Lecciones
“Nada de lo que veo no significa nada.” Lecc. 1
Toda percepción es una percepción cargada de teoría, de ideas y creencias, por tanto, su significado es absolutamente engañoso. El significado de lo que vemos, por ejemplo, de lo que pensamos de los demás, es un significado engañoso. Por eso la mejor opción es no juzgar. Siempre suspender el juicio. Mirar al otro desde ti mismo; es decir, ponerte en su lugar y, de esa manera, no lo juzgas,. Así, asumes que todo lo que uno ve, no significa nada. El mundo que nos rodea es nuestra percepción, pero nuestra percepción es una manera más de ver el mundo, no es ni la única ni la definitiva. Hay que sentir esto como una realidad, no como verdad demostrada. Nada de lo que yo veo puede significar nada. Entonces se produce un vacío en mi mente que me impide juzgar. Puedo observar mi vida, mi pasado, mi futuro, la actualidad. Y es entonces cuando esa ausencia de juicio me lleva a la suspensión del pensamiento. Y si suspendo el pensamiento me siento en armonía, en el aquí y el ahora. No hay proyección de nada. Todo es armonía.
“Le he dado a todo lo que veo todo el significado que tiene para mí.” Lecc. 2
Por eso, cuando tomo en cuenta la percepción le doy a todo lo que veo el significado que tiene para mí, pero, entonces, quedo atrapado en el juicio. Porque nada tiene significado. Y lo que hago, y esto se convierte en un bucle de juicios, es que le doy a todo lo que veo, personas, cosas, acontecimientos…el significado que tienen para mí y los absolutizo. Es decir, que creo que es el único significado que tienen. En cambio, cuando sé que nada significa nada y que lo que hago es darle a las cosas el significado que yo proyecto, pues, entonces, me doy cuenta de que me estoy engañando. Ahora bien, si suspendo el juicio, si no juzgo, solo estoy, soy, pues entonces emerge la armonía, no hay separación y surge la Unidad.
“No entiendo nada de lo que veo.” Lecc. 3
En realidad, si me paro a pensar, es que no entiendo nada. Nada tiene sentido, nada significa nada. Y yo, me esfuerzo por dar un significado. Y ese significado viene de mis prejuicios; esto es, del conjunto de ideas y creencias que yo tengo. Pero, si me paro, si soy sincero conmigo mismo, no entiendo nada. Todo son juicios del entendimiento que aumentan mi idea de ego y, por ello, mi separación, si soy valiente y no juzgo, ese no entender nada se queda en suspenso, ya no importa nada. Sólo hay Ser.
“Estos pensamientos no significan nada. Son como las cosas que veo en esta habitación.” Lecc. 4
No sólo las cosas que veo no significan nada, sino que si observo mis pensamientos, pues ocurre lo mismo. De dónde vienen, por qué los tengo, cuáles son los efectos que producen en mí, qué emociones despiertan y qué acciones. Si les doy importancia, si considero que lo que yo pienso significa algo, pues entonces estoy atrapado en el efecto del pensamiento, pero si lo veo objetivamente, si lo observo, entonces no los juzgo y pierden el significado. Si suspendo el juicio sobre mis pensamientos, pues no significan nada. Y si admito que mis pensamientos no significan nada pues me siento absolutamente liberado de su poder. Los pensamiento me tienen atado, si siento que no significan nada, soy libre. Y todo pensamiento alimenta al ego, por ello, alimenta la separación. Si no le doy importancia al pensamiento, si estoy convencido; es decir, vivo y pienso que no significan nada, entonces me libero del poder de los pensamientos y me libero del ego, porque los pensamientos alimentan el ego. Ya sólo siento la armonía, la Unidad. Si mis pensamientos son juicios sobre los demás y me doy cuenta de que no significan nada, porque, perfectamente podría juzgarlos de otra manera, entonces suspendo el juicio y no pienso nada del otro, sólo lo observo me miro en él, lo veo a él. Soy él.
