La muerte de Sócrates, la corrupción de la democracia y el fin de la filosofía.
De todos es conocida la muerte de Sócrates, no solo su aspecto físico tomando la cicuta y paseando serenamente para que el efecto fuese poco a poco surtiendo su efecto y luego sentado y tumbado y sin dejar de filosofar por un momento. Una muerte serena, llena de felicidad y un pleno acto de libertad. Una muerte plagada de significado que se extiende a través de su alargada sombra hasta nosotros. Una muerte llena de significado, pero una muerte, que como sugiere Hegel, no es un drama, no es algo conmovedor, es una tragedia. Ambas partes tienen razón, o hay una tensión irresoluble entre Sócrates como individuo, portador de la eticidad y, con ello, del germen de la libertad, y la ciudad de Atenas portadora de las costumbres, la cohesión social, lo establecido. Sócrates, como tábano de Atenas pone en duda los cimientos del orden ateniense. Orden que se ha corrompido puesto que la forma de gobierno ateniense se ha transformado de democracia en demagogia. El gobierno por la palabra y la seducción, en definitiva, el gobierno del rico y el poderoso que engaña al pueblo con la sofística, lo seduce y elimina cualquier posibilidad de virtud. Y Sócrates es consciente de esto, de esta corrupción, de esta demagogia y la denuncia, y al denunciarlo se enfrenta al poder, a lo establecido, a los intereses particulares de los poderosos y a la plebe ignorante que han dejado de ser ciudadanos para convertirse en vasallos. Y los quiere poner, con su picotazo, sobre aviso de que están perdiendo su libertad, que son esclavos fieles e ignorantes de su propia esclavitud. Sócrates es la conciencia de su propia ciudad, es la conciencia que alumbra a occidente y que cada cierto tiempo se apaga porque el pensamiento es secuestrado y se transforma en un pensamiento único dominante que lo nubla todo y que lleva al hombre a la barbarie. Porque Sócrates es el pilar fundamental, acompañado del cristianismo, de la tradición occidental. Es occidente. Y occidente es lo que está hoy en juego. De ahí la tragedia de la muerte de Sócrates, es el hecho ejemplar del enfrentamiento entre el poder y el pensamiento, la fuerza y la razón. Y, como sabemos, a lo largo de la historia de la humanidad, casi siempre ha predominado la razón de la fuerza, frente a la fuerza de la razón. Por eso Sócrates, el pensamiento representan la luz, la Ilustración, un momento de claridad fulgurante que se esfuma en las tinieblas de la barbarie, la ausencia de pensamiento, la superstición y la tiranía de la fuerza.
Y es eso lo que hoy en día está ocurriendo. Lo que hoy en día llamamos crisis, que no es sólo eso, sino una quiebra del capitalismo global, por tanto una crisis radical y definitiva, una crisis de nuestro modelo productivo que obedece a una cosmovisión, a una filosofía, a una forma de ver el mundo, pues todo ello es lo que está en quiebra. No es posible ni viable el capitalismo por más tiempo, estamos en los inicios del fin. De ahí, que en su sentido profundo y radical sea una crisis filosófica, una crisis del pensamiento. El pensamiento que alimenta a esta forma de organizarse y de ver el mundo se ha agotado por autocontradición. La historia no es viable, es el fin de esta etapa de la historia. Y de ahí que surjan triunfantes ideas del fin del pensamiento y de la muerte de las ideologías para proclamar una ideología triunfante. Ideología que, como vemos, es precisamente la que está en quiebra. Pero los grandes poderosos del mundo quieren mantenerla en pie. Son los que quieren mantener el orden corrupto, degenerado, demagógico establecido porque a ellos les convienen, pero es la ruina de la polis, de la sociedad y, en nuestro caso, de la humanidad y de la civilización. Un mundo insostenible que se apoya en presupuestos y pilares filosóficos inviables. Pero esta filosofía que la sustenta es la que se quiere mantener como verdad incuestionable. Y esa filosofía es la del capitalismo sin bridas, el capitalismo salvaje o el tardocapitalismo. Muchos nombres, tantos como autores. El caso es que esta forma de ver el mundo, esta cosmovisión, que engloba una forma de relacionarnos con la naturaleza que consiste en la explotación del medio que nos rodea, en esquilmar los recursos que nos permiten vivir, una relación de autofagotización, porque devoramos el medio en el que vivimos y que nos permite vivir. Y esto por un lado, y, por otro, las relaciones entre los hombres. Estas relaciones son fundamentalmente mercantilistas. Todo se ha ido reduciendo a su valor mercantil y monetario. La sociedad se ha convertido en unidimensional. Todo