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Filosofía desde la trinchera

Iglesia y eutanasia.

 

            La actitud que la iglesia mantiene con respecto a la legalización de la muerte digna es, no ya anacrónica, que eso no es un argumento, sino insultante a los derechos humanos y a la raíz de todos ellos que es la dignidad humana. Podemos admitir, en contra de lo que hace un laicismo anticlerical, que la iglesia, la religión en general, (porque eso es otra cuestión, hay una pluralidad de cleros, no una religión universal y verdadera, como significa católica), pueden participar en el debate público, pero no pueden imponer su creencia particular. Esto sería presunción, vanidad e intolerancia. Lo mismo que subyace a la postura frente a la eutanasia.

            Hay que tener en cuenta una cuestión esencial que a la iglesia se le escapa por intolerancia, fanatismo y desvergüenza, teniendo en cuenta su pasado y, por qué no, su presente… Esta cuestión esencial es la diferencia entre dos valores, el de la vida y el de la dignidad. La vida no tiene valor en sí mismo, es la dignidad la que le aporta valor a la vida. Una vida sin dignidad no merece la pena de ser vivida. Y una vida digna es la que está dirigida por nuestra voluntad, la que es libre. Uno es libre siempre y cuando es un fin en sí mismo, se pone sus propios fines, puede disponer de sí mismo dentro de una legalidad vigente democrática. Ahora bien, si ponemos la vida por encima de la dignidad lo que estamos haciendo es privar al hombre de su libertad. Entre vida y dignidad hay que elegir la vida digna. Y aquí hay que señalar también que lo que considera uno una vida digna, partiendo del hecho de la libertad, es subjetivo, en el sentido de que cada cual, dentro también de una legalidad democrática y autónoma, considera un modelo o modo de vida digno. El contenido de una vida digna no tiene porqué coincidir, eso entra dentro del pluralismo religioso, ideológico, político y filosófico. En lo que coincide la vida digna es en que es fruto de la libertad. Y, si la libertad está por encima del valor meramente biológico de la vida, entonces, un acto máximo de libertad es ser dueño de nuestro propio fin. La ley debe amparar este derecho. Porque el derecho a la vida es también el derecho a decidir sobre tu propia vida, es más, a decidir cuándo, si las condiciones para ti no son dignas, terminar con ella. Pero la intolerancia religiosa, que seguimos sufriendo desde siglos, es de la mayor hipocresía. Primero, además de que la tradición cristiana ha eliminado la posibilidad de la eutanasia, la permanencia de ésta se debe al poder de la religión cristiana como supuesta identidad cultural de occidente. El cristianismo intenta imponer su idea particular de la vida sobre la res pública. Esto es bochornoso, no sólo el intento, sino que en pleno siglo XXI siga siendo así. La concepción de la vida del cristianismo es particular y debe restringirse al mundo privado. La ley es para todos, es universal y debe proteger la pluralidad, no debe imponer una ideología particular que es lo que hace la ley contra la eutanasia y la muerte digna. Por otro lado, el respeto absoluto a la vida de la religión cristiana tiene su fundamento en la creencia en lo trascendente. En un dios que es dueño de nuestra propia vida. La vida es sagrada porque no nos pertenece, es un don divino. Que éste sea el fundamento teológico, filosófico y cultural de la ley no es más que una señal de nuestro déficit democrático.

            Y termino con un apunte que me parece el más dramático. La prohibición de la eutanasia y la implicación de la iglesia cristiana en ello me parece, simple y llanamente, un ejercicio de totalitarismo político. Lo que esta ley hace es prolongar arbitrariamente el dolor, físico y moral, de una persona, un fin en sí mismo al que se le está eliminando su dignidad y su libertad. Es decir, la prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido es un ejercicio de tortura totalitaria por cualquier lado que se lo mire. La ideología eclesiástica, cínicamente, justifica esta tortura en nombre de la bondad de un supuesto dios. Y el poder político, débil y tambaleante ante el poder de la iglesia, sigue perpetuando, mientras que no se legalice, esta forma vil de tortura callada, silenciosa e indignante.

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