“Nunca estoy disgustado por la razón que creo” Lecc. 5
Cuando estoy disgustado, lo estoy por un juicio que hago sobre algo, alguien o a mí mismo. Y es ese juicio, su contenido, el que yo creo que es lo que me disgusta. Pero no es ese el caso. Estoy disgustado porque juzgo. Porque el juicio es un falso conocimiento de mí mismo. Si no juzgo, si sé que nada tiene importancia, ni significa nada, entonces no juzgaré. El juicio es fruto de una carencia. Es una proyección hacia el otro o hacia nosotros mismos. Procede de un desconocimiento. De la ignorancia. En el fondo, la causa del juicio que produce sufrimiento es la ignorancia de por qué juzgamos y detrás de ese juicio hay una proyección y más allá un sentimiento de carencia. Pero si somos consciente de que nada significa nada, nuestros juicios carecen de valor. Entonces sentimos nuestro Ser. Somos plenos, y, en tanto que somos plenos, pue no nos sentimos carentes de nada, la carencia alimenta al yo, pero sin sentimiento de carencia no hay ego y sin ego no hay sentimiento de separación, sólo Unidad. Esa unidad es la armonía con lo que Hay. Es la conexión con nuestro Ser real, con nuestra propia naturaleza.
“Estoy disgustado porque veo algo que no está ahí.” Lecc. 6
Claro, como ya he dicho, el origen de mi enfado es un juicio. Algo que me dice algo de alguien, o de una situación, o de mí mismo…pero los juicios no significan nada. Es decir, que estoy hablando de algo que no está ahí. Por eso, cuando suspendemos el juicio, que dicen los estoicos, cuando dejamos de juzgar, entonces ya no hay nada ahí. Y, claro, si no hay nada, nada me puede afectar. Pero al juzgar creo la ilusión, la fantasía de que hay algo ahí. Porque todo juicio es una proyección de lo que siento, del significado que yo le doy a las cosas. Pero si nada significa nada. Si no hay nada ahí afuera, salvo lo que yo pongo, entonces no hay nada por lo que me tenga que enojar.
“Solo veo el pasado.” Lecc. 7
Cuando juzgo lo que veo es el pasado. Juzgamos, pensamos, desde el pasado y es el pasado el que proyectamos en nuestra forma de ver el mundo. Pero el pasado no existe. Porque el pasado lo juzgamos, es una proyección. Es una historia que nos contamos a nosotros mismos para darnos un sentido. En realidad, es la historia de autoconstrucción del ego. Pero no hay pasado, porque todo pasado es una interpretación. Si suspendo el juicio el pasado se me da como presente. Es como mirar desde la eternidad. Y, al no juzgarlo ni proyectamos sobre él, ni él se proyecta sobre nosotros. Vivimos instalados en el Ser. En armonía y en paz. Sin pasado, no hay ni remordimientos, ni rencor, ni resentimientos. Todo juicio se suspende. No hay pasado porque perdonamos todo lo que hemos hecho, es decir, lo aceptamos con amor incondicional y, entonces, todo aquello que es negativo se transmuta en su opuesto. Y surge la armonía, comprendemos el mal y el bien como productos de nuestros juicios. Pero al suspender el juicio, ni bien ni mal existen. Estamos por encima de los opuestos. Estamos en la armonía de los opuestos. Cuando juzgamos sólo vemos el pasado. Es decir, que proyectamos nuestro pasado en el juicio. Y el pasado, además es una interpretación. El pasado es nuestra biografía que sustenta al ego. Es decir, una ilusión.
