Virtud y libertad. Aristóteles y Kant. Una nueva enseñanza.
Como ya he señalado en muchas ocasiones las teorías pedagógicas cometen errores de bulto fundamentalmente debidos a su afán de cientificismo y por su contaminación del pensamiento o ideología posmoderna. Creo que es necesario recordar a los clásicos para no perder el norte. Los tiempos modernos, que valoran la hipermodernidad como verdad absoluta, menosprecian el pasado e idolatran al presente y el porvenir. Son los nuevos dioses posmodernos, pues el hombre no vive sin mitos. Y el posmodernismo ha producido los suyos. Busca el paraíso en un eterno presente de autosatisfacción, indiferencia, disfrute hedonista egocéntrico y demás entelequias del individualismo antisolidario y, más aún, antihumano. Por eso es necesario recuperar el humanismo, porque éste piensa al hombre desde la categoría de lo universal. Como decía Terencio, no lo olvidemos, hombre soy y nada de lo humano me es ajeno. Esta universalidad es la que niega el posmodernismo desde su relativismo subjetivista que, paradójicamente, no salva al sujeto, sino que lo condena a la individualidad; es decir, a un paso de la instrumentalización objetiva. A medida que avanzamos en esta sociedad hipermoderna, hipercapistalista, hiperconsumista, hiperdesarrollada…, retrocedemos en humanidad. En realidad no existe ningún avance, salvo el que se dirige hacia la barbarie. Una barbarie fascista que se nos impone desde las reglas sacrosantas del mercado y desde una democracia tutelada económico-políticamente. Todo desde el mito del progreso. A la barbarie en nombre del progreso. Todo paso adelante en esta dirección es un paso atrás. Por esto, y mucho más que en otra ocasión contaré, es necesario recuperar a los clásicos y su saber. Y más sabiendo que el hombre es universal, tanto espacial como temporalmente. El olvido del pasado debido al fervor entusiasta del presente nos precipita en la ignorancia, en un infantilismo ingenuo, pero grotesco, porque el pasado está ahí, no lo podemos olvidar. Nos empeñamos en borrarlo creando una especie de nuevo pensamiento que no es más que ideología para el pueblo, alimento mediático para vaciar las conciencias y eliminar la acción. Alimento para entretener, mientras los privilegiados se reparten el mundo.
Hay dos grandes éticas en la historia de occidente, que se suelen presentar como contrapuestas, pero que no lo son tanto. Creo que las dos se pueden complementar y nos pueden aportar un poco de luz sobre los pilares ético-filosóficos de la educación. Estos discursos éticos son los de Aristóteles y Kant. Empecemos por el griego. Aristóteles es el primero que distingue la ética de la política. También, frente a Platón y Sócrates, considera que la ética no es un saber científico, si no un saber práctico. El saber sobre la acción humana y sus fines. Ya tenemos aquí una enseñanza fundamental. El discurso que versa sobre los actos humanos que tienen que ver con la ética y la política no es un saber necesario, científico, si no un saber práctico. Nota para los engreídos psicopedagogos, el padre de toda la ciencia antigua saca del saber científico, tanto a la ética como a la política, así como a la técnica y los saberes poéticos. El afán cientificista de los psicopedagogos ha convertido al hombre en objeto, instrumento; uno de los males de la pedagogía actual como ya hemos analizado en otro lugar, fundamentalmente en “La perversión de la razón ilustrada”. Ya Aristóteles sabía que cuando hablamos de la acción humana, hablábamos del ser posible. La acción humana se dirige a fines, a realizar su propia finalidad, que no es ni más ni menos que la felicidad y la justicia. Es importante señalar que, el viejo Platón consideró a la ética igual que la política, identificación de ambos discursos, pero, además defendió, lo que se ha dado en llamar el intelectualismo moral o platónico-socrático. Y éste viene a sostener que la virtud, objeto de la ética y la política, se aprenden, es decir, que no tienen que ver con la acción, sino con el conocimiento. Y al poderse aprender su ejercicio depende de su conocimiento. La virtud es una conquista intelectual. Éste argumento estuvo muy bien para intentar refutar al relativismo de los sofistas, similar al posmoderno, sólo que éste está amplificado por los medios de comunicación de masas. Pero venía con una carga del diablo. En definitiva una paradoja o un dilema para toda la humanidad. Y digo esto porque Platón, basándose en lo comentado anteriormente sumado a otras cosas más que no es el lugar aquí de comentar, llega a una concepción totalitaria del estado. Es decir, el gobierno debe ser, según Platón, para negar la validez de la democracia, el de los mejores, pero los mejores son los sabios. Los sofistas, ni siquiera saben que no saben, están instalados en sus discursos teóricos, el pueblo, es dúctil y se amolda al discurso demagógicos de los poderosos. Por eso la democracia es un gobierno injusto, porque es el gobierno de los ignorantes y demagogos, aquellos que siguen sus pasiones. El remedio es que el gobierno sea el de los sabios, los que conocen la virtud. De ahí que Platón considera que la virtud se puede aprender como aprendemos el teorema de Pitágoras. Pero si esto es así, se legitima el totalitarismo. Una sociedad comunitarista en la que el individuo se reduce a función del estado. Y la enseñanza está en manos de esos expertos que son los filósofos gobernantes. Les suena esto, ¿no? Es lo mismo, pero sin la profundidad platónica y las grandes verdades que nos encontramos en su obra, que ocurre ahora mismo con el poder de los tecnócratas, en nuestro caso, los psicopedagogos.
