Ética evangélica e Iglesia.
Los evangelios no tienen nada que ver con la iglesia. Y hablo de los evangelios en su sentido ético. Y la ética de la justicia social no es la única que hay en ellos, está también la escatológica mesiánica en el sentido judío. Porque Jesús era judío. El teólogo Dietrich Bonhoeffer, mártir antinazi, dijo, “Jesús anunció el reino de los cielos, y vino la iglesia.” Por otro lado, he utilizado, el lado ético de los evangelios, el de la justicia social, el de la fraternidad cristiana, como lo usó fray Bartolomé de las Casas para evitar la matanza y genocidio de indios, bendecida por el catolicismo y el protestantismo, una ética universalizable como la de los evangelios y una ética universalizable, como la de los derechos humanos. Y, de esta manera, hacerlas coincidir en armonía, que es de lo que se trata. Y si hay un diálogo entre religiones y un diálogo entre creyentes y no creyentes debe ir en esta línea no en una postura de guerra, enfrentamiento y susceptibilidades. Y ello requiere, lo siento, el reconocimiento de la historia criminal de la iglesia, por un lado, y, por otro, cosa que es preciso señalar, el carácter no histórico de las escrituras, incluidos los evangelios. Sólo hace falta una lectura comparativa para darse cuenta de la inmensidad de contradicciones que existen entre ellos. Pero hay cosas muy importantes en las que coinciden y es en su mensaje ético. Hay una fuente de estudio entre los especialistas que se llaman las fuentes Q de Quelle: fuente, en alemán. Aquí se recogen las supuestas enseñanzas de Jesús, sus dichos morales, sus parábolas, etc. No hay mesianismo, ni pasión ni resurrección. Lo que es su predicación. Y lo bueno de estas fuentes y su valor histórico es que sí coinciden en su mayor parte con la enseñanza ética de los evangelios.
En fin, el diálogo tiene que partir del reconocimiento de la historicidad de la iglesia. Las discusiones y el debate teológico de fray Bartolomé de las Casas, así como su trabajo en las propias américas, salvaron millones de vidas, curiosamente no es santo, le faltaría haber hecho un milagro, como si fuese poco lo que hizo, que además, curiosamente, su discurso teológico, fue la base de la proclamación de los derechos del hombre y el ciudadano en la revolución francesa, pero en su versión laica. Uno tiene derecho de pertenecer a la comunidad religiosa que le parezca, para eso evolutivamente somos seres religiosos y ha sido una adaptación exitosa. Pero dos cosas son importantes si no se quiere caer en el fanatismo. Uno, en ninguna religión reside la verdad, son todas percepciones particulares, y dos, la iglesia es una institución de siglos, una institución estrictamente política. Es una ciudad terrenal, que diría Agustín de Hipona, no la ciudad de dios en la tierra. Es la representante de dios, pero de un dios particular. Aprovechemos lo mejor que ha dado la iglesia y dejemos a un lado su tremenda historia criminal que, por cierto, en España la tenemos muy cerca, fue connivente y consintió el genocidio de Franco. Igual que también de la misma iglesia surgieron los movimientos antifranquistas que se unieron a los pobres, a los obreros y a los disidentes. El lugar donde realmente debe estar la iglesia y que, en muchas ocasiones, está. Pero, curiosamente, en muchas ocasiones también, la iglesia como institución de poder y de control llama al orden a esos que se fijan demasiado en la justicia social a ver si van a abandonar la dogmática en su desmesurada ayuda a los pobres. Me sumo al jesuita y teólogo de la liberación, Jon Sobrino, que dice, contra lo que proclama la iglesia, “fuera de los pobres no hay salvación”. La iglesia dice, “fuera de la iglesia no hay salvación”. El libro de Jon Sobrino “Fuera de los pobres no hay salvación” ha sido uno de los libros que he leído con mayor placer y sabiendo que la fuerza que tiene detrás su mensaje ético es la fe, la esperanza y la caridad cristiana. Como la obra del catedrático de filosofía de la religión, Manuel Freijó, también creyente y con el que he mantenido cierto debate intelectual después de un curso que impartió en la UNED al que tuve el gusto de asistir “Ilustración y cristianismo”. Nunca he visto un planteamiento de los problemas de la iglesia y de la religión, como conjunto de creencias y el análisis de los ateísmos, aun sabiéndose acorralado, con tanta serenidad y humildad. Un buen ateo tiene la religión como inspiración. Porque, una cosa más, no olvido la espiritualidad, por muy ateo que sea. Y esta se encuentra en la ética, vamos, la caridad en términos religiosos. En la vocación, ya sea religiosa, artística o científico-filosófica, en la contemplación, en la búsqueda de lo universal, en la unidad que elimina las diferencias de lo concreto. En la tolerancia frente al fanatismo, en el sano escepticismo que te lleva a la duda de tu propia duda y de ahí a sumergirte en la nada de la unidad donde no hay ni dualidad, ni diferencias…en fin, en la sustancia eterna o divina de Spinoza, deus sive natura, natura sive deus. Dios o naturaleza, naturaleza o dios. El conocimiento del universo es la propia autoconciencia del universo, porque es una parte del universo, el hombre, la que se está conociendo. De ahí la espiritualidad del conocimiento. En fin, que estas ideas y el budismo al que en mi juventud me acerqué y me sacó del dogma me permiten mirar a la religiones del libro, y al catolicismo en particular, sin rencor, porque nada de lo humano me es ajeno, pero con objetividad.
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