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Filosofía desde la trinchera

El valor de la excelencia.

La excelencia es la virtud. Ése es su significado en griego. Y la excelencia es lo que hay que perseguir en la educación. Es el objetivo máximo y fundamental. Y esto no es elitismo, esto es cumplir el deber con nuestros futuros ciudadanos. Lo que se ha fomentado en este país con las sucesivas leyes educativas, fundamentalmente la LOGSE-LOE, es todo lo contrario. Y por una equivocación de principios básica. Se ha fomentado la mediocridad, la pereza, el éxito fácil, la ausencia del valor de la enseñanza. Los contenidos no sirven para nada, los títulos se pueden obtener sin esfuerzo. El respeto al profesor y a la institución de la enseñanza, así como al material público que se utiliza es nulo. El alumno ha perdido conciencia de todo ello. Ha sido educado en los contravalores del egoísmo hedonista, del narcisismo, del triunfo fácil, de la pereza, la vagancia, el dinero, la fama, la riqueza. Y ha sido distraído del contenido educativo. Los contenidos han dejado de tener importancia y han sido sustituidos por una ambigüedad que es la de los procedimientos, que ahora, más mercantilmente, han llegado a considerarse competencias.

Pues el error es muy sencillo, el fallo consiste en confundir la igualdad de oportunidades con el hecho de que todos los alumnos deben llegar a obtener los mismos conocimientos y un título. Pues bien, esto, sumada a la falsa pedagogía constructivista y motivacional que es la base teórica de la enseñanza nos ha llevado a la mediocridad del alumnado, tanto en lo que se refiere a los conocimientos, como en lo que se refiere a la ética, su comportamiento cívico. Al igual que el conocimiento es escaso, el comportamiento es incívico. Pues, no señor. El objetivo –y no es esto antidemocrático, ni elitista, sino meritocrático- es el cultivo de la excelencia, tanto en el nivel cognitivo, como en el ético-cívico. De lo que se trata es de que nuestros futuros ciudadanos sean cultos, conozcan y que el conocimiento sea un arma de liberación. El conocimiento nos hace libres. Pero es que, además, ese conocimiento nos hace ciudadanos respetuosos y respetables. Porque el conocimiento se va a entender como un valor. Un valor imitable y deseable, frente a los valores de la mediocridad que señalé antes. Y, por otro lado, la excelencia, la virtud, debe estar en el nivel ético-cívico. De lo que se trata es que el alumno sea un buen ciudadano. Es decir, un ciudadano comprometido con lo común, con la res pública. No un ciudadano que se mira su propio ombligo y busca su propio placer, ni un ciudadano que pretende escaquearse del deber. Y, tampoco un ciudadano que valore más el defraudar a hacienda, porque eso es ser listo, que ser un ciudadano transparente económicamente y dispuesto a ayudar a los demás sabiendo que la riqueza no es el máximo valor, sólo un bien que nos permite vivir y con el vivir poder practicar la virtud.

Pues la excelencia se ha perdido y la nueva ley de educación, la LOMCE, no la recupera. Es más, fomenta la competitividad darwiniana (un Darwin mal entendido). Es decir, ser el mejor en el engaño económico, ser el mejor participando en el casino capitalista-financiero que hemos montado. Y, por otro lado, la nueva ley pone como su objetivo máximo, la empleabilidad. Ya no se puede hablar ni de ciudadanía, ni de virtud, sino de ser empleado. Se educa al ciudadano para emplearse, para ser mano de obra del empresario. El valor máximo es la riqueza y el individuo, vasallo, súbdito, porque ha dejado de ser ciudadano, es un valor en el mercado, no un fin en sí mismo, se le ha quitado su dignidad. La nueva ley de educación instrumentaliza al alumno y al profesor convirtiendo a este último en vehículo de esta fechoría. La meritocracia se reduce al triunfo en el mercado o a obtener un trabajo para, mínimamente, sobrevivir. Por eso la ley es ideológica, no sólo por la asignatura de religión, sino porque persigue la ideología ultracapitalista, además de conservadora de la sociedad en la que vivimos.

Pero es necesario recuperar el viejo ideal de la Ilustración. Decía Kant que el tribunal de la universidad era la razón. Hoy en día el tribunal de la enseñanza es el mercado. Si no recuperamos el viejo ideal ilustrado nos sumiremos en una época de barbarie. Perderemos progresivamente nuestros derechos hasta que al final perdamos la ciudadanía y volvamos a ser vasallos. Y este es el nuevo fascismo, la nueva Edad Media que nos amenaza, que es ya presente. Y por eso he dicho y mantengo que la LOMCE no es más que una continuación de la LOGSE-LOE, el fin era el mismo. Y por eso la nueva ley elimina las humanidades, en especial la filosofía. Porque este saber es un saber que nos permite saber interpretar el mundo en el que vivimos. Y al poder esto no le interesa. Y elimina la ética, porque no hay que plantearse la virtud, porque en realidad, ya no hay virtud, sino obediencia al dios mercado. Y porque no hace falta una formación ni integral ni integradora, sólo un saber hacer que es lo que exige la empleabilidad. Pero el viejo ideal de la Ilustración es el saber para transformar el mundo que no nos gusta porque consideramos injusto, unidimensional, reduccionista, desigual y cruel con el propio semejante hasta llegar a su exterminio.

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