Blogia
Filosofía desde la trinchera

La ley se superpone a la pasión.

                Ha sido demasiada la polvareda que ha levantado la sentencia del tribunal de Estrasburgo de los DDHH. Una polvareda, en forma de indignación, que es sólo comprensible, por lo que es la naturaleza humana, que luego veremos, pero injustificable desde una cultura que debería tener asumido el significado de la democracia, los derechos humanos y lo que vela por todo ello que es el estado de derecho, la ley. Y creo que esta indignación que se ha producido, sobre todo en las víctimas de asesinatos horrendos de la banda terrorista de ETA, debe ser dirigida hacia el sentido común, todo lo contrario de lo que la clase política, en especial el Partido Popular han hecho. Y lo que han hecho es estrictamente demagogia. Es decir han engañado en su propio interés, poner a su favor el dolor de las víctimas, apelando a las más bajas pasiones, mientras que con la boca chica afirmaban acatar la sentencia, entre otras cosas porque no le queda más remedio al formar parte de Europa y haber reconocido la validez universal del tribunal de Estrasburgo. La sentencia argumentaba y tumbaba la doctrina Parot por ir en contra de los derechos humanos. Y los juristas están de acuerdo en su inmensa mayoría. Ahora bien, los políticos que nos gobiernan, algunos intelectuales, como Savater o Albiac, por mencionar algunos, están en contra, pero no han ofrecido ni un solo argumento jurídico ni ético. Entre otras cosas, porque no los hay. Los políticos han apelado a las bajas pasiones, estrictamente a la venganza, de lo que hablaremos después, los intelectuales han sido más sutiles, pero han retorcido los conceptos, Savater ha hecho demagogia de la democracia y Albiac ha intentado rizar el rizo haciendo una distinción forzada entre la redención, que es posible desde la teología, pero no desde la ciudadanía, al ser éste un concepto estrictamente religioso. En ambos casos, intelectuales orgánicos, vendidos al poder, uno al de la derecha y otro al de la izquierda. Desde luego que más comprensible es Savater habiendo sido un blanco de ETA durante muchos años, haber tenido una actitud valiente frente a la banda armada que le hizo tener que abandonar la Universidad, que ayudó a fundar, el País Vasco y vivir largos años con escolta. Una actitud valiente y heroica, pero ello no le exime de no entender la sentencia y de hablar desde la pasión y no desde la razón, que es desde donde debe hablar un filósofo por mucho que le duela. Hubiese sido un último acto de heroísmo.

                Pero lo lamentable es la actitud de los políticos y de la ciudadanía en general. Los políticos en lugar de dar ejemplo de racionalidad y de defensa al estado de derecho han instado a las bajas pasiones. Y ello ha alimentado el monstruo que todos llevamos dentro, la necesidad de venganza. Las asociaciones de víctimas han sacado este monstruo a la luz, lo cual las pone en igualdad con el asesino. La diferencia entre el hombre civilizado y el asesino es que el primero está bajo la ley, mientras que el segundo está por encima de la ley y del bien y del mal. Es comprensible la actitud de las asociaciones debido al dolor sufrido y que siguen padeciendo, pero el estado de derecho, la isonomía, el imperio de la ley, lo que garantiza es que todos tengan un juicio justo por igual y elimina la posibilidad de la venganza al intervenir un tercero, que es el poder judicial que aplica la ley desde la isonomía, el imperio de la ley. Y eso es lo que marca la civilización.

                El hombre, en tanto que homínido, en su estado de naturaleza, que diría Locke, tiene el poder absoluto de la venganza y libertad absoluta sobre la propiedad. Pero al resultar que todos los hombres tienen el mismo poder, pues la vida en el estado de naturaleza es un sufrimiento, un estado de angustia permanente. Estoy amenazado por cualquiera, porque cualquiera se ve en el derecho de arrebatarme mi propiedad e, incluso, mi propia vida, por venganza, si así lo estima oportuno. De ahí que surja el contrato social. Y éste consiste en una ley igual para todos que limita nuestro derecho absoluto de propiedad, de venganza y de libertad. Pero bajo esta ley vivimos protegidos y ya no tenemos que preocuparnos de las amenazas. Esto no elimina el sentimiento de venganza, que es una de las pasiones más fuertes del hombre. Pero ya no soy yo el que ejecuto la ley, que emana del poder legislativo, sino que es el poder judicial. Y, de esa manera se canaliza la venganza y se le reconoce al otro el hecho de ser hombre; es decir, su dignidad. Porque la venganza no reconoce la humanidad del otro, por muy brutal que el otro haya sido es un ser humano al que hemos dotado, por ley, de dignidad. La venganza, al ser irracional, se salta la ley, no la contempla, y nos lleva al estado primitivo. A la imposibilidad del gobierno y de la vida social. La venganza es una monstruosidad porque va acompañada del placer del dolor infligido al otro al que se le considera un monstruo. Pero el mismo acto de la venganza nos convierte en monstruos, en incivilizados, nos hace perder la dignidad. Es la ley la única garantía de nuestra dignidad. Y es la ley la única que garantiza nuestra libertad, porque es el cumplimiento de la ley lo que hace posible vivir en paz y tranquilidad, sin miedo al otro y considerando a éste, como otro yo: un sujeto de derecho y también un sujeto sintiente. Por ello su dolor es mi dolor. En este sentido la ley, además de darme la libertad, me dignifica al civilizarme, que no es más que ser capaz de tener conciencia del dolor del otro. De modo que la instigación de los políticos a las bajas pasiones sólo puede alimentar al monstruo de la venganza y lo que hace es destruir una sociedad, crear monstruos y odio por todas partes. El político, al contrario, debe ser ejemplar. Y, con su vida y su palabra, debe defender la ley, el estado de derecho, la isonomía. Y más cuando estamos hablando de un Tribunal Internacional de los DDHH, la fuente y la garantía de la dignidad de los hombres. Pero, la verdad, esperar esto del político, cuando no son capaces de hacer cosas más fáciles, es mucho esperar. El político ya no es un pedagogo ni un filósofo, es un oportunista y un demagogo. Pero esta vez ha jugado con fuego y alimentado una de las pasiones más bajas del ser humano: la venganza y el odio y lo ha contagiado a la sociedad en general. Y ello ha supuesto bajar un escalón más en la democracia, si es que ello era posible. En fin, un espectáculo lamentable, bochornoso y esperpéntico. Y no estoy defendiendo a ningún asesino, defiendo al ser humano y a la ley que es la que nos humaniza.

 

0 comentarios