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Filosofía desde la trinchera

 

 

                                   29 de octubre de 2009

 

            Interesante la idea de Fernando Broncazo en su última obra, La melancolía del ciborg. Define Fernando Broncazo al hombre como un ciborg, no tiene naturaleza esencial, es una mezcla una hybris. Su naturaleza se va construyendo a base de prótesis, la cultura sería la mayor de las prótesis, que se hace posible por la prótesis del lenguaje. Nuestra existencia está en nuestra naturaleza híbrida. No podemos renunciar a nuestras prótesis. El ser humano nació sin una adaptación predeterminada a la naturaleza. Ahora bien, tampoco la teoría de la evolución defiende ese esencialismoo naturalista en la que se entiende que todo lo que existe tiene un motivo, yo soy partidario, y también Fernando Broncazo del puntualismo y neutralismo de Gould. Todo cambio, no es adaptativo necesariamente, además, contamos con la deriva genética.

 

            Pero en el ser humano la característica de mezcla entre lo natural y lo artificial es la más señalada. Lo que ocurre es que tampoco podemos distinguir entre lo natural y lo artificial, nuestro estatus biológico es la condición de posibilidad de nuestro ser cultural. Ambas cosas son inseparables. Pero el estudio de Broncazo está dirigido al análisis de en qué consiste esa naturaleza de ciborg en el hombre posmoderno del siglo XXI. Renuncia al papel del intelectual como crítico, lo considera trasnochado, del siglo pasado. Reivindica que el intelectual debe dar luz, esclarecer. No participo del todo en esta opinión, sí en la segunda parte, porque considero que es condición necesaria de la primera. El intelectual debe ejercer la crítica contra el poder, ahora bien, nos es necesario dar luz primeramente. Dice que la característica propia del ciborg en la actualidad es la de la melancolía, no la de la obsolescencia de las sucesivas prótesis que el desarrollo tecnocientífico va proporcionando. Realmente hay obsolescencia, pero es que esa es la característica de la naturaleza del ciborg, lo que señala Broncazo es que su propia naturaleza de ciborg le lleva a la exclusión. Es decir, que el ciborg, el hombre, es un ser de frontera. O también dicho de otra manera un ser intermedio y siempre en construcción, diría yo que la artificialidad natural es nuestra naturaleza, naturaleza y cultura en el hombre son inseparables. Ahora bien, lo que a mi me interesa es si este estudio, que Broncazo realiza para esclarecer, es decir de forma descriptiva y metodológica, tiene realmente alguna implicación social, ética y política. No nos podemos quedar sólo en la descripción, hay que pasar a la crítica. Lo de la exclusión me parece interesante, lo característico del ciborg, como ser de frontera, no es la obsolescencia de las prótesis, sino, la exclusión. Esto es la naturaleza del ciborg es –como la de cualquier viviente la de estar adaptados- y esto el ciborg lo consigue por medio de las prótesis, no podemos permanecer desconectados. La desconexión es la exclusión. Y es aquí donde aparecen los temas ético-políticos. Para mí estos tienen dos patas. La primera es la de la propia exclusión. Un desarrollo desigual de la humanidad, marcada por la globalización neoliberal, nos lleva a la exclusión de una gran parte de la humanidad, con el grave peligro, debido al avance de la tecnociencia, de llegar incluso a cambiar tanto nuestra naturaleza biológica a través de esas prótesis, que la exclusión se transforme no en algo, meramente ético-político, que no es poco, sino en algo ontológico, de por sí ya irremediable. La otra pata de la argumentación es que el desarrollo tecnocientífico de las últimas décadas no es algo neutral, que se deba al desarrollo interno de las ciencias y la tecnología; sino que tiene un interés económico y una ideología detrás. Y esto no lo debemos olvidar. En primer lugar la tecnología se nos ha ofrecido como la panacea para todos los males del hombre, incluso conseguiríamos la inmaterialidad e inmortalidad. Es decir, que el discurso tecnófilo se convirtió en una escatología religiosa, de ahí su falta de crítica y su carácter ideológico. Pero también estaba en juego la ideología del mercado, de lo que se trataba es de consumir, el estar enganchado y conectado, no era un imperativo del propio desarrollo económico y de nuestro ser en tanto que ciborg, sino de un interés del mercado y el poder político, con dos fines. El primero es el del consumo con el que la máquina de la producción no se para, salvo cuando llegamos a los límites del planeta, cosa que ya hemos sobrepasado. Y la segunda es que mientras que se consume y se adapta el individuo a las nuevas prótesis permanece distraído de la auténtica realidad. Una cosa así como el mito de la caverna o como Matriz, en su versión tecnobarroca.

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