Este artículo muestra lo inmodélica que fue la Transición pues produjo una democracia muy incompleta, como lo demuestra el enorme dominio de las fuerzas y culturas profundamente conservadoras (heredadas del régimen anterior) en los aparatos del Estado español, tales como el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional.
Durante muchos años, la versión  dominante en los medios de mayor difusión del país sobre la Transición  de la dictadura a la democracia en España es que tal Transición fue un  proceso modélico que transformó una de las dictaduras más represivas que  hayan existido en Europa (por cada asesinato político que cometió  Mussolini, Franco cometió 10.000) en una democracia homologable con  cualquier democracia existente en la Unión Europea. Esta versión  dominante subraya, además, que el supuesto éxito de tal Transición se  basó en la reconciliación de las derechas, herederas de lo que en España  se llama franquismo (y fuera de España, fascismo), con las izquierdas y  otras fuerzas democráticas, herederas de la República, que lucharon  contra la dictadura.
 Esta versión dominante, casi oficial, de los hechos ocurridos en España  se ha ido cuestionando más y más a medida que se han podido comprobar  las enormes deficiencias de la democracia española. Dos hechos recientes  muestran lo enormemente incompleta que es la democracia en España. Uno  es el enjuiciamiento por parte del Tribunal Supremo del único juez  –Baltasar Garzón– que se ha atrevido a intentar llevar a los tribunales a  los asesinos y responsables del encubrimiento de los asesinatos por  causas políticas de más de 150.000 personas, cuyos cuerpos continúan  desaparecidos en la gran mayoría de los casos, enjuiciamiento que se ha  hecho a propuesta de la Falange, partido heredero del partido fascista  que mató a miles y miles de republicanos.
 Esta situación, que The Guardian definió como “bochornosa”, es  impensable que ocurra en cualquier otro país democrático de la UE. En  realidad, en otros países europeos que sufrieron el fascismo o el  nazismo, como Alemania, la Falange estaría prohibida y los miembros del  Tribunal Supremo que aquí han mostrado sus simpatías por el golpe  militar estarían expedientados y, de continuar expresando tales  simpatías, estarían en la cárcel. No así en España. Mientras que unas  fuerzas políticas vascas, como Batasuna, están prohibidas por no  condenar la violencia de ETA, la Falange, que se muestra orgullosa de  sus antecesores, está legalizada, y el Partido Popular, que nunca ha  condenado por su nombre la dictadura asesina que existió en España, no  es sólo legal, sino que ha gobernado en España. Medios de información  afines a tal partido han aplaudido el enjuiciamiento del juez Garzón,  contrastando con la postura expresada por la gran mayoría de medios de  las derechas europeas, que han denunciado tal enjuiciamiento. En  realidad, las fuerzas políticas europeas, homologables al PP, han sido  las ultraderechas (ver mi artículo “¿Es el PP franquista?” en  www.vnavarro.org).
 El segundo hecho es el dictamen del Tribunal Constitucional, que ha  eliminado del Estatut elementos claves que habían sido aprobados por el  Parlament, por las Cortes españolas y refrendados por el pueblo catalán  en un referéndum. El dominio de tal tribunal por la derecha española,  próxima al PP, y por otros jueces que comparten la cultura jacobina del  régimen anterior ha dado lugar a un resultado predecible que ha  invalidado decisiones tomadas por los representantes del pueblo catalán y  del pueblo español. Esta decisión ha sido un regalo a los nacionalistas  de ambos lados del Ebro. Para los jacobinos españolistas, herederos de  la cultura centralista de la dictadura, centrados predominantemente  (pero no exclusivamente) en el PP y en UPyD, tales tensiones favorecen  la movilización chauvinista anticatalana, que es muy rentable  políticamente en sectores de España. Y en Catalunya, la decisión del  Tribunal Constitucional se presenta por las derechas nacionalistas  catalanas como la decisión de España contra Catalunya, ignorando  maliciosamente que los representantes del pueblo español (excepto el PP)  votaron a favor de tal Estatut.
 La consecuencia de ello es que hoy, en el momento más grave que España y  Catalunya están viviendo, con un ataque frontal a los derechos sociales  y laborales de las clases populares de todas las naciones de España,  las luchas nacionales absorberán todo el espacio político y mediático,  llevando a un segundo plano el tema de la reducción del Estado del  bienestar, el objetivo deseado por las derechas nacionalistas catalanas y  españolas que, aliándose en sus políticas de reducción de derechos  sociales y laborales, utilizan ahora las banderas para dejar en segundo  lugar la crisis económica y financiera que sus políticas neoliberales  provocaron.
 Este artículo no puede terminar sin hacer una crítica a las izquierdas  gobernantes. La excesiva moderación del Gobierno del PSOE, que alcanza  niveles de difícil comprensión (como, por ejemplo, la definición de  Franco –el mayor asesino que España haya producido– en la web de la  Moncloa como un “político y militar”, sin citar su horrible  comportamiento, tanto en el golpe de 1936 como en los 40 años de  dictadura) y su enorme pasividad frente al Tribunal Supremo y al  Tribunal Constitucional es, también, en parte responsable de la  situación actual. Aplaudo el discurso del presidente de la Generalitat  de Catalunya, José Montilla, en su denuncia y crítica del Tribunal  Constitucional (el cual nunca tendría que haber existido o, en caso de  que existiera, no debería tener mayor potestad que la soberanía  popular). En lo único que estoy en desacuerdo es en lo de acatar el  dictamen. Es comprensible que lo dijera debido a su cargo institucional.
 Pero las leyes no tienen que acatarse cuando son injustas. Si la anciana  de raza negra en Alabama, EEUU, hubiera respetado la ley y hubiera  continuado sentada en la parte de atrás del autobús, los negros en EEUU  todavía estarían considerados ciudadanos de segunda. La desobediencia  civil es un acto democrático. Hoy las fuerzas democráticas, a ambos  lados del Ebro, deberían protestar por el hecho de que las derechas  continúen dominando los aparatos del Estado, no respetando la voluntad  popular expresada en el Parlament y en las Cortes españolas. En una  democracia, la soberanía procede del pueblo y no de unas instituciones  heredadas del régimen anterior.
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