“Mi mente está absorbida con los pensamientos del pasado.” Lecc. 8
Cuando yo pienso, pienso desde el pasado. Porque es el pasado el que me permite juzgar. Sin una interpretación de las cosas, sin un significado que le doy a las cosas y eso lo hago desde lo que han significado en el pasado, no es posible el juicio. Por eso, mi mente está inmersa en el pasado. Pero si el pasado no es, entonces mi juicio carece de sentido. Es la explicación de que nada significa nada, porque todo lo que juzgo lo hago desde mi mente instalada en el pasado. Pero, claro, resulta que el tiempo es la idea del ego en la que puede vivir. El tiempo lineal es una ilusión en la que estamos. El tiempo lineal nos limita. Nuestra auténtica realidad es la eternidad, la ausencia de tiempo. Ahí no hay juicios. Nuestra mente correcta debe salir a ese estado de plenitud, de Ser. Cuando abandonamos la idea de tiempo nos instalamos en la eternidad. Pero no es esto un acto meramente intelectual. Sino que uno debe comprenderlo desde el corazón, debe integrarlo y pensarlo desde su hemisferio derecho en el que no hay la idea de tiempo. Así, podremos estar en el mundo, pero no Ser del mundo. Es decir, siempre, hasta nuestra muerte, estaremos en el mundo, por tanto, nos regiremos por las leyes del mundo ilusorio, pero no nos identificaremos con ellas, porque sabemos que la Realidad es el Ser y en el Ser no hay, ni tiempo, ni casualidad, ni causalidad, sino pura sincronía de todos los fenómenos. Desde la eternidad vemos como todo coincide sincrónicamente. Por eso lo que hacemos es sentir el Ser, esa sincronicidad y convencernos de que estamos en el mundo de ilusiones, de tiempo, pero no me identifico con eso, sé que no soy eso. Por eso, si abandono el pensamiento, abandono toda proyección del pasado y me libero.
“No veo nada tal como es ahora.” Lecc. 9
Si todo lo que veo es una proyección del pasado con la intención de dar sentido y mantener íntegra mi idea de ego, pues entonces, no veo nada tal y como es ahora, lo veo con el significado proyectado de mi pasado. Y, de lo que se trata es de liberarse del poder del pensamiento. Si yo entiendo que mi pensamiento procede de mi pasado y me mantiene en un ego, pues, entonces, lo que tengo que hacer es no pensar, no emitir juicios. Y, de esa manera, el ahora se me presentará como tal. Es el cambio de percepción. De lo que se trata es de cambiar, nuestra percepción, que es particular, parcial y procede de nuestra visión del pasado, es una interpretación, por el conocimiento. Y esto exige un conocerse a sí mismo por completo. Ver de dónde vienen mis juicios. Y, en el momento en el que comprendemos el origen del engaño, entonces el ego se disuelve y aparece el ahora, que es la eternidad, no un momento en el tiempo, porque no hay tiempo lineal, no hay un ahora en el tiempo. Hay un fuera del tiempo en el que todo ocurre de una vez y, si no juzgo, lo siento todo existiendo de una vez: siento, la luz, la Unidad, el Ser…
“Mis pensamientos no significan nada.” Lecc. 10
Ya hemos aludido a esto. Lo que yo pienso es una construcción. Pero todo lo que yo pienso. Y he de observar todo pensamiento para ser consciente de que no significan nada. Y no significan nada porque mi mente está inmersa en el pasado y entonces mis pensamientos, que surgen de la mente, pues no significan nada, porque, en realidad, lo que son es una proyección de mi ego. Pero si yo consigo comprender-sentir, que mis pensamientos no significan nada, entonces, me deshago del poder del pensamiento sobre mí. Cambio, inmediatamente, del estado de consciencia de percepción y juicio que sostiene al ego, al estado de conocimiento puro, en el que no hay tiempo y no hay pasado. Esto es una transformación total. Se siente como un clic, digamos. Y, de repente, el mundo aparece bajo otra forma de ver, que es como una ausencia de forma de ver. Ya las cosas son lo que son, no lo que yo creo que son. Mi consciencia se expande, nada significa nada, nada me importa nada. Yo Soy.
“Mis pensamientos sin significado me están mostrando un mundo sin significado.” Lecc. 11
Evidentemente, si mis pensamientos no tienen significado y yo me hago consciente de esto, pues resulta que el mundo que se me muestra es un mundo sin significado. Pero el significado que yo le daba al mundo era una proyección de mi ego, algo que me protegía. Ahora que ya sé que mis pensamientos no significan nada, pues el mundo tampoco significa nada. Y si no significa nada, ya ni ataco, ni me defiendo, simplemente soy. Estoy en el Amor o la armonía. He salido de la mente separada, de la mente incorrecta. Estoy en el Ser. Si el mundo no tiene significado, no hay tiempo. Estoy viendo desde la eternidad. Porque, cuando otorgamos significado a algo, lo hacemos en el tiempo. El mundo sin significado es una puerta abierta al Ser.
