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Filosofía desde la trinchera

La palabra como vehículo de sanación de la ignorancia y lo políticamente correcto.

La palabra como vehículo de sanación de la ignorancia y lo políticamente correcto.

Que la palabra es un vehículo de sanación es el gran descubrimiento griego. Pero no es de Hipócrates, que es griego, sino algo más antiguo y que no se le puede atribuir a nadie en concreto. Es lo que se llama, no muy correctamente, el paso del mito al logos (palabra, discurso) Pero, en realidad, lo que aparece es otra forma de ver el mundo a través de otra forma de hablar, porque son discursos que tienen un significado y que curan también o mantienen la enfermedad, como los mitos fundantes del cristianismo que analizamos este curso y que aún persisten. Me refiero a los del Génesis. (Justifican la desigualdad, el patriarcado, el sistema de producción en el que nos enfrentamos a la naturaleza y explotamos al otro porque no lo consideramos otro, sino un mero objeto de producción, un producto del mercado, una cosa con un valor de uso, meramente). La palabra puede curar y puede enfermar. La sofística y la erística son perversiones del logos, del diálogo socrático que pretende sanar a los ciudadanos atenienses; que, por cierto, no se sanan y deciden ajusticiar a Sócrates y éste se sana de la ignorancia de los atenienses bebiendo la cicuta. Como respuesta a esta incomprensión de los atenienses uno de los discípulos más cercanos a Sócrates: Antistenes, decide sustituir la ironía, que es el arte del discurso por el cual Sócrates intenta sanar la ignorancia del pueblo ateniense, por el sarcasmo y el ejemplo de la experiencia vital, la praxis, el hacer, no sólo el decir. El ejemplo más notorio de esto es el de su discípulo Diógenes de Sinope apodado el perro. Por su lado, Platón, optó por construir por medio de la palabra un discurso para interpretar el mundo. También dijo aquello de que la dialéctica (discurso, palabra, diálogo, conversación, filosofía) es al alma lo que la medicina al cuerpo. La Filosofía (no la académica, eso es una enfermedad, es la única terapia del alma. Lo que hoy se llama psicología y psicoterapia no son más que desarrollos, más o menos acertados, de la filosofía como terapia) Al final, históricamente, vence el discurso platónico, del que somos herederos y el que lo pone en duda y lo derriba a martillazos, junto al cristianismo, que es platonismo para el pueblo, con la fuerza de las palabras, para curar con ello a Occidente, es Nietzsche, que es el que realmente nos enseña la libertad que reclamaron los cínicos y que eran lo único reconocido. Pero libertad vital, existencial,...no meramente formal como tenemos, o teníamos, ahora. Pero la libertad implica el desasimiento de todo, de todo lo social, porque todo es convencional. Se trata de la vuelta a la naturaleza, pero no en el sentido literal, sino la recuperación de la mente originaria.

Os dejo un ejemplo del poder y uso de la palabra en Diógenes el perro: "De entre todos los perros, él fue el más fiero, y pasó a la historia por la deslenguada franqueza con la que juzgaba a sus vecinos. Sus hirientes ironías fueron un instrumento pedagógico para obligarlos a reflexionar y a replantearse su sistema de valores. Un día apareció por el ágora y gritó a los que allí se encontraban: «¡Eh, hombres!»; entonces muchos se aproximaron para escuchar lo que el filósofo tenía que decir, pero en esa ocasión Diógenes no disertó, sino que comenzó a golpearlos con su bastón y les dijo: «Pedí hombres, ¡no desechos!». Sus famosas diatribas fueron los ladridos de un perro amigo que alerta del peligro. Una vez se puso a caminar hacia atrás, y cuando los que lo observaban comenzaron a reírse de él, les dijo: «¿Y no os avergonzáis de recorrer el camino de la vida al revés?». Otro día, mientras andaba por la calle, vio a un niño que desde la ventana se entretenía tirando piedras a la gente; Diógenes se acercó al jovencito y, sabiendo que era hijo de una afamada prostituta de la ciudad, le reprendió así: «Niño, deja de tirar piedras a la multitud, que puedes dar a tu padre». En otra ocasión encontró a un joven rico y presuntuoso practicando con el arco, y este era tan poco diestro que Diógenes se situó frente a la diana; cuando el arquero le pidió que se apartase para no herirle, el cínico le respondió que con lo mal que tiraba, ese era el único lugar seguro en el que podía estar. Le encantaba censurar y provocar a los demás, pero no por desprecio a la humanidad, sino por amor a ella; actuaba con sus congéneres como un médico compasivo que se apiada de los que conviven con la enfermedad. Un símbolo de su manera de hacer filosofía es la anécdota que cuenta que entró al teatro cuando los demás salían y, al ser preguntado por el motivo, dijo: «Es lo que me he dedicado a hacer toda mi vida». Por acciones como estas algunos pensaron que estaba loco, pero se equivocaban; como él solía decir: «No soy un hombre sin juicio, sino que no tengo el mismo juicio que vosotros»." Eduardo Infante. No me tapes el sol.

El cínico, como todo filósofo que se atreva a honrar su título, no el de papel, sino el vital-existencial, es un filántropo disfrazado; que muerde a sus semejantes con la intención de sanar su juicio y sacarlos de su ignorancia, de la ilusión, del engaño,...

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