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Filosofía desde la trinchera

Si los políticos leyesen sólo un tercio de lo que aquí se recomienda, en lugar de perder su tiempo en el afán de poder y las intrigas, otro país y otro mundo tendríamos. Y si los alumnos de secundaria y bachillerato leyesen estas obras y otras más, no los sucedáneos de lectura que se les ofrecen, para incentivar el hábito lector, vaya gilipollez, tendríamos una ciudadanía culta y crítica con el poder, que exigiría a sus gobernantes lo que exige a cualquier otro profesional, que cumplan con su deber. Y, además, aprenderían que su deber es ser ciudadanos. Es decir, que su virtud, igual que la de los gobernantes es la de la ejemplaridad pública. Pero todo ello es soñar y hoy me he levantado optimista…pero verás como alguien lo jode y me arrastra a la gris realidad.

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    La importancia de la desobediencia civil se ha perdido con el pensamiento políticamente correcto que no es más que una mordaza del poder para poder hacer lo que quieran en nombre de la seguridad y el derecho de todos los ciudadanos. La desobediencia civil es el instrumento no violento con el que cuenta el ciudadano para luchar contra la opresión del poder totalitario. Ojo, que estos totalitarismos son posible, y de hecho actúan, en las democracias. Y aquí encubiertos de la verborrea de la libertad.

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“Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar”. E. Ciorán. Mi optimismo y mi pesimismo en un pensamiento de Emile Ciorán al que debo tanto, el mayor escéptico del siglo XX.
El optimismo y el pesimismo no son más que fabulaciones de nuestro cerebro sobre la “realidad” realidad que, por otro lado, en parte es construida por el cerebro. Y, como toda construcción racional, también es afectiva, de ahí resulta que la mirada sobre esa realidad sea optimista o pesimista. Pero esto es ir demasiado lejos, porque deja poco margen para nuestra libertad, que es lo que yo a ultranza pretendo defender. Si lucho por la libertad y la ilustración, pues debo ser un optimista ya que pienso que, en parte, se puede conseguir una mejra ético-política de la humanidad. Que mi método es filosofar con el martillo, pues eso no es más que un método, no la realidad. El filosofar con el martillo no es aniquilar, sino eliminar lo superfluo y dañino. Que se que lo hemos hecho fatal, que reconozco los genocidios, el carácter violento y agresivo del hombre, junto con su carácter sociable y empátito (lo cual nos salva y es lo que en esta situación de crisis global nos puede salvar: leer de J: Rifkin: “La civilización empática” y “la tercera revolución industrial”), que reconozco que la historia está llena de cadáveres en nombre del progreso, tal y como interpreta Benjamín el cuadro de Poul Klee “El ángel de la historia”, pues todo ello no me hace pesimista, sino valiente  afrontando al toro de frente. Ha habido grandes conquistas históricas, y es necesario conservarlas y aumentarlas. Pero ahora mismo estamos ciegos y no vemos que otros mundos son posibles. Es decir, que hay muchas cosas que no hemos hecho y que ni siquiera imaginamos de las que también podríamos estar orgullosos. Todo ello me lleva a la conclusión de que soy un optimista contumaz. Por tanto, no confundir, introversión, mal genio, crítica y autocrítica, carácter huraño con pesimismo. El pesimista es por definición un hombre sumido en el tedio, enfermedad mortal del alma. Siempre considera que no merece la pena hacer nada. Porque haga lo que se haga es peor. En mi filosofía o mi vida, que es casi lo mismo, eso no ocurre. En fin, que agradezco tus deseos pero, siguiendo a Popper, me considero uno de los últimos filósofos tambaleantes de la Ilustración. Y sabrás que el valor más importante de la Ilustración fue el optimismo. Pero doscientos cincuenta años después, no hemos tenido más remedio que matizar ese optimismo.



    

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