11 de diciembre de 2009
La paradoja de la libertad.
Vuelvo a escribir sobre la libertad y sobre los totalitarismos. Y hoy quiero hacer una reflexión de cómo la propia libertad puede crear las condiciones, como así ha sido en dos momentos del siglo XX, de los totalitarismo. A esto lo podemos llamar la paradoja de la libertad en la medida en que son los propios requisitos de la libertad los que se convierten, digamos que por exceso, en totalitarismo. Es lo que en otros lugares he dado en llamar la perversión de la razón ilustrada.
La libertad se conquista en su primer momento con los griegos. El surgimiento de la ciencia y la filosofía es el surgimiento del conocimiento de lo real por medio de la razón. El logos se enfrenta al mito y la superstición. Si podemos explicar la realidad por medio de la razón, si hemos llegado a la conclusión de que todo lo que hay es un cosmos, entonces, estamos fuera de la influencia de poderes sobrenaturales. Y esto significa que hemos alcanzado cierta libertad. El reconocimiento de la necesidad que rige al cosmos, por lo cual es cosmos, nos da libertad frente a los supuestos dioses, porque nuestra voluntad ya no se rige por estos, sino por la propia naturaleza. Además, la creencia en las fuerzas de la naturaleza crean la superstición y ésta es un modo de oscurantismo, que tiene su forma de poder en el miedo, que sojuzga al hombre y le hace esclavo de sus temores. Por eso el conocimiento tiene que ver con la libertad. El segundo plano del desarrollo del logos es, precisamente, la democracia, que consiste en establecer las leyes que rigen la ciudad a partir del pueblo. Esto significa que la legitimidad del poder reside en el pueblo y no en la voluntad arbitraria de los dioses. De ahí que la conquista de la democracia griega fuera la isonomía e isegoria, y en esto consistía la libertad. Y una virtud aparejada a la aparición de lo que podemos llamar la tradición crítica y racional es la de la tolerancia. Lo que se inaugura con el logos es la capacidad de discusión racional. Pero esto implica el respeto al otro. Nadie tiene la razón, todos tienen razones y, por ello, todos pueden entrar en el diálogo. Y éste es el fundamento del conocimiento y de la democracia. Pero, como tantas veces ocurre en la historia, esto no tuvo un buen final. La aparición del cristianismo como religión oficial del imperio romano acabó con la pluralidad religiosa y con el pensamiento crítico. Habría que esperar al renacimiento, el paso por la revolución científica del XVII, para culminar en la ilustración, para volver a recuperar la libertad. El resurgimiento del conocimiento científico podía explicar las leyes que gobiernan la naturaleza y, además, aparece, aparejado al desarrollo científico el tecnológico. El saber científico ya no es sólo conocer la naturaleza, sino saber para dominar. El conocimiento se convierte verdaderamente en una forma de emancipación. Y la ilustración considera que esa emancipación va dirigida contra la superstición, fundamentalmente la de la iglesia. La libertad es frente a la esclavitud del poder de la iglesia a partir de la superstición que ha esclavizado al hombre por el miedo y la ignorancia. Se reclama el saber como forma de libertad y autonomía. Atrévete a saber, es el lema de la ilustración según Kant. Y la ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. Ahora bien, en el propio hecho de reclamar la libertad se encuentra en germen el totalitarismo por varias razones.
En primer lugar se establece un absolutismo de la razón. La razón sustituye entonces a la religión. Y aquí es donde nacen las perversiones de la razón ilustrada, que pierde sus límites y se convierte en absoluta. Hay varias perversiones de esta razón que generan, en la política, totalitarismos perversos. Tenemos los nacionalismos. La revolución inspirada en el marxismo, y el desarrollo tecnocientífico. Como hemos visto la libertad surge como crítica del poder absoluto de la iglesia que se basa en la superstición y el miedo. El resultado de ello es la eliminación de todo poder. Esto último nos llevará al relativismo que, a mi modo de ver es la última perversión de la ilustración o razón ilustrada desenfrenada. Pero antes quiero analizar otras formas previas de perversión. La critica a la iglesia como forma absoluta de poder genera un vacío que va a ser llenado por los discursos basados en una secularización del mensaje mesiánico del cristianismo. Y estos discursos se centran en dos: el de los nacionalismos y el de los totalitarismos comunistas. Ambas perversiones ideológicas han sembrado la historia de cadáveres y han elevado la razón al absoluto, convirtiéndola en un mito. Ambos discurso, como ya he apuntado tienen a la base una secularización del mensaje escatológico de la religión. Nos quedamos sin religión, pero nos quedamos con la estructura formal, que es el discurso mesiánico y escatológico. Tanto los nacionalismos como los fascismos nos prometen el cielo en la tierra. Son teorías de la emancipación total de la humanidad siguiendo una lógica racional. Para el