Ecosocialismo.
Probablemente la única alternativa de la izquierda sea el ecosocialismo dentro de los límites de la democracia. La democracia debe ser el marco sobre el cual se monte esta visión del mundo y esta forma de hacer política que aúna dos pensamientos que no pueden ir, en la actualidad, separados. Por un lado el socialismo y por otro el ecologismo. Voy a describir muy someramente sus características esenciales y su inserción. El socialismo es una visión de la sociedad y de la relación del hombre con el hombre que tiene como horizonte la justicia social y su base reside, fundamentalmente, en Marx. No se puede olvidar que no hay izquierda sin marxismo. El marxismo es el pensamiento que más ha aportado a la izquierda, es más, que la ha construido, desde el siglo XIX hasta ahora, tanto desde el punto de vista ético, político, económico e histórico. El marxismo puede tener sus errores en cuanto a la interpretación de la historia y de la economía, pero no es ninguna falsedad. Podemos decir, incluso, que desde el punto de vista de la ciencia económica es una teoría falsada, pero eso no implica que sea falsa. Es el mismo caso que la física clásica, que queda falsada con la de Einstein, pero seguimos utilizándola porque tiene un valor o verdad restringida. El caso del marxismo es el mismo. El análisis que hace Marx de la acumulación del capital, del valor de uso y valor de cambio, del proceso de globalización del mercado y la mercantilización del mundo, así como su visión de la historia como una lucha de clases en la que existen los opresores y los oprimidos, siguen siendo, en lo esencial, válidos, por mucho que haya que matizar. No debemos olvidar que las teorías son conjeturas. Pero además de estos análisis lo más valioso de Marx es su impronta ética. Es decir de lo que se trata es de la consecución de la justicia social y la justicia social implica la igualdad, no aritmética, sino ético-política. Es decir, igualdad de oportunidades, de derechos, de deberes e igualdad ante la ley. Estos principios son básicos e irrenunciables y proceden todos de la tradición marxista y de la tradición de la izquierda. Y esto nunca se debe olvidar. Porque el opresor nunca ha regalado nada, se le ha arrebatado a fuerza de lucha ciudadana. Por eso digo que la izquierda es marxista y que si se renuncia a la herencia marxista se renuncia a la izquierda. La renuncia al marxismo viene por la deriva del marxismo en formas totalitarias de gobiernos que degeneraron en genocidios brutales. Es cierto que el germen está en el marxismo en tanto que entendemos el marxismo como una teoría verdadera de forma absoluta, es decir, lo convertimos en una creencia y, por otro lado, está el germen de la utopía. El pensamiento utópico genera totalitarismos. Si creemos en qué consiste una sociedad perfecta y tenemos los instrumentos para llevarla a cabo, lo hacemos y eso supone el exterminio, genocidio, del disidente. Y el siglo XX nos ha enseñado bien a las claras esta degeneración. Pero todo ello no implica la validez del marxismo que defendíamos al principio y que debemos seguir defendiendo. Además, hay que tener en cuenta que el sistema alternativo, el capitalista, nos llevó, tanto a los fascismos como a otros modos de destrucción masiva que tienen que ver con la otra pata de nuestra propuesta política, la ecológica. El desarrollo del capital implica el crecimiento y el crecimiento es amorfo, unas zonas crecen a costa de las que se empobrecen. El enriquecimiento de unos pocos países lleva a la ruina al resto de los países. El capitalismo del siglo XX ha seguido la línea del colonialismo de los siglos anteriores, pero por la vía del mercado. De esta manera el capitalismo, basado en el dogma del crecimiento, literalmente, mata. Y todo el siglo XX es un auténtico genocidio en nombre del crecimiento y el progreso, los lemas del capital, más que lemas, dogmas. Pero es que, además, el capitalismo es otra utopía como el mal marxismo. Es la creencia de que el crecimiento económico resolverá todos los problemas y nos llevará a la igualdad por medio del reparto de la riqueza a través de una supuesta mano invisible. Falso, por el contrario, el capitalismo nos ha llevado a la acumulación de la riqueza y a la miseria. Los países occidentales han vivido en una burbuja a costa de la muerte de sus semejantes y de esquilmar la tierra. Y aquí aparece el ecologismo de los pobres. El daño del capital se ha hecho sobre los más pobres, empobreciéndolos más, utilizándolos como mano de obra barata o esclava y esquilmando sus riquezas y recursos naturales hasta la extenuación. Y éste es un punto de inserción entre el ecologismo y el socialismo. El socialismo, en tanto que justicia social debe luchar por la igualdad, sin la cual no hay libertad, y esa igualdad pasa porque el hombre no sea considerado una mercancía y por la consideración de que los recursos naturales pertenecen a la humanidad y son recursos limitados, por tanto, es imposible un crecimiento ilimitado, como mantiene el capitalismo.
