Nuestros intelectuales de otrora. Réplica a Fernando Savater.
Coincido en gran parte con las afirmaciones que el señor Savater hace en su artículo “Nuestros trastornos” en El País 18 de octubre. Pero esta coincidencia es porque lo que dice es, como señala el mismo, obvio, o algo que todo el mundo sabe. Que las cosas no van bien, que los recortes no están favoreciendo al paro ni a la mejora de la economía, sino todo lo contrario. Pero se centra, como dice, más en la educación que es lo que mejor conoce, como es también mi caso. Y acusa, también dentro de lo obvio, no dice nada nuevo, que los recortes en educación no hacen bien a ésta, que la segregación por sexos no es de recibo, que en definitiva se atenta contra el espíritu ilustrado, algo muy importante y serio en lo que debería haber profundizado. Porque la ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad, y esa minoría de edad es el no pensar por sí mismo. Y lo que nos puede garantizar el pensamiento independiente y, por ende, la libertad es la educación. Aunque educación e ilustración no coinciden, como se ha demostrado por la historia. Tampoco el sistema anterior garantizaba la Ilustración, más bien lo contrario. Lo que ocurre es que ahora no se nos oculta, ellos son neoliberales y lo dicen. No están por los servicios públicos y los recortes en educación van dirigidos a favorecer el sector privado, hundir la educación pública y crear una educación de élite. Y la educación pública debe quedar, sólo, para la empleabilidad, para la creación de mano de obra. Es decir, que la educación esclaviza y no libera. Si Kant levantara la cabeza. El filósofo de la Ilustración decía que el tribunal de la universidad era la razón, es decir, el conocimiento y la libertad. Hoy en día, hasta mis alumnos, cuando lo pregunto en clase contestan que es el mercado, el capital, como se le quiera llamar. Ellos se han dado cuenta que son esclavos de este mercado. Pero la cosa no acaba ahí, en sus recortes, el gobierno está conculcando el derecho a la igualdad de oportunidades, aunque la educación sea un desastre, es lo único que tenemos, porque está limitando el acceso a parte de la población a libros, comedor, se masifican las clases, no hay profesorado suficiente que atienda a la diversidad y muchos otros males que se añaden a la maltrecha educación. Y esto es grave porque es una segregación económica, insiste, sea mala o buena la educación, todo el mundo tiene derecho a ella constitucionalmente, como a la vivienda y con ésta lo que se ha hecho es especular y crear una burbuja que les ha explotado en la cara a los bancos y pagamos los ciudadanos, pero ése es otro tema, aunque la raíz es el mismo, el ultraliberalismo. En fin que coincido con todo ello y podríamos abundar mucho mas. Pero, lo que sí observo, y esa es mi primera crítica es que Savater se muestra bastante tibio a la hora de hacer estas críticas. Y cita a Ciorán, muy oportunamente, que dice “que en el mejor de los casos se puede gobernar sin crímenes pero no sin injusticia” absolutamente de acuerdo con el escéptico de servicio.
Pero es aquí donde empieza mi crítica al escrito de Savater. Efectivamente, y así lo señala el autor, no se puede gobernar sin cometer injusticias. Esto lo podemos considerar como un límite de la política, por eso la democracia es un gobierno perfectible, no perfecto y, por eso, también, a la democracia se le oponen las demás formas de gobierno que son todas totalitarismos. Ahora bien, y seguimos coincidiendo, si esas injusticias son tan profundas que dañan los derechos humanos, o los constitucionales, entonces ya hay que ponerles remedio. Y a partir de aquí ya no coincidimos. Savater se aferra al sistema democrático que tenemos haciendo una defensa a ultranza del mismo y considerando que los cambios se deben hacer desde dentro. Por otro lado lo que hace es una crítica mordaz y socarrona de los movimientos civiles que acusan a la clase política. Aquí veo un profundo desconocimiento por parte de Savater, primero en el conocimiento de la falsa democracia que tenemos y segundo en los movimientos sociales que apoyan un cambio radical (de raíz, no extremista), del sistema democrático. Su desconocimiento le lleva a la burla y a una comparación, típicas en la forma de argumentar del autor, que no son más que falacias, con Batasuna. Esta comparación es odiosa porque además lleva implícita una terrible carga criminal. Y se equivoca el autor cuando dice que son unos pocos a los que se les ocurre esa idea infantil y peregrina de rodear el congreso hasta que se disuelva. Por el contrario las estadísticas hablan de una inmensa mayoría de la población que se desentiende de la clase política y que le pide cuentas, que la considera una de las partes y causa fundamental de sus males.
