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Filosofía desde la trinchera

LO FATAL

DICHOSO el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...

Rubén Dario

         La muerte es la mayor certeza del hombre. Sabemos que vamos a morir, pero nunca lo asumimos. La muerte se nos presenta como ajena cuando le ocurre al lejano, pero cuando nos roza sentimos que un pedazo de nuestra biografía se ha marchado con el ser querido. La muerte es nuestra realidad biográfica más radical. Pero la muerte es la disolución, es dejar de ser vivo. Es dejar de sentir, el Nirvana de los budistas, la nada, la anulación de la conciencia, el no desear, por eso el no sufrir. Morir es dejarlo todo. Vivir es ir muriendo en tanto que vamos dejando. La metáfora del árbol de la ciencia es curiosa. El conocimiento es el pecado original del hombre. Nuestra consciencia es nuestro dolor. Pero nuestra consciencia es lo que nos individualiza. El divertirse es el disolverse en la multitud, por eso en la diversión, igual que en los rituales religiosos de antaño, se utilizan las drogas que favorecen esta disolución de la conciencia. Pero, como bien decía freíd en su “El malestar en la cultura” la felicidad humana es imposible, a lo máximo a lo que podemos llegar es a la sublimación de nuestros traumas y represiones por medio del arte, la ciencia, la filosofía, en definitiva, la cultura. Porque esta disolución es precisamente un anticipo de la muerte. Lo que el sabio persigue es la serenidad, una especia de muerte en vida, pero consciente y feliz. El misterio es como poder llegar a ello. Mientras tanto, la pena por la muerte de nuestros seres más cercanos nos sobrepasa y la incertidumbre sobre el cuándo y cómo de nuestra muerte es un puñal de dolor en el alma. Liberarse del miedo a la muerte es la tarea fundamental de la filosofía. Para vivir hay que vivir de ilusiones y desde la pasión. Por eso decía Spinoza que en nada piensa menos el sabio que en la muerte. Y viene a ser lo mismo que lo que decía Platón de que filosofar es prepararse para la muerte. Y también Camus nos recordaba que la única cuestión filosófica de relevancia es el suicidio. Si cada mañana decidimos seguir adelante es que hemos encontrado un sentido a este sinsentido. Pero como decía Cioran, el suicidio es una idea consoladora, por eso lo mejor es irlo aplazando cada día, siempre sabemos que la puerta está abierta. El suicidio es la decisión radical en la que uno se posee definitivamente a sí mismo. Por eso es considerado por la religión una rebeldía contra dios. Y, por eso, en definitiva, no se admite la eutanasia, porque es rebelarse contra lo establecido y contra el considerado máximo bien: la vida. El problema es que por encima del valor de la vida está la vida con dignidad. Una vida sin dignidad no es vida: es muerte forzada en vida.

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