Y esto nos lleva al ecologismo y al ecosocialismo. El socialismo, como pensamiento del XIX, sigue anclado en el paradigma de la revolución industrial. El mismo Marx no contempla el problema ecológico, puesto que no tiene perspectiva. Es más, su afán de justicia social y de eliminación del sufrimiento humano le lleva a defender la industrialización a toda costa y el crecimiento del capital. A medida que aumente la mecanización de la producción la mano de obra será menos necesaria y se disminuirán la jornada laboral, así como el duro trabajo del obrero. Y todo ello es cierto, pero con un límite que no contempla ni el capitalista ni el socialista a la antigua usanza. Ambos están, a su modo, sumergidos en el paradigma del crecimiento, del consumo, del progreso ilimitado y del antropocentrismo. Y estos son los errores de ambos. Lo que el ecosocialismo debe hacer, siguiendo la senda de la política del decrecimiento, es forzar el cambio de paradigma, de visión del mundo y de las relaciones entre hombre y naturaleza y de los hombres entre sí. Es, como decía el filósofo marxista Manuel Sacristán, allá por el principio de los ochenta, el paso del paradigma del consumo al paradigma del cuidado. Vamos a ver en qué consiste esto en términos generales. En primer lugar hay que desechar el concepto y la idea de crecimiento ilimitado. El crecimiento tiene límites puesto que el planeta tiene límites. Ya hemos traspasado esos límites, desgraciadamente, luego es necesario aplicar una política de decrecimiento. En realidad, la crisis en la que nos hayamos sumergidos, que no es tal crisis, sino una quiebra del capitalismo global como sistema de producción, nos está llevando por la senda del decrecimiento, pero un decrecimiento que no es guiado políticamente, sino que viene impuesto por los mercados y por los nuevos amos del mundo. Un decrecimiento que lo que está es generando desigualdad, miseria y agotamiento de los recursos energéticos y alimenticios del agotado planeta tierra. Una política del decrecimiento se engarza con el ecosocialismo en la medida que de lo que se trata es de ir decreciendo sosteniblemente. Y cuando digo sosteniblemente, digo humanamente, no económicamente. Se trata de vivir con menos, se trata de cumplir el viejo principio socialista, ahora inspirado en el ecologismo (principio de los límites del crecimiento) de la redistribución de la riqueza y el trabajo, disminuyendo éste y aumentando el ocio. Pero no un ocio de consumo, sino un ocio de calidad, un ocio humano. Un ocio que nos haga crecer internamente y no en riqueza, que nos permita disfrutar de lo pequeño y que dé paso a la contemplación, el silencio, el paseo, la lectura, la conversación sosegada, recuperar la lentitud y a través de ella nuestro ser. Es decir, cultivar el ser y no el tener. Es muy importante la redistribución del trabajo, porque no se trata de producir más, sino de producir para vivir. Además, es que no es posible superar los límites. Ya hemos visto que el crecimiento mata, y lo ha hecho durante todo el siglo XX.
