Esta mañana, yendo al instituto, me ha vuelto a sorprender la condición humana y la pésima educación de la juventud en algo que nada tenemos que ver los profesores. Iba yo por la acera, cual respetuoso peatón y veo al final de la misma un grupo de adolescentes, bachilleres, probablemente, porque a los menores no se les deja salir del centro (era la hora del recreo) taponando la cera. Yo, tranquilo, sigo mi camino hasta que casi me topo con uno de los jóvenes que, sin mediar palabras, de disculpas, se supone, se aparta, y tras él otros y me permiten el paso un poco chulescamente. En esto, ya casi sobrepasado el grupo, una chica, de las que estaban apoyadas en el coche, comenta, “hay que ver por donde se le ocurre pasar al tío”. Me quedo tan perplejo, indignado, fuera de lugar, avergonzado, que me faltan los reflejos y no soy capaz de dirigirme a ella y al grupo en su conjunto y, como se dice, cantarles las cuarenta, y darles una lección de educación y urbanidad, que los padres, en otros menesteres debieron olvidar.
Entre las clases que me quedaban por dar estaba la famosa educación de la ciudadanía, para un nivel de tercero de la ESO. ¿Cómo se les va a enseñar y educar en la ciudadanía, si ni siquiera conocen las más mínimas normas de urbanidad? Y no es que no las practiquen, es que además ponen pega y te insultan. Y que no se me diga que para eso estamos los profesores de secundaria porque eso es falso. Para eso están los padres y colaboran los profesores de primaria. Pero para unos zagales de bachiller el estado se debe gastar el dinero en cosas más serias. Y la tan traída y llevada educación para la ciudadanía es una reflexión seria sobre el sentido de ser ciudadano, de lo que es una polis, un gobierno, de los que son las leyes y los diferentes gobiernos, los derechos humanos, la discriminación. Una reflexión crítica sobre todo esto que construya a ciudadanos autónomos y libres en el futuro, no una clase de urbanidad. Es como la limpieza en el instituto. Estoy cansado, como todos los profesores, de la suciedad de los centros y nos imponemos la tarea de limpiar el centro con ellos. Ningún muchacho que entre en el centro debería tirar un papel al suelo, ni romper a patadas una puerta o un grifo o un extintor, eso lo tendría que tener aprendido de casa. Pero, insisto, los padres estarán en otros menesteres. Y la administración ha considerado a bien que eso debe ser tarea de un profesor de secundaria. No hay vergüenza, ni por parte de la administración ni de los padres. Con estos mimbres poco podemos hacer. Cómo les voy a hablar de la clase política, de la corrupción de los partidos, del secuestro de la democracia, del poder económico, de la felicidad y la virtud. Y no es que esté hablando de un grupo de perversos e inadaptados, no, de jóvenes normales y corrientes, sólo que anodinos, indiferentes…será la crisis que los tiene deprimidos y sin perspectiva, ja.
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