En primer lugar, aunque todo sea muy breve intentaré mostrarle al señor Savater que no estamos en un sistema democrático por muchas razones, tampoco en una tiranía que gobierna por la fuerza, estamos en una forma de totalitarismo encubierta de forma y apariencia democrática. En todo caso, dentro de las formas totalitarias es la mejor que podríamos tener. Pero no es una democracia. Una democracia es el poder del pueblo a través de los representantes elegidos en elecciones generales. Esos representantes se deben al pueblo. Pues bien, el ejercicio de la política ha generado un ejercicio de búsqueda del poder, dentro y fuera de los partidos. Por otro lado, la ley de partidos ha generado el bipartidismo y el poder de los partidos nacionalistas, con lo cual se anula la pluralidad de ideas en pro de una entelequia que es la gobernabilidad, un engaño al ciudadano al que se le está transmitiendo, al estilo 1984, un pensamiento único. Los partidos, pues, no gobiernan para el pueblo, sino para si mismos. Su interés es alcanzar el poder. Es decir, que la democracia, hace ya muchos años que se ha transformado en partitocracia. Y esto es un peligro clásico de las democracias. Pero, por parte del poder político es apreciado porque es una forma de control de la ciudadanía porque elimina la posibilidad de la disidencia, o, al menos, de que la disidencia tenga repercusión. Porque los partidos abarcan todo el poder, el político, el control del poder judicial y fiscal y, por supuesto, el poder mediático. Los medios de comunicación tienen dueños y son los encargados de transmitir la ideología del poder, no sólo del partido gobernante, sino del stablhisment. Los medios de comunicación son medios de control del pensamiento, medios de manipulación. Son muy ilustrativas las diez tesis de Chomsky sobre los medios de manipulación de masas, recomiendo su lectura.
Pero, y en relación con la crisis, podemos ahondar un poco más, nuestra democracia ha claudicado ante el poder económico. Esto quiere decir que el poder que nosotros hemos delegado en nuestros representantes ha sido trasladado a poderes externos que nosotros no hemos elegido, pero que dirigen nuestras vidas, y, encima, para mal. Desde el primer recorte de Zapatero hasta ahora, ha habido una claudicación de nuestra democracia, de ahí el grito de que no nos representan, porque el pueblo, esos millones de los que habla Savater ha votado a unos líderes y a un programa, programa que no se cumple, el que se cumple es el que se le impone desde fuera. Por eso, por mucho que se empeñe Savater y que se enfade, esos señores no nos representan. En primer lugar representan a su partido, en segundo lugar obedecen órdenes de fuera, de fuerzas antidemocráticas. Y no creo que el curso de la historia sea inevitable. Zapatero, cuando en el 2010 hizo el primer recorte inmenso de nuestra democracia lo justificó con una frase tremenda, una frase que se puede considerar el certificado de defunción de nuestra democracia. Dijo “No hay alternativa”; pues bien, cuando no hay alternativa, simplemente no hay democracia. Lo que ha querido manifestar es su obediencia ciega a políticas económicas impuestas por fuerzas no democráticas que hacen pagar los platos rotos al pueblo que no ha tenido nada que ver en la quiebra del sistema. Sistema que ha quebrado por las propias leyes del mercado y por la avaricia y ambición humana. Cuando un político, jefe del gobierno, dice que no hay alternativa, lo que está haciendo es claudicar; es decir, eliminar la esencia de la democracia. En democracia siempre hay alternativas. La democracia es diálogo entre alternativas. Además, es que realmente hay alternativas, como grandes expertos internacionales en economía nos han mostrado. Por tanto no vivimos en democracia, nuestros gobiernos son títeres de oligarquías totalitarias que esquilman al pueblo mientras unos pocos engordan sus bolsillos, de ahí el alarmante crecimiento del índice de desigualdad económica, no sólo en España, sino a nivel mundial. Y lo dejamos aquí en aras de la brevedad.