“Estoy disgustado porque veo un mundo que no tiene significado.” Lecc. 12
Claro, la raíz de todo es que nada significa nada. Entonces, inconscientemente le doy un significado, es el ego el que da significado, porque el ego no soporta que nada signifique nada, porque entonces, él no tiene sentido. De qué se va a alimentar un ego que no puede juzgar porque nada significa nada. Por eso, aunque sea a nivel inconsciente, el malestar surge de que nada significa nada. Lo que hemos hecho es cambiar de percepción. Conocernos a nosotros mismos y darnos cuenta de que nada significa nada. Cuando somos consciente de esto, entonces ya no hay un yo que pide permanencia. Y reconocemos dónde está nuestra herida. Pero, si aceptamos-vivimos-amamos, el que el mundo no significa nada, entonces no hay separación. Pero primero hemos tenido que darnos cuenta de esto. Por eso, cuando sufrimos lo hacemos porque el mundo no significa nada y, entonces el ego construye un sentido que nos hace sufrir. Todo está en abandonar el juicio, no juzgar, es decir, no pensar y, entonces abandonamos la mente incorrecta y nos situamos en el Ser-conocer.
“Un mundo sin significado engendra temor.” Lecc. 13
Si nada tiene significado sentimos miedo. Y el miedo es lo que mantiene al ego. Y el miedo es separación. Un mundo que no significa nada, que es la Realidad, pues hace que el ego sienta temor, que sintamos temor, porque si el mundo no significa nada el ego se ve amenazado, se ve amenazado de muerte. Porque un ego en un mundo que no significa nada no tiene ningún sentido. Como ya hemos recorrido el camino de vuelta. El que nos ha llevado al conocimiento de que nada significa nada porque todo es una proyección del ego, entonces el ego siente temor. Del temor del ego surge el intento de dar significado al mundo y ahí está el origen del sufrimiento, la escisión y la separación. Cuando llego al conocimiento de que el mundo no significa nada, entonces el ego siente pánico, y no sin razón, está a punto de desaparecer. Resistir ese pánico y dar el paso hacia la aceptación de la ausencia de significado es el cambio total de nuestra percepción, de nuestro estado de mente incorrecta a una mente sanada, en la que no hay herida, todo es armonía. Estamos fuera del tiempo, estamos en comunión. Hemos transmutado los contrarios, no es que hayamos eliminado el mal, es que hemos cambiado la forma de mirar. Y no hacia otra perspectiva, sino hacia la ausencia de perspectiva, porque ya no es el ego el que mira, sino nuestro Ser. Hemos integrado nuestro entender con nuestro sentir. Hemos ampliado nuestra consciencia.
“Dios no creó un mundo sin significado.” Lecc. 14
Esto nos parece contradictorio. Dios es el Ser, así nos sentimos más a gusto, porque la palabra Dios arrastra mucho culturalmente. El Ser es, ahora bien, el significado y sentido que nosotros le damos por nuestros pensamientos, es particular, es una ilusión, un engaño y una proyección, y se produce en tanto que es nuestro ego el que lo construye. Todos los horrores del mundo son fruto de nuestros egos, del intento de crear un sentido del mundo. Ahora bien, si abandonamos el ego, nada significa nada. Hemos encontrado el origen del mal en el mundo, no es fruto del Ser, sino del intento de separarnos del Ser. Es muy doloroso ser consciente de esto. Y es un paso importante para redimirnos de nuestro sufrimiento, para abandonar el ego definitivamente. Es la aceptación. Cuando uno acepta, acepta amando lo que es, no por resignación. El que se resigna es el ego. Aceptar es estar en estado de Presencia. No hay mal en ese estado. El mal es un juicio del ego. De ahí el temor del ego a un mundo que no significa nada. El sentido del Ser es el sentido de lo que hay. Es el sentido de recobrar nuestra unidad y, para recobrar la Unidad con el Ser debemos reconocer al hermano; es decir, debemos pasar por la fraternidad. Reconocernos en el otro.
