Por más vueltas que le doy siempre llego a la conclusión de que la naturaleza propia del político es la corrupción. El político por sistema no puede creer en la verdad objetiva; mucho menos en los tiempos posmodernos en los que vivimos. Lo que al político le interesa es el poder. La pasión por el poder es una de las pasiones más fuertes que pueden atenazar al hombre. Frente a este vicio es necesario recuperar la virtud.
Hay dos formas de recuperación de la dignidad de la actividad política. La primera es la reconsideración de que es posible la verdad objetiva y la segunda la recuperación de la virtud como excelencia, lo que exigiría al político ser un modelo y un ejemplo. Por el contrario, hoy vivimos en un mundo semejante al esperpento, lo del callejon del gato de Vale Inclán, la realidad aparece desfigurada, y el poder, politico y económico, son oportunistas de este experpento.
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