nacionalista, el concepto de pueblo y cultura que dan lugar a la aparición de un hombre superior. Y para el marxismo el desarrollo dialéctico de las fuerzas de producción que darán al traste con la propiedad privada y la lucha de clases llegándose al establecimiento de una sociedad comunista. Ambas ideologías, porque no son ciencia, porque ésta es siempre provisional o conjetural, se han convertido en el siglo XX en programas políticos que han eliminado la libertad en pos de un supuesto bien común que conllevaría la felicidad y la emancipación de la humanidad de toda forma de esclavitud y de opresión. He aquí la paradoja de la libertad. La misma libertad crece como enemiga de la libertad. Por eso considero que la razón en la ilustración tiene que nacer limitada. Ése es el sentido del racionalismo crítico. La razón no lo puede explicar todo, la ciencia es conjetura, no verdad absoluta. Además la ciencia está sujeta a intereses, valores y tiene su carga ideológica. Es necesario analizarla para no caer en el totalitarismo científico-industrial. En última instancia no podemos fundamentar la eficacia de la razón. Lo que podemos decir es que confiamos en que es un instrumento que sirve para entender el mundo en el que vivimos y para entendernos a nosotros mismos. Desde un discurso naturalista podemos decir que la razón es un buen mecanismo adaptativo porque nos permite sobrevivir. Ahora bien, si la razón puede producir el exterminio del hombre, será un instrumento fallido de la evolución. Y, ojo, que esto podría ocurrir. No otra es la situación en la crisis ecosocial en la que nos encontramos. Y ésta es la perversión de la ciencia como discurso omniabarcativo y excluyente. La herencia del cientificismo. La ciencia nos promete un mundo mejor, una emancipación por medio del avance tecnológico que al final acabará con los sufrimientos del hombre. Otro discurso mesiánico que justifica la ciencia como un discurso, apoyado en la idea de razón absoluta, que está por encima de la ética y la política. Este discurso es otra forma de totalitarismo y de instrumentalización del hombre.
Y, para terminar, quiero analizar brevemente, la perversión, que para mi significa el relativismo. Creo que el relativismo, como los otros discursos totalitarios, nace del vacío de poder que deja la crítica, en nombre de la libertad, que se hace al poder omnimodo de la iglesia. Lo que ocurre en este caso es que el individuo se establece como el absoluto, esto es, aquel que legitima, por sí mismo, su opinión. No se puede ir más allá del individuo. El individuo es el principio y el fin de su racionalidad y de su autoridad. No es posible ningún referente. Entonces lo que ha sucedido es que hemos caído en un escepticismo sobre la verdad, el bien y la justicia. Cada cual, a título individual, se erige en el juez último, amparándose en su razón, sobre la verdad, el bien y la justicia. Y esto trasciende a las culturas y las etnias. Cada una de ellas, desde sí mismas, se establecen como la garantía última de la verdad y la moralidad. Pero si esto es así, el resultado para la libertad es nefasto. En definitiva, el relativismo elimina la libertad y nos lleva a otra forma de totalitarismo en el que todo vale. Si el fundamento último de legitimidad es el individuo y la etnia, entones, ya no cabe ni la crítica ni la discusión racional. Se acabó la tolerancia, el respeto y la libertad. Y ésta es la situación a la que hemos llegado en los últimos tiempos. El peligro es inmenso porque cuando todo es verdad, todo se puede defender. Las opiniones son objeto, entonces, del poder. Es el poder, político, económico y mediático el que establece la verdad. Verdad es lo que se puede hacer. Y lo que se puede hacer es lo que el más fuerte puede hacer. Y en esta forma de totalitarismo es en la que vivimos. Y esto es lo que llamamos el nuevo orden globalizado, una forma de totalitarismo y opresión que crea día a día miseria y muerte. Y esto es lo que sucede cuando la razón se pervierte. La razón ilustrada no es absoluta, no reside en unas supuestas leyes necesarias de la historia, ni en el pueblo, ni en el individuo, ni en la cultura; sino en el diálogo, el acuerdo y el consenso. La razón es limitada porque para empezar no se puede ni fundamentar, confiamos en ella como instrumento, y ya está. Pero la razón debe ir acompañada de la pasión, como diría Hume. El hombre se reduce a pasiones, la razón es una. La pasión que anima a la razón es la de conocer y la de la búsqueda del bien y la justicia, pero desde los límites del propio conocimiento científico, moral y político. Éste es el proyecto inacabado de la razón y lo que hay que recuperar. La razón es dialógica, como sabían los griegos y como ha recuperado Habermas y su seguidora española, Adela Cortina. La razón es comunicativa, cordial y afectiva. En definitiva, la razón que rige a la humanidad es una razón ética que está preñada de esperanzas pero que reconoce sus límites. Y la historia es la prueba irrefutable de la ignorancia de estos límites.
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