La república filosófica
JUAN JOSÉ TAMAYO 16/01/2011
En un delicioso diálogo entre Borges y Ernesto Sábato, este pregunta qué opina de Dios. Borges: "¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología". Un siglo antes se le había adelantado Marx al afirmar que la religión es la realización fantástica de la esencia humana. Esa idea es la culminación de dos procesos que pone en marcha la modernidad en su crítica de la religión: la interpretación antropológica del cristianismo y la desmitificación de los textos del Nuevo Testamento.
Quien lleva a cabo la más radical lectura antropológica de los dogmas del cristianismo es el filósofo alemán Feuerbach en la más emblemática de las obras del ateísmo humanista del siglo XIX, La esencia del cristianismo, donde asevera que la religión es el sueño del espíritu humano, la esencia divina es la esencia humana, hablar de Dios es hablar del ser humano y el misterio de la teología es la antropología. El libro hizo furor entre los jóvenes hegelianos, hasta el punto de que uno de sus dirigentes, Arnold Ruge, resumió así la nueva situación político-cultural: "Dios, la religión y la inmortalidad quedan depuestos y se proclama la república filosófica".
Quienes llevan hasta sus últimas consecuencias el humanismo de Feuerbach son otros dos filósofos alemanes: Marx y Nietzsche. Para Marx, la lucha contra la religión es la lucha contra el otro mundo, del que la religión es el aroma espiritual. Una vez que ha desaparecido el más allá de verdad, la tarea intelectual consiste en averiguar la verdad del más acá. Ahora, la crítica del cielo se convierte en la crítica de la tierra, la crítica de la religión pasa a ser la crítica del derecho y la crítica de la teología se torna crítica de la política.
Nietzsche da un paso más. Una vez que Dios ha muerto y se ha demostrado vana la promesa de salvación en otro mundo después de la muerte, la única fidelidad a mantener es a la tierra y la respuesta a la pregunta por el sentido hay que buscarla en la historia: "¡Hermanos míos, permaneced fieles a la tierra!", es su exhortación compulsiva en Así hablaba Zaratustra.
El proceso de desmitificación del Nuevo Testamento tiene lugar en la Ilustración y llega a su zenit con la conferencia pronunciada por el teólogo Bultmann en 1941 sobre Nuevo Testamento y mitología, en la que propone un ambicioso programa cuya idea central es la existencia de una distancia abismal entre nuestra concepción del mundo, que es científica, y la que ofrece el Nuevo Testamento, que es mítica. Es esa imagen la que hay que desmitificar, cree Bultmann, para que emerja el mensaje central del Evangelio, que es palabra viva de salvación para la humanidad. Este programa, asumido por los teólogos cristianos en diálogo con la modernidad, toca de lleno la línea de flotación de los dogmas del cielo, el infierno y, por supuesto, el purgatorio, cuya existencia fue negada por Lutero por carecer de base bíblica. ¿En qué quedan, entonces, los premios que prometían y los castigos con que amenazaban los predicadores de los Novísimos en nuestra infancia nacional-católica? ¿En pura "creación de la literatura fantástica"?
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