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Filosofía desde la trinchera

            Me ha parecido estupendo tu artículo, Esteban. El asunto de la justificación ética de las acciones políticas es de importancia, sobre todo cuando éstas justifican el colonialismo (genocidio y etnocidio.) De lo que se trata es de pura ideología del poder para sostener su acción ante la ciudadanía. Y, como bien dices, es cuestión que se ha repetido a lo largo de la historia. Podríamos decir que es propio de la condición humana, de ahí tu escepticismo sobre el tema de que en un futuro se pueda llegar a una ética universal. Yo pienso igual, pero considero, al modo kantiano, que la acción política debe dirigirse por la idea regulativa de una ética cosmopolita. Los estados-nación, que aparecen en la modernidad, tiene que dejar paso, sin claudicar de su existencia, eso es imposible y, probablemente no deseable porque abriría las puertas a una dictadura mundial, a una legislación ético-política internacional vinculante, no sólo de buenas intenciones. Creo que el siglo XXI debe contemplar esta posibilidad y creo, además, que es el camino que debemos emprender si intentamos solucionar los problemas globales a los que la humanidad se enfrenta. Si no somos capaces de esto me temo que nos adentramos en una época de barbarie semifeudal. Una época de fascismo de las grandes corporaciones que se dividirán lo que queda del pastel. Un caos civilizatorio, en definitiva. Urge, pues, una salida ética-política cosmopolita y esto sería la antesala de una nueva historia de la humanidad. Pero, a mi modo de ver, todo apunta hacia lo contrario, una época nihilista caracterizada por el fascismo económico y político, la tecnobarbarie, la hiperburocratización, el hiperindividualismo y el hipercnsumo. En suma, el fin de la modernidad y el triunfo de la posmodernidad con su gran engaño. El progreso es contingente y, de la misma manera que conquistamos el concepto de persona y dignidad, hoy en día y, paradójicamente, lo hemos perdido enmascarado de democracia. Y ésa ha sido la justificación ética, la democracia, del imperialismo actual, que no es sólo de EEUU, sino mundial. Algo así como sostienen Hardt y Negri en “Imperio” y “Multitud”.

 

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            Las revoluciones necesitan de los ciudadanos. Los ciudadanos alcanzan su mayoría de edad cuando su estado de opresión y miseria supera sus fuerzas. Entonces la ciudadanía se transforma en la luz y el poder en la oscuridad. La libertad está de parte de los ciudadanos y el miedo con el poder. El poder es más débil de lo que nos parece, lo que ocurre es que tenemos demasiado miedo y preferimos la seguridad de que todo siga igual. Por supuesto que la ciudadanía por sí sola tampoco va hacia ninguna parte, necesita de organización, de ideas reguladoras, para no caer en la barbarie, el caos y la tiranía. Pero el hecho de que los individuos se echen a la calle es una prueba de madurez y de plantar cara a la corrupción del poder. En Oriente Próximo también se nos está señalando a nosotros con el dedo. Por dos razones, primero porque hemos apoyado los regímenes totalitarios de esos países musulmanes, engañados por el miedo al islamismo y, en segundo lugar, porque aquí, en plena Europa se está desmantelando el estado social ante nuestras narices por parte del fascismo económico y con la cooperación de nuestros representantes políticos y nosotros sin hacer nada. El neoliberalismo está ganando todas las batallas, esperemos y sigamos el ejemplo de lo que es ser un buen ciudadano, que no gane la guerra.

 

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