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Filosofía desde la trinchera

Otro aspecto de la muerte importante y que no hemos tratado es el de la muerte injusta o el mal radical. Hemos dicho que la justicia de la muerte es que es igual para todos, esto responde a su arbitrariedad. Eso es cierto para el mundo animal, también para el humano. Pero nosotros añadimos un factor importante. Somos capaces de provocar la muerte en el otro por creencias e ideologías. Es decir, somos capaz de exterminar porque no se piensa como nosotros lo hacemos. El mal radical, decía Kant, es hacer que alguien pierda su dignidad prefiriendo morir antes que seguir viviendo. La tortura consiste en eso precisamente. La humanidad lo ha hecho desde siempre. Eso es una profunda injusticia desde nuestra perspectiva moral. Ahora bien, hemos de saber que ese concepto de justicia lo conquistamos a partir de la ilustración. Lo que no sospechaba Kant, es que el máximo mal radical se produciría en el siglo XX y, como consecuencia de la ilustración pervertida. El siglo XX generó el genocidio y el etnocidio de forma racionalizada y apoyada por la razón tecnocientífica. Hoy en día lo seguimos haciendo con el hombre (el hambre y la miseria del mundo) y con la naturaleza (ecocidio) Lo característico del mal radical en el siglo XX ha sido su sistematicidad, su planificación racional. Es el caso de las grandes dictaduras: Alemania, la URSS, China, España, Camboya, y una lista interminable que ha exterminado sistemáticamente y torturado a millones de personas. La tremenda injusticia del mal radical es si tiene o no reparación moral. Reparación no tiene porque extermina al ser vivo y éste ya no tiene una segunda oportunidad, se corta su existencia desde la barbarie del fanatismo y la banalización del mal (burocratización). Existe reparación histórica en la medida en que podemos esclarecer las causas de los genocidios desde la verdad histórica, eliminando las ideologías enmascaradoras. Pero el daño moral está hecho para siempre, sólo nos queda la recuperación de la memoria por medio de la historia y de la justicia. Avanzar en una justicia universal es importante para establecer las bases de una ética universal.

 

            El mal radical nos pone ante un problema. Si no hay restablecimiento de la justicia, entonces no nos queda ninguna esperanza. La religión daba respuesta a esta pregunta, en la medida en que la religión es una respuesta a la desesperanza del hombre. Si nos quedamos sin religión sólo nos queda la justicia y la ética. El muerto injustamente no renacerá, pero su memoria sí puede ser recuperada. Es la única manera de una restitución parcial de la justicia, que tiene que ver con los cercanos al muerto, y con la humanidad en general, en tanto que nada de lo humano nos es ajeno, porque el muerto queda desaparecido para siempre y su vida truncada. Cuando se mata a alguien no sólo se mata su vida sino su proyecto de biografía, porque el hombre habita en el poder ser, en el hacerse, no en el ser, como lo animal.

 

            Curiosamente, a mi modo de ver, la negación de la eutanasia es una forma moderna y legalizada de tortura y de mal radical. No permitir la muerte de alguien, cuando ese alguien no quiere vivir porque considera que su vida carece de dignidad (mal radical) es una forma de tortura por parte del estado. Una tremenda injusticia…

 

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            La tolerancia es un valor conquistado por la humanidad pero que debemos saber desarrollarlo. En principio el primer paso que se dio para la conquista de la tolerancia es el de soportar el error del otro. Tolerancia, en principio, fue aguantar, soportar el error ajeno. La tolerancia era un mal menor. La ventaja de esta tolerancia, es que da al traste con la eliminación del disidente, el otro, el hereje y, al menos, permite su existencia. Pero esta tolerancia es insuficiente e incompleta. La tolerancia como valor ético está ligada al nacimiento del discurso racional y, por tanto, a la crítica. La tolerancia es la cara ética de la epistemología. Me explico. Tolerar, desde el punto de vista ético-político no es sólo soportar el error ajeno, sino estar dispuesto a dialogar con el otro porque, quizás, el otro tiene algo que enseñarme. La tolerancia es diálogo y esto es lo característico del pensar racional. La racionalidad parte del escepticismo en el sentido socrático, sólo sé que no sé nada y, por ello, tengo que aprender de los demás. Ahora bien, como todos somos iguales nadie tiene que tener más razón que nadie. El escepticismo, en su sentido etimológico, no es negación del conocimiento, sino búsqueda del conocimiento. Y ésta se lleva a cabo por la razón, el diálogo. Y la palabra diálogo en su origen griego es interesante. Nos viene a decir que el logos, la razón, es lo común. Dicho de otra manera, que la razón no está de parte de nadie, sino que es el instrumento común para buscar las certezas a las que podamos tener acceso y al conocimiento y, por supuesto, esa comunidad de la razón hace posible la comunidad de vida. La tolerancia se enfrenta al fanatismo porque éste último separa a los hombres, transforma la razón en creencia y ésta es excluyente. La tolerancia abre las puertas a un camino en común a la cordialidad y los sentimientos. Porque la razón es común en tanto que son comunes nuestros sentimientos. Si nos abrimos al otro, al absolutamente distinto, encontraremos en común los sentimientos básicos. Las diferencias son la modelación cultural de estos sentimientos. Las bases de una ética cosmopolita tienen que estar en la comunidad, igualdad de la humanidad, y en la tolerancia en el sentido de búsqueda en común a través del otro del conocimiento y del bienestar en la vida.

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