El eterno tema de la esperanza. Sin esperanza la vida y la historia son imposibles. La esperanza es el origen de las religiones y de las utopías políticas. Ambas han sembrado la historia de cadáveres. Mejor quedarse con la esperanza con minúsculas de la que nos habla el sabio Manuel Freijó. Y ésta es la que nos construimos cada día, la que le damos, fragmentariamente, a la historia. La que fomenta el diálogo entre las religiones. La que nos habla de que el camino de la sabiduría es diferente en apariencias, pero en el fondo es común. Y que la guerra es fruto de las apariencias y del ansia del poder de los hombres. Mientras que las creencias se utilizan como ideología para que los hombres luchen entre sí. Pero en el fondo de las religiones, de las visiones filosóficas, hay una sabiduría común que tiene más que ver con la fraternidad (la gran olvidada de la Ilustración y descubierta ya en la época axial: Sócrates, el budismo y el cristianismo evangélico) que con la guerra y el odio entre los hombres. No olvidemos la sabiduría estoica: “hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” que decía Terencio. Por eso estos días de ensalzamiento ritual de la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, dividen y enaltecen más que unir. Hacen falta más actos y menos rituales. Más ética y menos moralina. Menos golpes de pecho y más meditación sobre el mensaje interno de los evangelios del que otro día hablaremos.
“Y es que, cuando nos golpea la desgracia, los humanos nos hacemos especialmente conscientes de que siempre son necesarias las dos cosas: retirar escombros y alumbrar nuevas constelaciones de sentido, hacer frente a lo perentorio y pensar en futuros más halagüeños y esperanzadores.”
“Proponemos, más bien, continuar “a vueltas con la esperanza”. La esperanza con minúsculas tiene larga vida asegurada; sin ella todo se seca, la vida se torna lánguida e imposible. La otra esperanza, la de las religiones, la que promete el final de la hegemonía maldita de la muerte como último destino de los seres humanos, está al borde de lo desorbitado, pero no es imposible adherirse a ella. De hecho, millones de cristianos lo hacen estos días, con la mirada puesta en el destino de Jesús de Nazaret.” Manuel Freijó.
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