“Mis pensamientos son imágenes que yo mismo he fabricado.” Lecc. 15
Volvemos a insistir en lo anterior. Los pensamientos proceden del ego y los he fabricado yo, por tanto, dan un significado al mundo que no es. Porque el mundo no tiene significado, es mi ego, en su afán de supervivencia el que da significado al mundo a través de los juicios, que son siempre de ataque o defensa. El ego sólo existe si y solo sí, se diferencia, se enfrenta, está dividido. Ahora bien, el ego no crea nada. Lo que hace es fabricar. Por eso, todos los pensamientos que yo tengo sobre el mundo son fabricados por el ego, por eso no significan nada, no son más que producto del miedo y la autoconservación. Por eso el ego ataca y, por eso, el mal del mundo es una fabricación del ego. No es que no exista, sino que procede de nuestra ignorancia, de una falsa manera de percibirnos. Al percibirnos separados atacamos y de ahí surge el conflicto con el otro. Y vemos al otro como a un enemigo y no como a un hermano. De ahí que sea tan difícil la fraternidad, porque implica la disolución del ego, el no distinguirse del otro, ni por pensamiento, ni creencia, ni raza, ni ideología, porque comprendemos que todo ello no son más que artificios del ego para identificarse con algo de tal manera que, si se identifica con algo, pues se puede enfrentar a algo. Por ello toda lucha es una lucha de poder del ego, es una lucha de identidad. Pero toda es una ilusión, o ignorancia o apariencias (no confundir apariencias con no ser: las guerras existen, el odio existe, los asesinatos y violaciones existen, pero todo es aparente, todo es una fabricación del ego. Es decir, una búsqueda de diferenciación por la identidad. Pero esa diferenciación es el origen del conflicto), pero nuestra verdadera naturaleza no es la del conflicto, la separación, sino es Ser. De ahí que hayamos de sustituir los pensamientos del ego, por el pensamiento del espíritu. Y eso significa no pensar desde nuestro pasado, no emitir juicios desde la interpretación, sino ver limpiamente desde el Ser que somos, entonces observaremos la comunión con nuestro hermano. Porque empezaremos por ver su propio dolor que se lo inflige a sí mismo y nosotros hemos de ayudar a sanarlo, a que tome consciencia de esa fabricación mental para sobrevivir.
“No tengo pensamientos neutros” lecc. 16
Todos mis pensamientos están cargados de teorías, ideas, emociones… y, por tanto, no son neutros. Son interpretaciones del mundo. Son la fabricación del mundo en el que vivo. Por tanto, si emito juicios sobre los demás y sobre el mundo, los emito desde los pensamientos, pero los pensamientos están cargados, no son neutros. En el fondo al juzgar, juzgo el mundo que yo pienso, no el que es. Para liberarme de esta prisión del pensamiento y del lenguaje tengo que dejar de juzgar. Mirar el mundo tal y como se me presenta, sin juicio. Todo juicio es una defensa del ego que lo hemos ido construyendo con nuestras creencias de cómo es el mundo y cómo somos nosotros.
“No veo cosas neutras” Lecc. 17
Y claro, si mis pensamientos no son neutros lo que yo veo tampoco es neutro. Es un mundo construido. Hecho a mi medida. A la medida del ego. Porque el ego se aferra a esa visión del mundo para sobrevivir, aunque esa forma de ver el mundo le haga sufrir. El caso es que, de esta manera, se siente identificado con algo. Y al identificarse con algo, se separa. Y, al separarse, permanece en la existencia. Pero, claro, esa existencia es una ilusión. El ego es necesario para tratar con la cotidianeidad. Ahora bien, si vamos más allá, entonces es el caso de la identificación con el ego, pero somos más que el ego. Ahora bien, el ego siempre va a luchar para que nos identifiquemos con él. Es su forma de sobrevivir. Y es el miedo a desaparecer, a que no nos identifiquemos con él, y es ese miedo el que le hace luchar para sobrevivir.
“No soy el único que experimenta los efectos de mi manera de ver.” Lecc. 18
Mi manera de ver me afecta, pero afecta a todo el que me rodea. Porque yo juzgo a través de mis pensamientos. Y mis juicios son una proyección de lo que soy. Al proyectarme lo que hago es culpabilizar al otro y ponerme yo como víctima. Por eso, mi manera de ser afecta a los demás. Mi manera de ver las cosas es similar a la de los otros. Por eso la corrección de mi percepción es también la corrección de la percepción del otro.
