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Filosofía desde la trinchera

La sociedad del malestar, la sociedad del cansancio. Hemos creado una cultura en los últimos cuarenta o cincuenta años que reduce al hombre a un mero objeto que es tratado, considerado y medido científicamente. Un objeto que tiene una única misión: consumir y trabajar para consumir. Los valores tradicionales han muerto, las religiones tradicionales, también. Sólo nos quedan los nuevos ídolos que la sociedad de consumo de masas nos ofrece de forma rápida. No nos da tiempo de agotar uno cuando se nos ofrece otro. Se nos ha exigido que tenemos que estar al cien por cien en  nuestro trabajo. Nuestro trabajo ya no es tal, sino que es precariado. El individualismo egoísta nos acecha, la competitividad crece. La soledad y el sinsentido aumentan. Pero el sistema tiene la solución, a la par de que se inventa enfermedades (las multinacionales farmacéuticas) tiene preparado todo un arsenal de pastillas, fundamentalmente: ansiolíticos y antidepresivos para tratar a los supuestos enfermos. Cuando en realidad la enfermedad es la sociedad. A esa medicación acuden tanto personas realmente enfermas (angustia y depresión endógena que se dispara por factores externos con facilidad) y exógenas: causas externas transitorias. El caso es que estas últimas cada día aumentan más. Y estas medicinas, los ansiolíticos en particular, crean una fuerte adicción de la cual es difícil salir. De modo que una sociedad enferma crea enfermos imaginarios que lo que hacen, en definitiva, es obedecer al propio sistema, quedarse sin mecanismos intelectuales de defensa, sin poder pensar que lo que hay que hacer es transformar la sociedad, que ellos son víctimas. Es una forma más de control. El viejo “soma” de “Un mundo feliz” de Husley.

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