Pero volvamos a su discípulo Aristóteles. La ética se ocupa de la acción humana y la acción humana se dirige a la conquista de la felicidad. La felicidad, por su parte, consiste en la virtud. Pero ésta ya no se puede aprender, debe ser objeto de la praxis, es decir, de la práctica y el ejercicio. La virtud, decía el filósofo, es la elección del justo medido. Medio que se da entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto. Los vicios son las pasiones que zarandean al alma, que la dirigen de un lado a otro arbitrariamente. Cada cual, como por supuesto, no somos iguales, tiene ciertas tendencias, ciertos vicios particulares. El vicio, al ser una pasión, nos dirige. Si actuamos conforme al vicio, que es nuestra naturaleza, a mi me gusta decir que es la entropía del alma, entonces somos esclavos. El cobarde es esclavo del miedo, el temerario es esclavo de su inconciencia. La virtud del justo medio, el valor, la valentía, es ser capaz de elegir entre estas dos pasiones que arrastran al alma. Pero si el alma se ve arrastrada, o bien por la temeridad, o bien, por la cobardía, el intelecto, la parte racional del alma, la voluntad, aquello que los cientificistas perdieron porque es un inobservable, tiene que esforzarse por resistirse a esa pasión. Lo fácil es dejarse llevar por el miedo y quedar paralizado por la inacción, lo difícil es actuar. Ser valientes. La valentía no elimina el miedo, lo domina, que no es poco. El valiente, el héroe, no es inmune al miedo, es más fuerte que su propio miedo. Está por encima de él. Por eso la virtud en latín es fuerza. Para alcanzar la virtud se requiere fuerza, un ejercicio continuado, un esfuerzo. La conquista de la virtud es similar a la práctica deportiva, no se consigue de buenas a primera, no es ningún don, no se produce por motivación, ni jugando. Sino echando toda la leña en el asador. Es decir, en nuestra vida. Nunca seremos valientes si no nos ejercitamos en ello. Pero, nótese también, que la virtud en griego es excelencia. El que consigue un comportamiento virtuoso está por encima de la mediocridad, de todos aquellos que se someten al vicio, a la entropía del alma. Pero, si el vicio esclaviza, la virtud libera. Esto nos lleva a una idea muy interesante. La virtud es el camino hacia la libertad. La libertad no consiste en hacer lo que me de la gana, eso es el capricho; es decir, estar sujeto a las pasiones, esclavitud. La virtud al dominar las pasiones me libera del vicio y, redundantemente, me hace libre. Mi libertad es el dominio de la pasión, el sobreponerme por encima de mi mismo, de mi tendencia al desorden. Pero, claro, para ello, necesito del esfuerzo, de la práctica continuada. Hasta que esta práctica se convierta en una costumbre un hábito. Entonces seré plenamente virtuoso y viviré instalado en la libertad. Si nos damos cuenta, éste es un discurso absolutamente contrario al que mantiene la pedagogía actual con su teoría de la motivación y el juego, con la teoría constructivista y, la última moda, la inteligencia afectiva. Todo esto no son más que cortinas de humo que lo que intentan ocultar es una perpetuación de un poder absoluto y omnimodo sobre los ciudadanos. Si los ciudadanos no conquistan su libertad, son perfectamente domesticables, por eso el posmodernismo, y la ideología política que lo apoya, son profundamente contrailustrados, en definitiva, un fascismo. Lo que pretenden es anular a la persona y convertirla en objeto, instrumentalizarlo. Pero un objeto sumamente maleable, indiferente e inconsciente y exento de voluntad, profundamente adaptable, de esta manera será perfectamente domesticable. La enseñanza, junto con los medios de desinformación y reconstrucción de la persona, son los vehículos que nos llevan hacia este nuevo fascismo que ya asoma peligrosamente sus colmillos. El neolenguaje que han creado, y el pensamiento aparejado a él, están haciendo casi imposible la crítica. Eliminan la posibilidad de la disidencia. Y no hay democracia, libertad ni dignidad sin la posibilidad de la disidencia.