“No soy el único que experimenta los efectos de mi pensamiento.” Lecc. 19
Claro, lo mismo que ocurre con el ver las cosas sucede con el pensar el mundo. No somos únicos. Todos tenemos una forma de interpretar el mundo y a los demás. Es nuestra construcción como seres egoicos. Y la corrección de nuestra percepción en conocimiento es una corrección unitaria. De lo que se trata es de una sanación de la consciencia.
“Estoy decidido a ver” Lecc. 20
Aquí hay un salto. Estoy decidido a ver. Es decir, a ver las cosas como son, no como las veo desde mí. Eso significa la pureza en la mirada. Que el objeto se presente como tal. Entonces, si percibimos sin prejuicio estamos en estado de Presencia. Ahora bien, el decidirse a ver requiere de un máximo esfuerzo, requiere de la valentía. Porque de lo que se trata es de ver, no desde el yo, no desde tu envidia, tu rencor, tu resentimiento,…Nada, todo eso, si se decide uno a ver debe quedar fuera, porque todo eso son los prejuicios desde los que ve el ego. Por eso, si se decide uno a ver, tiene que ver con los ojos del conocimiento, no de la percepción. Con el espíritu, no con el ego. Y ver con el espíritu es ver fuera de todo juicio. Éste es un punto de inflexión importante. Y es absolutamente necesario, si queremos trascender el ego y superar la separación. Pero, el ego luchará con todas sus fuerzas y pondrá todas las trampas para que sigamos anclados a él. Y el miedo será su aliado.
“Estoy decidido a ver las cosas de otra manera”. Lecc. 21
Una vez que me decido a ver, que suelto el miedo y opto por la valentía, pues me decido a ver de otra manera. Hasta ahora he visto según el ego. Es decir, según el conjunto de ideas, creencias y emociones que construyen mi pensamiento y a partir de los cuales yo doy significado al mundo. Pero, ahora, de lo que se trata es de poner entre paréntesis todo ese contenido del ego y dejar que las cosas sean de otra manera, no como yo las juzgo que sean. Ya he dado un gran paso. Antes era inconsciente de que las cosas las pensaba yo. Ahora soy consciente de que yo pienso el mundo a mi manera y conveniencia para sobrevivir. Tengo que ver cuáles son todo ese conjunto de ideas que me hacen pensar tal y como pienso. Todas son una creación del ego para sobrevivir. Son una imaginación, son Matrix, o el interior de la caverna de Platón, son apariencias. No es que nos muestren un mundo inexistente, sino deformado-interpretado por nuestro pensamiento egoico que pretende sobrevivir. Ahora bien, liberarse de estas ideas es liberarse del ego, por eso, sanarse de nuestra mente errónea es sanar la sociedad, porque es ver a todos como iguales. Surge la fraternidad. Donde no hay ego hay fraternidad, todos somos hermanos, o amor universal e incondicional. Si no nos identificamos con un ego que tengamos que defender no tenemos que atacar a nadie. Nuestra mente está en paz con las cosas tal y como las cosas son.
“Lo que veo es una forma de venganza.” Lecc. 22
Como veo a través del ego, pues mi manera de ver es una forma de vengarme. Es un ataque. Mi visión del otro está cargada de ira, rencor, resentimiento. Culpabilizo al otro de todos mis males, yo no puedo ser culpable porque me autodestruyo, por tanto, lo que hago es proyectar mi mal al otro. Entonces cuando juzgo, lo que hago es vengarme. Hablo de los políticos, los ricos,…y digo que son los culpables del mal en el mundo, como si el orden del mundo no dependiese de mis decisiones más simples, entre ellas votar a los que están ahí, obedecer al poder económico, consumir lo que me dicen que consuma… La venganza es una forma de subsistencia del ego. Pero la venganza es la guerra. Por eso toda la historia de la humanidad es una historia de guerras, asesinatos y genocidios. Creemos que eliminando al otro resolveremos nuestros males y no nos damos cuenta que el mal está dentro. Es el ego. Y mientras subsista este ego, viviremos separados y la separación es la guerra.