Ahora sólo nos queda comentar la alternativa de aquellos a los que el poder llama extremistas, antisistemas, ingenuos e infantiles, como se desprende del discurso de Savater. Pues bien, para empezar el grupo de resistentes no es un grupo antisistema, sino un grupo interclasista en el que se juntan, parados, profesionales altamente cualificados, muchos de ellos en paro, intelectuales, estudiantes, amas de casa, lo que se llama el pueblo, que el sistema se ha encargado muy bien de dividir, pero que la crisis lo está uniendo. Y no reclaman una caída de un régimen, como la toma de la Bastilla. Reclaman más democracia, más claridad política, u otra política. Y son radicales en el sentido orteguiano de ir a la raíz de las cosas, que es lo que deben hacer los filósofos. Como decía Ortega, la filosofía o es radical o es palabrería. El filósofo es el que intenta ir a la raíz y a los fundamentos. Pues bien, este movimiento es radical en este sentido, no quiere parchear, como el señor Savater, quiere bucear en el fondo de los problemas y darle solución. Y el fondo de los problemas es la anulación de la democracia y la perversión, que no digo corrupción, del sentido y la función de la clase política. Y entre ellos hay gente muy preparada, no como señala Savater burlonamente. Y no sólo preparada, sino comprometida con la res pública. Porque la democracia realmente existente, que no es democracia, como hemos demostrado, lo que ha intentado siempre es separar a la ciudadanía de la clase política. A los partidos, dicho claramente, los ciudadanos les molestan siempre, salvo en campaña electoral. Los partidos viven por y para ellos. Por eso lo que se pide, de forma radical, aunque el proceso sea difícil y estaría cargado de tensiones, no obvio, por supuesto estos peligros, es un proceso constituyente tras la disolución de las cortes. Y ese proceso debería estar, y se sabe cómo, perfectamente controlado, para garantizar que de allí surja una nueva constitución que regenerase la vida política en España. Esto no iba a resolver la crisis, no soy ingenuo. La crisis, ni siquiera es tal, es, a mi modo de ver, y siguiendo a Ramón Fernández Durán, la quiebra del capitalismo global, que durará décadas. Estamos en los principios. Otro tema es la forma de enfrentarse a ella. Lo que sí es cierto es que con otra política y con una regeneración de la ciudadanía sería más fácil. Podemos tener miedo, estar cargados de incertidumbres, nunca saldrá a nuestro gusto del todo, pero es lo que hay. Se hizo en la transición y veníamos de una dictadura. Por ello es posible. Lo que sí está claro es que no se puede seguir como estamos, ni se puede parchear lo que tenemos, porque no se admiten esos parches, como una reforma constitucional, una reforma de la ley de partidos…nada de lo importante se quiere tocar. Los partidos se aferran al poder obtenido durante más de treinta años. La propuesta de Savater, con perdón, es una ingenuidad. Hemos de recuperar el espíritu ilustrado, ése que él ha defendido siempre y que ha transmitido a generaciones enteras. Hay que luchar por la libertad, porque la libertad es el mayor de los valores, pero hoy es inexistente, salvo en pequeños grupos de resistencia. Y tampoco se trata de caer en el maniqueísmo que señala Savater, nosotros los buenos, vosotros los malos, eso es desconocimiento del movimiento social. La discordia, el diálogo y la pluralidad de ideas en este movimiento de la sociedad civil son patentes. No se puede ser ingenuos y creer que todo el monte es orégano. Lo que sí es cierto es que ya no valen remiendos y que según las estadística se ha producido una separación entre ciudadanía y política que se hará insalvable, a menos que el ciudadano vuelva a ser protagonista de las decisiones políticas. Cuando se sienta real y verdaderamente representado.
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