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Filosofía desde la trinchera

 

La mejor manera de luchar contra la opresión y la tiranía es la de no otorgarle ningún sentido a la historia. El ser humano es un animal que por ser, de alguna manera incompleto, esto es, por el hecho de estar biológicamente abierto al mundo, se pregunta por el sentido. De ahí que todas las respuestas que se han ido dando a lo largo de nuestra historia sobre el sentido de la vida, la humanidad y la historia, son construcciones culturales que poco tienen que ver con la realidad. Pero el peligro viene cuando se establece un sentido universal del hombre y la historia; entonces caemos en lo que sería una sociedad cerrada. Toda sociedad cerrada se transforma en un totalitarismo y persigue la homogenización y la eliminación de la libertad.

 

            Por mi parte pienso que hay que ser valientes y aceptar que ni la existencia humana, ni la humanidad ni la historia tienen ningún sentido. Todo sentido es una construcción y, de alguna manera, provisional. Lo que con ello quiero decir es que lo prudente para conservar la libertad es la consecución de una sociedad abierta que apueste por el hombre concreto, por la libertad. Y que, de la misma manera apueste por una forma de organización social –una democracia cada vez más realizada y participativa- que haga posible la pluralidad de ideas y el diálogo. El sentido de la existencia humana y de la historia es una construcción, no viene dado ni a priori, ni trascendentalmente. Es el propio hombre el dador de sentido a la historia y a su propia vida. El único sentido que tenemos, pero éste es ciego, es el biológico. Como especie existente que somos perseguimos permanecer en nuestro ser, pero ese ser es el ser natural biológico. Pero como seres abiertos que somos, que decía antes, hemos construido toda una dimensión cultural que nos trasciende y a partir de la cual pretendemos donar un sentido extrabiológico o extranatural a nuestra vida. Lo que no hay que hacer es caer en el error de intentar absolutizar estos sentidos extranaturales. Por el contrario debemos ser conscientes de que los “progresos” políticos y éticos de la humanidad son una construcción y unas tarea y que, por la misma razón, nadie garantiza su permanencia, a no ser el hombre mismo. Es más, por mi cuenta pienso que quizás hoy en día estamos asistiendo a un asalto contra este sentido que se basa en los valores profundos y esenciales de la democracia que son;  a saber, la libertad, la igualdad y la fraternidad y todo ello sostenido por los derechos humanos.

 

            Nos enfrentamos a dos clases de peligros que conspiran contra estas conquistas históricas que fundan una sociedad abierta y la posibilidad de la perdurabilidad de la civilización humana. En primer lugar la eliminación de la libertad y del pensamiento por la creación de un pensamiento único que descarta cualquier alternativa y disidencia y que está alimentado por la máquina de propaganda que crea individuos egoístas y consumistas. Y, por otro lado, unido causalmente con lo anterior, nos encontramos con el hecho de que estamos montados todos sobre una misma nave que es la tierra y que va a la deriva. El modelo neoliberal que tenemos se basa en la tesis del crecimiento ilimitado; esto es, simple y llanamente irracional. Nos aboca directamente al colapso civilizatorio. Tenemos dos alternativas o que éste se produzca inevitablemente o que reconduzcamos la economía hacia el decrecimiento sostenible, la única alternativa social, económica y filosófica. Pero esto implica muchas cosas. La verdad es que con la respuesta que se ha dado a la crisis terminal –porque es un crisis del modelo de producción- en la que nos encontramos, soy bastante pesimista con la posibilidad del cambio por nosotros mismos. No hemos iniciado el tránsito hacia una nueva forma de organización de las relaciones de producción y económicas, que sería lo lógico y aprovechando la coyuntura, hemos parcheado, por el contrario. Ya veremos los efectos.

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