Volviendo a Aristóteles lo que habíamos visto es que la conquista de la virtud necesita de la voluntad y el esfuerzo y que esto me lleva a la libertad. Esto último lo he añadido yo. En los clásicos no existía este discurso sobre la libertad, pero está hay, sin ser nombrado. Pero es que, además, es lo que me sirve de puente de unión del pensador antiguo con el ilustrado Kant. La ética kantiana es una ética del deber. No es una ética material como es el caso de la aristotélica. No tiene contenido. La acción debe dirigirse al cumplimiento del deber. Y el deber es cumplir con la máxima moral universal, lo que se llama técnicamente el imperativo categórico. Expongo aquí dos formulaciones. 1. obra siempre de tal forma que tu máxima moral pueda convertirse en principio de acción de cualquiera. No se nos dice lo que debemos hacer, sino que aquello que debemos hacer, lo haría cualquier otro. La pretensión de Kant es crear una moral universal. Pero no entramos aquí en esta discusión técnica. Lo que a nosotros nos interesa es sacar conclusiones de todo esto y ponerlo en relación con Aristóteles y su concepto de virtud y con la enseñanza. 2. obra siempre de tal forma que considere a los otros como un fin en sí mismo. Esta formulación es mucho más sugerente que la anterior. Lo que nos viene a decir es que el hombre es tal porque es un sujeto, persona, dotado de dignidad. Su dignidad consiste en que su vida en un fin en sí mismo, que está sólo en sus manos, autonomía, libertad. Kant identifica la libertad con la autonomía. Y en tanto que el hombre es persona, sujeto de dignidad, no pude ser instrumentalizado; es decir, tratado como objeto. Hay que advertir aquí que toda forma de poder totalitario es una forma de violar esta máxima moral universal. Es decir, es una forma de objetualizar e instrumentalizar a las personas. El poder lo que persigue es que los “ciudadanos” dejen de ser tal y se conviertan en siervos. Precisamente la ilustración consistió en el camino contrario. (Independientemente de los logros y fracasos de la misma.) Y ese camino contrario se lleva a cabo de la mano de la libertad en tanto que autonomía. Y en ello entramos ahora. Pero advirtamos también antes que nuestras democracias dirigidas por un pensamiento basado en la razón instrumental, una perversión de la ilustración, pretenden objetivar al hombre. De esta manera podemos entender el discurso político que defiende las supuestas ciencias pedagógicas. Estos conocimientos lo que hacen es convertir al hombre en objeto intercambiable, eliminan el concepto de fin en sí mismo y, con él, el de persona.
La virtud era esfuerzo y nos liberaba de la pasión, en una palabra, nos hacía libres. En Kant la libertad es el cumplimiento del deber. Pero esto también requiere su esfuerzo. Aquí hay también, como hemos comentado ya, un añadido, el respeto al otro como otro yo. Mí ética, así como la acción política, no puede violar el hecho de que el otro es un fin en sí mismo, en tal caso seré un inmoral. E, incluso, si anulo absolutamente la persona del otro seré un tirano, en esto consiste el mal radical del que tenemos buen ejemplo en el siglo XX. De nuevo la libertad se alza a través del esfuerzo. Y esto se entiende mejor si ligamos el concepto de libertad con el de autonomía e ilustración. Para Kant la ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. Esta autoculpabilidad consiste en la comodidad y la pereza. Es más fácil que otro piense por ti, es más fácil obedecer que actuar. De nuevo las pasiones son las que nos esclavizan. Pero Kant considera que la ilustración se consigue por el conocimiento, no cae en el intelectualismo platónico, sino que relaciona, conocimiento con libertad. Y ya tenemos los tres pilares: voluntad, conocimiento y libertad (autonomía). Kant considera que la ilustración es atreverse a pensar por uno mismo. Y éste pensar por sí mismo –para lo cual hay que vencer a la pereza y la comodidad- nos libera de la obediencia al otro. Es decir, es la base de la autonomía. Conocer es vencer el poder de la superstición. El poder se mantiene en tanto que el pueblo, o los ciudadanos, no son capaces de pensar por sí mismos, sino que obedece sumisos a los dictámenes que del mismo poder emanan. Pensar por uno mismo es disentir, enfrentarse al poder. Y esto es virtud, en tanto que fuerza y excelencia. Pero, como vemos, toda la corriente pedagógica actual pretende, aunque su discurso está plagado de palabras rimbombantes como libertad, democracia…, que ya han perdido su valor por su mal uso, es lo contrario de la ilustración. No pretenden que los futuros ciudadanos sean libres y autónomos, ni virtuosos. Pretenden que sean domesticables, sumisos. Por eso los tratan como objetos, por eso dicen practicar una ciencia en la que la ideosincracia personal desaparece. Y los métodos son maquinales, la estimulación, el juego, el entretenimiento. En definitiva, los mismos que utilizamos para la domesticación de cualquier animal, incluido lo de la intelgenca afectiva. ¿Quién no sabe que para convivir con un perro no es necesario la afectividad, pero, no lo olvidemos, también la disciplina? Se pretende olvidar el esfuerzo, porque éste nos hace libres y la libertad es la disidencia. De lo que se trata es de que el pueblo sea tal, masa o señoritos satisfeho en lenguaje de Ortega siempre certero en estos análisis, y no ciudadanía. El poder dirige al pueblo a través de la educación y lo intenta convencer de qué es lo mejor para él. Para todo ello ha creado toda una ideología, con tintes científicos, que son la superstición de nuestro tiempo. Tras la muerte de dios hemos inventado otros ídolos a los que rendimos culto. Pero la ilustración, en tanto que libertad, es la lucha contra la superstición. Por eso nuestro deber es desenmascarar todo este mito que nos ahoga, nos asfixia y nos despersonaliza.
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