“Puedo escaparme del mundo renunciando a los pensamientos de ataque.” Lecc. 23
Pero, si renuncio a los pensamientos de ataque me puedo escapar del mundo construido, de las apariencias. Sólo he de dejar de juzgar. Cuando dejo de juzgar, entonces el mundo aparece tal y como es. Ya no hay separación, porque no hay ego. El no atacar supone el que no tengo nada que defender, el que no culpabilizo a nadie. El no atacar supone que mi yo ya no se siente identificado con sus ideas sobre el mundo, que se ha dado cuenta de que sus ideas, percepciones y creencias son fabricaciones, fantasías. Entonces, ya no hay razón para el ataque. Así escapo del mundo del sufrimiento. Escapo del infierno y encuentro el Reino de los cielos, que está dentro de cada uno.
“No percibo lo que más me conviene.” lecc. 24
En realidad, nuestro sistema de percepción, como ya hemos sugerido varias veces, está determinado a la supervivencia del ego. Por ello son el producto y producen un estado de mente errónea. Por eso cuando percibo lo hago desde el ego. Pero entonces lo hago desde el error, desde la ilusión. Eso quiere decir, que no percibo lo que me conviene para descubrir mi propia verdad y estar en armonía, sino que percibo todo aquello que me lleva a la separación, al miedo y el temor, que realimenta mis juicios de ataque y mi inseguridad. De lo que se trata es de tomar consciencia de que mi percepción, con todo lo que hemos ido explicando, es errónea, verlo en cada caso y corregirlo, para no juzgar a partir de la percepción. Hasta que no nos demos cuenta de que todo es neutral no tendremos una mente limpia que mire sin prejuicios, entonces habremos cambiado la percepción y entraremos en el conocimiento. Y eso es ver correctamente.
“No sé cuál es el propósito de nada.” Lecc. 25
Cuando tomo consciencia de que mi percepción me lleva a un estado de mente errónea y percibo lo que no me conviene, porque esa percepción me lleva al ataque, pues entonces caigo en la cuenta de que no sé cuál es el propósito de nada. Es necesario este vacío, sentir que no se hace pie, tener ese pánico, para dejar caer al ego. Porque ese pánico de no ver ningún propósito en nada es lo que el ego no soporta. Significa su autodisolución. Es preciso llegar al punto de no ver propósito en nada para ser consciente de que nada, en realidad, tiene ningún propósito que sirva para justificar mi ataque. Este estado de suspender todo juicio del ego me hará ver con los ojos del espíritu, con la mente correcta y ver el “propósito verdadero de lo que hay, el origen, la Unidad de todo lo real y ser consciente del sueño, la ilusión en la que vivía. Entonces desaparece el sufrimiento y el de los demás. Una mente correcta ya no produce sufrimiento en los demás por medio de sus ataques y venganzas. No tiene nada por lo que atacar, ni vengarse. Sólo puede ver en el otro a su hermano. Éste es el paso más difícil del desarrollo de la consciencia. Por eso, en la Ilustración se proclamaron los ideales de la libertad, igualdad y fraternidad, pero aquello de la fraternidad nunca se entendió, porque para que podamos realizar la fraternidad es necesario un cambio dentro de nosotros. Una disolución del ego y, por ello, de la dualidad para llegar al no dos (advaita)
“mis pensamientos de ataque atacan mi invulnerabilidad.” lecc. 26
En la medida en la que yo emito juicios y, en concreto, juicios de ataque al otro, pues me estoy atacando a mí mismo. La cuestión es que el otro es lo que yo creo que es, es decir, que está dentro de mí, es una fabricación. Entonces, al ser una fabricación que habita dentro de mi mente, es un espejo, por tanto, cuando yo lo ataco, me ataco a mí mismo. Debo ser consciente de que el otro es un espejo, un reflejo. Si no juzgo el otro me aparece tal cual es. Si lo juzgo, el otro me aparece tal cual yo lo veo. Y, de esta menera, si por naturaleza soy invulnerable, mis pensamientos de ataque y mis ataques atentan contra mi invulnerabilidad. Por que esos pensamientos nacen del miedo, la división y la separación en ese estado mental (carencia) me siento vulnerable. Pero resulta que eso es una ilusión fabricado por el ego.