se reduce al intercambio monetario. Triunfa la errónea visión darwinista social de las relaciones humanas. Esta cosmovisión, esta filosofía falsa e ideológica es una de las formas de alienación que el poder utiliza para domesticar a la masa, al ciudadano-vasallo. Por otro lado triunfa la filosofía posmodernista, que no es más que una negación de la filosofía, de la razón y del pensamiento. Es el triunfo de la demagogia relativista, el triunfo de la degeneración de la sofística, aquella degeneración contra la que Sócrates luchaba desde la dialéctica, el pensamiento en diálogo y en construcción. Pues bien, este posmodernismo es la justificación de cualquier discurso, el triunfo del relativismo radical que nos lleva a dos epígonos. El triunfo del subjetivismo relativista y la imposibilidad de ejercer el pensamiento porque este relativismo, curiosamente, establece un dogma, ni más ni menos que el de la equivalencia de las opiniones. Y si todas las opiniones son equivalentes no hay pensar, porque no hay diálogo. La demagogia ha confundido el respeto a la persona con el respeto a las opiniones que la persona porta, o mejor, las opiniones que esclavizan a las personas convirtiéndolas en esclavos fanáticos. Siendo esto así, el pensamiento es imposible, ha muerto, ha sido expulsado del ágora y en ella se han instalado las tinieblas del interés particular. Por ello es la muerte de la democracia. Donde no hay pensamiento, filosofía, no hay democracia, donde no hay democracia, no hay filosofía. Y eso es lo que ocurre hoy en día. Y otra consecuencia del posmodernismo es la ausencia de la ética. Todo valor ha sido sustituido por el nihilismo hedonista. El disfrute compulsivo de lo superficial, el valor del consumo, de objetos y personas. Es más, las personas al ser cosificadas por medio del mercado, mercantilizadas, son objetos de consumo, tanto mercantil, como de uso. Porque el valor de la dignidad ha desaparecido frente al del disfrute superficial y transitorio. El hombre se autodevora en una orgia sin fin de placer nihilista. Porque detrás de este placer no hay nada. Salvo el sinsentido de la existencia y el monstruo del deseo no satisfecho. En el fondo y al final de ese desenfreno egoísta-narcisista y hedonista está la nada. Porque en el fondo el monstruo del deseo desenfrenado que es el que el capitalismo ha puesto en marcha con el consumo es un monstruo que se devora a sí mismo. Un monstruo que tras devorar todo lo que le rodea se devora a sí mismo.
Pues bien, al poder, mientras pueda, le interesa mantener esta imagen del mundo y que el ciudadano comulgue con ella. Y nunca mejor dicho lo de comulgar. Porque esta ideología se ha convertido en una religión que unifica toda la realidad social. Es la religión de la globalización, con su catecismo económico neoliberal y con su “moral” posmoderna que es la ausencia de la ética, la ausencia de los valores, de la dignidad y, con ello, de la libertad. Y todo esto es una forma de totalitarismo. Una forma de totalitarismo que tritura al hombre, su propio ser. Elimina la civilización. Y es aquí el campo de juego donde debe intervenir la filosofía. Es más, es este el lugar común del filosofar. Porque filosofar es pensar contra el poder. Desenmascarar las grandes mentiras del poder. Aguijonear a los vasallos para que despierten de su sueño inducido por el poder y se rebelen recobrando su conciencia y su condición de seres humanos, de seres dotados de libertad y de dignidad. Pero, claro, es aquí donde precisamente se libra la tragedia; tragedia urdida por el poder desde hace tiempo. Como decíamos al principio, es la lucha del poder contra la filosofía, el pensamiento. Y lo que le interesa al poder es la muerte del pensamiento. El posmodernismo es una forma de muerte porque trivializa la razón y los valores, después viene la estocada, la eliminación del propio pensamiento por la vía de la enseñanza y del control de los medios de control del pensamiento que crean y modulan la realidad a su antojo. Y en esas estamos, la mosca cojonera es molesta, lo mejor es eliminarla, primero la hemos atontado con esa pseudofilosofia, ahora solo hace falta el zapatillazo final. Y de esta manera el pensamiento sobrevivirá de forma clandestina, como en la época helenística y cual Guadiana se esconderá para resurgir en otro lugar y en otro tiempo. Precisamente tras la quiebra del capitalismo global, como un nuevo paradigma, que como todo nuevo paradigma es un Renacimiento y una nueva Ilustración. Pero nos queda antes la travesía de una Edad Media que comenzó ya hace unas décadas.
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