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Filosofía desde la trinchera

            11 de diciembre de 2009

 

Democracia participativa versus democracia representativa.

 

            Hay aquí un problema planteado de hondo calado, aunque, quizás, la cuestión sea más de forma que de fondo. Desde los griego se ha considerado idiota al que no participaba en la cosa pública. Esto en el sentido en el que se dedicaba a sus propios intereses. Lo virtuoso era dedicarse a los asuntos públicos. Y esto era un principio básico de la democracia griega. Ahora bien, la democracia griega es una democracia directa y asamblearia, por lo tanto, se les exigía a los ciudadanos participar en la polis. Esto es ser virtuosos y no idiotas. Se ha idealizado la democracia participativa griega y esta idealización intenta llegar a los discursos de la democracia participativa que se reclama hoy en día, o, del republicanismo. Desde luego que la situación en Grecia y Atenas en particular no era tan idílica. Se podía mantener esa democracia por el poder absoluto de Atenas sobre las demás ciudades griegas. Tampoco era un gobierno del pueblo, que es lo que dice la palabra democracia y, por eso, se reclama hoy la democracia participativa. Eran una minoría los ciudadanos que necesitaban de los esclavos para poder dedicarse a la cosa pública. Y de los ciudadanos algunos, un porcentaje bajo, un doce por ciento, eran los que iban a la asamblea a tomar decisiones. En verdad que era una democracia más directa que las de ahora, pero no necesariamente más participativa. Y, además, ese estilo de la democracia directa, quizás sea inviable. Por eso acaban fracasando. Y también está en la idea de Pericles que deben ser los mejores, los excelentes, los que ocupen los cargos públicos. Las asmbleas, como ocurre inevitablemente, por la propia naturaleza humana, eran manejadas por algunos. Lo peor llega cuando estos dejan de ser los excelentes y toman el poder los demagogos. Entonces estamos a un paso de la tiranía.

 

            La cuestión hoy en día es que se reclama la democracia participativa y directa en nombre de la recuperación de la virtud política y en contra de la idiotez, la falta de participación del ciudadano. Pero la cosa no está tan clara. El discurso republicano moderno procede de Rousseau. Un pueblo que elige a sus representantes es un pueblo que renuncia a su libertad, dice el ginebrino. Para ser claros, considero que la democracia representativa es el mejor invento de gobierno que hemos construido y que, encima, garantiza la participación por medio del gran invento de las instituciones públicas. Otra cosa es que las democracias de hoy en día se hayan convertido en partitocracias oligárquicas que se transforman en totalitarismos y producen la apatía e idiotez del ciudadano, es decir, que el ciudadano declina voluntariamente su ciudadanía. Es lo que decía Hume, nada ama el hombre más que su libertad, pero en cuanto puede ejercerla la cede a otro. En fin, esto es la condición humana. Somos animales tribales y nos comportamos como tales. El invento de la democracia es una construcción cultural, con ánimo de sobrevivirnos a nosotros mismos, en la que limamos las diferencias ontológico-biológicas de las que partimos para poder vivir mejor. Es una adaptación evolutiva que parece preferible a otras formas tiránicas. Pero vamos por partes.

 

            La democracia asamblearia y directa es un mito porque nunca ha existido ni es posible. Es un invento. Está bien como idea regulativa para hacer del ciudadano un hombre comprometido con la polis y, de este modo, fomentar las virtudes públicas: generosidad, magnanimidad, solidaridad, justicia… pero, nada más y nada menos. La propia constitución de la psique humana y de la sociedad hace imposible una democracia directa. Siempre necesitamos intermediarios, además son deseables. El pueblo tiene que canalizar sus decisiones a través de unos representantes. La propia división del trabajo hace que esto sea necesario. Y el pueblo tiene que elegir a sus representantes de entre los mejores: la excelencia como virtud. Pero los representantes son los que en última instancia toman las decisiones y, aún más, dan cuerpo y forma a las opiniones del pueblo que, de por sí, son pasionales, interesadas, individuales, etc. La democracia representativa debe garantizar la pluralidad de ideas, y el respeto de las minorías. Es imposible el respeto a las minorías en una democracia asamblearia en las que se toman decisiones plebiscitarias. Además esta democracia no podría desarrollarse, estaría siempre autofundándose y autijustificándose. Para que se desarrolle la democracia es necesario la existencia de representantes y la existencia de instituciones que median entre los representantes, no todos elegidos, por ejemplo no es el caso del poder judicial, o de los distintos cuerpos de funcionarios que velan por el buen funcionamiento de las instituciones que representan. Los representantes y las instituciones son, precisamente, los garantes de la participación y de la pluralidad de ideas; así como el respeto a las minorías. La propia psique humana necesita de la delegación del poder que nos hemos otorgado al instaurar la democracia en otro que consideramos el mejor, excelente. En tanto que masa no tenemos voluntad. El pueblo carece de voluntad y de opiniones. Éstas vienen desde arriba mediatizadas por los representantes y las instituciones. El pueblo es pasión que se vierte en la aclamación. Para desarrollar, pues, la democracia, es necesario que las opiniones estén bien fundadas y tengan un cauce institucional para que se lleven a la práctica. Por eso la democracia representativa debe fomentar la participación de la ciudadanía. Sus acciones repercuten en los representantes. Además, en el germen de la democracia representativa, como en la oración fúnebre de Pericles, está la idea de que el gobierno es el de unos representantes, el de una élite, la de los mejores, los excelentes. Y, además, como garantizan las instituciones democráticas, el pueblo puede eliminar a sus representantes sin derramamiento de sangre, por medio de elecciones. Pueden protestar: manifestaciones y huelgas. En fin, que la democracia representativa garantiza la libertad, las opiniones bien fundadas y el pluralismo y, en el fondo, una meritocracia. Y, en definitiva, que la democracia participativa es un mito.

 

            Para mi la teoría es correcta. Pero hay que hacer dos matizaciones. En primer lugar, no hay que ser ingenuos y pensar, por el hecho de criticar a los partidarios de la democracia participativa, que vivimos en democracias representativas. No. Vivimos en partitocracias oligárquicas como hemos demostrado en otros lugares. Y, por supuesto, no es una élite excelente la que nos gobierna, sino una caterva de corruptos aliados a intereses económicos y que tienen como último fin el desgobierno de lo público. Y, precisamente, porque nos encontramos en esta circunstancia, se reclama la democracia participativa, pese al hecho de ser un mito. Las democracias no tienen más remedo que ser representativas, pero ello no quiere decir, que los representantes sean corrupto, que los partidos políticos sean antidemocráticos. Que los intereses de los partidos sean el poder y no la polis. Que el que llega a lo más alto no es el mejor, sino el que más poder ha obtenido, en fin, toda la retahíla de los males de la democracia actual. Lo que hay que tener en cuenta de los partidarios de la democracia participativa y el republicanismo es la regeneración de la democracia y el fomento de las virtudes públicas de los ciudadanos. Regenerar la democracia implica dos cosas fundamentales. Acabar con la partitocracia y la oligarquía. Y construir, vía educación,  un ciudadano más virtuoso desde el punto de vista de las virtudes públicas.

 

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