“Por encima de todo quiero ver.” Lecc. 27
De lo que se trata es de ver. Y éste es otro gran paso. El decidirse a ver. Pero, como ya hemos visto, de lo que se trata es de decidirse a ver las cosas tal y como son, no tal y como yo las he fabricado. Es decir, se trata de decidirse a ver sin una venda delante de los ojos, sin creencias, ni prejuicios. Verse en el otro, pero no como una frase que se dice y queda muy bien. Hay que decidirse a ver. Estar dispuesto a ver es abandonar todo aquello (creencias, sentimientos, ideas, percepciones…), desde los que yo creía ver.
“Por encima de todo quiero ver las cosas de otra manera” lecc. 28
Claro, como hemos explicado, si me decido a ver, lo que yo quiero ver es de otra manera. Es decir que he comprendido y sentido que mi ver es un ver mediatizado por lo que pensamos, creemos… y ahora me decido a ver, pero, sé, que lo que voy a ver es de otra manera. Es decir, que me decido a tener otra percepción del mundo. Éste es el cambio de percepción tras el cual el mundo ya nunca será el mismo. Es lo que hemos perseguido, ver de otra manera, que es conocer. Eliminar el estado de mente errónea.
“Dios está en todo lo que veo.” Lecc. 29
Y descubro que Dios está en todo, ya no hay proyección. Todo lo que veo es lo quie Es, no lo que yo creo, ni quiero que sea. En ese sentido yo agradezco a todo lo que hay, siento todo lo que hay. Estoy en estado de Presencia ante lo que hay, o de Yo Soy. No hay nada más. Claro, el Ser, se manifiesta de muchas maneras, pero yo ya no juzgo ninguna de ellas porque no me proyecto, veo con los ojos del Espíritu y entonces veo la divinidad que hay en todo lo que Es. Y la divinidad es simplemente que las cosas son. En ese estado bendigo todo lo que hay y siento agradecimiento ante lo que hay y me siento Uno con lo que hay.
“Dios está en todo lo que veo porque Dios está en mi mente.” Lecc. 30
Dios es el creador de todo lo que hay. O todo lo que hay emana de Dios, o es Dios. Por tanto, yo veo a Dios en todo lo que hay porque yo soy un Hijo de Dios y Dios está en mi mente. En mi modo de mente correcta. Y siento al ver en todo a Dios y sentir en mi mente a Dios, que todo es uno y se acabó el sentimiento de separación, escisión, división. La cuestión es sentir, ser y fundirse con esta idea. Integrarla en nuestro ser, en cada una de nuestras células. Somos parte de Dios, luego somos Dios, o Dios está dentro de nosotros, como en cualquier otra criatura que no es más que una manifestación de Dios. Pero cuando asumo esa idea y la hago propia, la vivencio, entonces el otro ya no es nunca el enemigo, sino el igual, el semejante y, por ese emerge el sentimiento de Unidad que va acompañado del agradecimiento. Y esto es lo que nos sana la mente, porque nos reconocemos como Dios en el otro. Somos el Reino de Dios, pero igual que el otro. Entonces mi mirada, es una mirada desde Dios, no desde lo particular separado y, por eso, puedo sentir lo que hay, todo lo que hay y aceptarlo (amarlo) e integrarlo. He trascendido el mundo de las formas y paso al mundo de los sin forma, lo no dual, la vacuidad. Y hay vacuidad y no dualidad, que al fin y al cabo es lo mismo, porque no hay ego. Al estar Dios en mi mente veo desde Dios, entonces veo desde todo lo que hay. Ya no estoy separado, ya no soy, sino que SOY. Insisto, todo esto es una vivencia, una experiencia. La podemos tener ocasionalmente y nos puede durar bastante, pero lo suyo es transformarla en nuestra forma de estar en el mundo “estar, pero no Ser del mundo”, en Ser Presencia.
0 comentarios