En segundo lugar, el ecosocialismo tiene que cambiar la ciencia económica. La economía se ha construido como una ciencia separada y supuestamente neutral. Y ello no es cierto. Se ha convertido en un credo, el credo neoliberal. Hay que volver a la antropomorfización de la economía. La economía es una ciencia humana inseparable de la ética. Por eso la economía debe estar dirigida por la política. No como ocurre en la actualidad en la sociedad hipercapitalista en la que vivimos. Por otro lado, el ecosocialismo supone un cambio de la visión del hombre. Hasta ahora, tanto socialistas como capitalistas han vivido en un paradigma antropocéntrico. El centro del mundo era el hombre. Es una vieja idea heredada de la religión, como el mito del progreso, pero, igual que hay que deshacerse del progreso hay que hacerlo del antropocentrismo. De lo que se trata es de pasar al biocentrismo o ecocentrismo. El centro es la biosfera o la ecosfera, sin la cual el hombre no es nada. El hombre habita en la ecosfera como una de las miles de millones de especies que han sido y que son. De lo que se trata es de que la ecosfera puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella. Por ello hemos de basar nuestro sistema de producción en una forma de simbiosis con la propia ecosfera. Hemos de naturalizar la producción. A esto se le llama biomímesis. Nuestros sistemas productivos deben imitar los sistemas productivos naturales en los que no existe desperdicio, todo se aprovecha, pero no hay derroche, como en el sistema productivo industrial en el que participan, tanto el capitalismo como el socialismo. Extenderse en este punto sería interesantísimo, sólo puedo recomendar un libro de Jorge Riechmann que lo dedica exclusivamente al análisis de este concepto “Biomímesis”. Y, por último, un cambio en la ética. El cambio en la ética tiene dos sentidos. El primero es el de una ética antropocéntrica, como han sido todas las que se han dado en la historia, a una ética ecocéntrica. Ello consiste en que hay que reconsiderar nuestra relación ética con la naturaleza a través del principio de responsabilidad de Hans Jonas. Es decir, nosotros somos responsables de nuestros actos en la medida en la que afectan a otras personas. Ahora bien, si nuestros actos van dirigidos a la naturaleza, la ética tradicional no los considera valorables, es decir, dentro del ámbito de la ética. Pues bien, una ética econcéntrica, sí. Porque si mis actos sobre la naturaleza afectan al que está lejos en el espacio, pues yo soy responsable del mal que le pueda hacer. Incluso si mis actos afectan a los que están lejos en el tiempo, como las generaciones futuras, pues también soy responsable de sus daños. Por ello, si quiero actuar justamente (ideal socialista) no debo actuar con respecto a la naturaleza de tal forma que dañe al no nacido o al lejano. Pero es que esto sólo se consigue si valoro a la naturaleza de por sí, no como un instrumento o un medio, sino como un fin en sí mismo. Un fin puesto que si la naturaleza no está, el hombre tampoco está. Y la naturaleza tiene y cobra valor por sí mismo. Una segunda forma del cambio ético, y con esto termino, es la de recuperar un sano hedonismo. Un hedonismo al estilo Epicuro. La vida es placer, la felicidad consiste en el placer. Pero el placer se consigue con poco, sobre todo si vivimos en la austeridad, que es una virtud. El placer es medida de lo que necesitamos y hay que seguir y cultivar los placeres naturales y necesarios y privarse de los no naturales e innecesario porque estos te llevan a la rueda infernal del deseo y el vicio. Así mismo hay que cultivar los placeres intelectuales, el saber, el conocimiento, la contemplación, la creación artística. Seguir un modelo de vida austero y placentero a la vez. Y todo ello no implica vivir ni en la miseria, ni con el taparrabos, ni eliminar el progreso científico técnico, sino asignar a cada cosa su justa medida.
0 comentarios