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Filosofía desde la trinchera

Me encanta coincidir con los creyentes, pero esto sólo ocurre cuando no son fundamentalistas teológicos, sino seguidores de la ética evangélica. Al fin y al cabo, creyentes y ateos, procedemos de la filosofía griega y la religión cristiana. Esos pilares son irrenunciables por muy afilosófico o ateo que uno sea, o ignorante de la filosofía y la religión. Ambas forman parte de nuestro inconsciente colectivo o de la cultura.

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Lamentable e impresentable. Yo no entiendo como la ciudadanía en general permite esto, menos como los simpatizantes y los militantes lo permiten. Está claro que vivimos en una democracia de cartón y que es necesario refundarla. De lo contrario aceptemos de una puñetera vez que estamos y queremos ser dominados por una casta, una élite impresentable y corrupta. Pero si lo admitimos no tenemos el derecho de llamarlos así, porque somos nosotros los que lo permitimos votándolos.

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Cierto, la LOMCE, es un engaño, pura retórica. No se trata de un modelo meritocrático, dentro de una democracia, que es lo suyo. Sino de un modelo competitivo inspirado en el capitalismo salvaje. En cuanto a la autoridad también es cuestionable. El profesor como autoridad legal no es algo necesario si el marco educativo fuese distinto. La LOGSE ha democratizado la enseñanza convirtiéndola en algo horizontal, ése es su modelo pedagógico, y eso, entre otras razones, arruina el aprendizaje y la autoridad del profesor. Hay que entender que hay ámbitos no democráticos, como es precisamente el proceso de aprendizaje y es aquí donde surge la autoridad moral e intelectual del profesor, por un lado, y la meritocracia, por otro. Sin abandonar al que menos da de sí, pero fomentando la excelencia. Y esto está ya en el discurso fúnebre de Pericles sobre la democracia. La democracia no es igualdad ontológica, sino de oportunidades y nada más. La democracia, en la enseñanza, debe fomentar la excelencia intelectual y, para eso sólo hace falta autoridad intelectual y moral del profesor.

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Ejemplaridad moral y política. El secreto de la no exclusión es la concepción del hombre como uno, como humanidad. Ése debería ser el imperativo moral de todo dirigente político. Pero el problema es que, de hecho, en el mundo de la política la moral ha sido tirada por el desagüe.

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Democracia y educación.

 

Queda claro que en cualquier régimen autoritario o totalitario la educación viene dirigida por el poder. Lo que no está claro es que eso ocurra en las democracias. Lo que yo voy a mostrar aquí es que eso también ocurre en democracia, sobre todo cuando éstas han dejado de ser tales y el logos nos es el centro, sino, en nuestro caso, el mercado.

La democracia surge en Atenas como realización del diálogo. Y éste se realizaba en el ágora. La característica del ágora es que es un lugar vacío, la plaza rodeada de los edificios públicos. Y nos preguntamos quién habita el ágora. El ágora está ocupada por el logos: la razón, el discurso, el lenguaje, la argumentación… Y es esto lo que hace posible la democracia y la educación. Porque el diálogo es asumir que nadie tiene la razón, por tanto, tampoco la verdad, sino que la razón es compartida y, a su vez, instrumento de la conquista de verdades provisionales que habrá que ir perfeccionando con el tiempo. Ahora bien, cuando este espacio ocupado por el logos es desalojado por la fuerza y ocupado por algún poder, religioso, militar, tiránico…entonces se acaba el diálogo y se acaba la democracia y todo lo que ello conlleva. En nuestros días ese espacio lo ocupa el mercado. De ahí que nuestras democracias sean partitocracias oligárquicas, democracias de muy baja intensidad en la sque los ciudadanos son cada vez más vasallos y menos ciudadanos.

Nuestra democracia al ser representativa acaba en partitocracia. El problema es que se gobierna para el partido, el partido busca el poder. La educación se convierte en un arma del poder a través de la cual transmitir el pensamiento único.

Sin embargo el objetivo de la educación debería ser la ciudadanía y la libertad. Es el objetivo con el que nace la educación moderna desde la Ilustración. Pero ya en el siglo siguiente lo vio claro Niestzche y se dio cuenta de que la educación es una forma de adoctrinamiento de masas. Los objetivos de la educación como los contenidos son marcados por el poder y el poder no quiere ni libertad, ni disidencia, sino obediencia y sumisión. En un totalitarismo está claro que la educación es un instrumento del poder. Pero la democracia no escapa a esto. Tanto en su conjunto o estructura, el poder en tanto que tal, trata de perpetuarse, como particularmente, en este caso el partido que gana las elecciones pretende encontrar en la educación un vehículo de transmisión de su ideología.

En cuanto al mito de la democracia dentro de la educación. Pues eso es algo que ha venido con la nueva pedagogía. Y aquí el problema es que hay zonas donde la democracia no existe ni se puede aplicar y una de ellas es precisamente el proceso de aprendizaje. La nueva pedagogía lo que hace precisamente es intentar democratizar este proceso convirtiéndolo en un proceso horizontal (maestro-alumno) De ahí el sofisma de que hay que enseñar a aprender a aprender y de ahí lo de las competencias. El proceso de aprendizaje es vertical y va desde el que no sabe al que sabe. Por supuesto que se puede hacer mediante un diálogo socrático, en muchos casos, que no siempre (el alumno tiene que aprender conceptos y memorizarlos y, a partir de ellos aprender. Desde la nada no se puede aprender), pero en este diálogo el que pregunta ya sabe la respuesta y dirige el aprendizaje, el camino que ha de seguir el que aprende. Le ayuda a reconstruir el conocimiento, pero previamente él tiene ya el conocimiento. Y para que el conocimiento quede fijado el alumno deberá memorizar, fijar conceptos y esto es lo que requiere del esfuerzo. Si seguimos el modelo horizontal la educación se convierte en una mediocracia. Y eso ha sido lo que ha ocurrido con el modelo LOGSE-LOE. Ahora bien, esto procede de un mal entendimiento del concepto de igualdad. La igualdad se refiere a la igualdad de oportunidades, no un igual aprendizaje para todos, ni una igualdad natural u ontológica. Y este falso concepto de la igualdad se une a otro falso concepto que es el de la obligatoriedad. Si la educación es obligatoria, necesariamente es un instrumento del poder. Ahora bien, el que no sea obligatoria no implica que no sea accesible absolutamente a todo el mundo: desde la educación infantil al doctorado. Una educación pública y gratuita desde la infancia al doctorado. Así, concluyendo, el proceso de aprendizaje debe ser vertical porque ésa es su propia naturaleza y no puede ser democrático, porque las diferencias existen y son reales. Y ese proceso vertical basado en el esfuerzo y el respeto a la autoridad intelectual y moral se convierte en una meritocracia. Pero de ésta ya hablaremos en otro momento.

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Vamos a ver la justicia si lleva a la igualdad, siempre que ésta sea de oportunidades. La igualdad es una consecuencia, no es algo de lo que se pueda partir. La justicia viene dada, es algo de lo que se parte, por imperativo legal tras la aprobación de un conjunto de leyes. La libertad es el germen del que puede surgir la justicia, pero sólo la justicia, a su vez, el sistema de leyes, puede garantizar la persistencia de la libertad. Libertad e igualdad son compatibles siempre desde un marco que las limita y las regula que es la justicia. Y, todo ello, sólo es posible desde un marco más general y previo que las pone como praxis política, es decir como algo que hay que conquistar, porque la democracia no es ni será nunca algo hecho y dado de una vez, que es, como digo, la democracia.

 

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