenta al vicio y a la comodidad de la cotidianidad. Todos los sabios han pretendido seguir la virtud, ejercicio de la libertad, pero ello les ha llevado a la confrontación con la sociedad, con el orden establecido. Pero lo que es curioso es que, precisamente estos sabios, empezando por Sócrates, ya mencionado, han unido la razón con las emociones y esa unión consistía en la búsqueda de la virtud y la excelencia. Uno de los sabios modernos más ejemplares fue Spinoza. Creo que los psicopedagogos deberían recuperar su figura. Además les recomiendo una obra, “Las emociones en Spinoza”, del neurofisiólogo de prestigio mundial, Antonio Damasio en la que se hace un estudio de la ética spinozista a la luz de la neurofisiología. Spinoza entendió muy bien que existe una relación entre la facultad de la razón y las emociones. La virtud procede de una idea adecuada de mis emociones, mientras el vicio procede de una idea inadecuada. Pero este conocimiento le lleva al sabio a la libertad, pero ésta choca contra lo políticamente establecido. No olvidemos que Spinoza fue perseguido por católicos, protestantes y judíos. Él no persiguió la felicidad, sino la virtud. Ni su objetivo fue la adaptación, sino la verdad. De actitudes como éstas está plagada la historia. Y son estas historias las que producen progreso ético-político. Lo que ocurre es que el caso de Spinoza es ejemplar, porque nos ofrece una ética, demostrada more geométrico, en la que se analizan todas las emociones y sentimientos humanos y se nos enseña cual es el camino a seguir del sabio cuando por medio de la razón consigue tener una idea adecuada de sus emociones y sentimientos. Lo de la adaptabilidad, que el discurso educativo políticamente correcto repite hasta la saciedad de forma cansina, no es más que el fruto de la ideología política. Hemos llegado al fin de la historia, no es posible pensar ni a ésta ni al orden social de otra forma. Es necesario un hombre nuevo. Por eso la obra que Fukuyama escribe después de “El fin de la historia” es “El nuevo hombre”. Un hombre construido para la adaptabilidad al modo de sociedad que tenemos, que según los ideólogos es la mejor y la última. La educación juega el papel, junto con los medios de comunicación de masas, de transmisión de esta ideología, de este pensamiento único totalizador. Como ciudadano, no puedo renunciar al derecho a la disidencia, como persona no puedo admitir ser cosificado y como filósofo, no me creo esa patraña del fin de la historia y el pensamiento único. Ya ha habido muchos mensajes de esos a lo largo de la historia. No quiero Mesías ni redentores. Quiero hombres. Y es la educación ilustrada, que se incardina en el gran proyecto ético de la humanidad, la que puede proporcionarlos.

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