Coincido con Punset en que la crisis profunda está en la educación. Pero no participo de su análisis. La educación debe formar la inteligencia instrumental, social y emocional. Todas, por supuesto. Pero lo fundamental de la educación es que debe trasmitir valores auténticos de libertad y dignidad. Lo que el señor Punset nos dice es que el maestro debe hacer más hincapié en la educación de la inteligencia social y emocional. Yo pienso, que salvo en las dictaduras, el maestro educa, y los padres, en gran medida, este tipo de desarrollo social y psicológico. Quizás sin saber nada de estas teorías. Ahora bien, lo que se desprende del discurso de Punset es que los alumnos serán educados, en el fondo, en la adaptabilidad. De la inteligencia emocional y social de la que habla es aquella que facilita la cooperación, la adaptación a las situaciones conflictiva. En definitiva, la normalización y uniformización de los individuos. Creo que esto extirpa la diferencia, la genialidad, la rebeldía. El conocimiento, por sí mismo, produce todos estos efectos. La negación de la transmisión de conocimientos en pos de destrezas sociales y emocionales, no es más que una forma de control de los individuos. La instrumentalización de la ciencia quiere reducir al individuo, a través de la enseñanza, a un instrumento, un objeto maleable del sistema. La razón instrumental llega a la enseñanza de manos de la ciencia y quiere reducir a la persona a un medio, olvidándose de que toda persona es un fin en sí mismo. La educación, y más en la infancia, es un arte en el que hay que compaginar los afectos con los conocimientos, es una forma de ayudar al alumno a liberarse de sus pasiones pero, precisamente, por el autoconrtrol; esto es, la educación de la voluntad. Pero la ciencia reduce a recetas instrumentales la inmensa complejidad de la transmisión de valores y conocimientos. En la educación está ocurriendo lo mismo que ya ha ocurrido en la medicina, se está deshumanizando a causa de la instrumentalización científica. En el caso de la medicina algo hemos ganado en eficacia. Pero en la educación lo que ganaremos es la adaptabilidad y disponibilidad del futuro ciudadano al mundo cambiante regido por el capital. Y esto último que digo es a lo que se reduce el mito de Bolonia o el espacio común educativo europeo: una farsa de las empresas y un engaño de los políticos. Las opiniones como las de Punset favorecen esta tecnobarbarie educativa.
***
La cuarta entrega de Michel Onfray “Los ultras de la ilustración. Una contrahistoria de la filosofía”, es, como los volúmenes anteriores, fantástico. La filosofía y la historia de ella no es como se nos enseña en los institutos ni en las universidades. La filosofía va más allá del círculo academicista. Existen otras historias de la filosofía que no son la dominante y que no es más que una versión hegemónica y políticamente correcta del pensamiento. En el caso de la ilustración nos hemos quedado con la imagen de los que podríamos decir eran tibios en sus tesis, los que no llegaron al fondo. Por eso en la ilustración se nos dice que lo que se defendía era el deísmo, no el materialismo y el ateísmo. Los nombres de la ilustración Rousseau, d´Alambert, Voltaire, Kant, Diderot, todos ellos se quedan a medio camino, por muy importantes que fuesen sus enseñanzas. Todos pecaban de no haber sido capaces de sacudirse del todo el cristianismo ni el idealismo, así como de ser excesivamente eurocéntricos. Las luces de la razón eran para el docto europeo, no para el resto de las personas. Se seguía creyendo en un dios necesario para el funcionamiento del mundo, el deísmo, no se supo dar el paso hacia el ateísmo, como lo hizo anteriormente Spinoza. Incluso, aunque se llega al agnosticismo, como en Kant, dios y el alma son postulados de la razón práctica, es decir, de la ética. Ya digo, los ilustrados que la historia oficial ha considerados las figuras mayores no llegan a las últimas consecuencias, son demasiado tibios. Pero lo que este contramanual de historia de la filosofía nos narra son los pensamientos de otros ilustrados que sí llegaron al materialismo, al ateismo, y al hedonismo, éste último, como salida ética. Estos sí rompieron con el cristianismo y su ética del resentimiento y la resignación y con el idealismo platónico asociado. Todos estos pensadores, que son considerados menores, produjeron un tremendo influjo en la época. Pero la reconstrucción racional del pensamiento, siempre conservador y políticamente correcto, los relegó a un segundo plano. Michel Onfray, antiguo profesor de instituto, con más de cuarenta libros a las espaldas está realizando una inmensa labor en dos sentidos. Está construyendo una contrahistoria de la filosofía no oficial que bucea en los pensamientos de pensadores considerados por los poderes establecidos de segundo orden, pero que, al adentrarnos en ellos vemos que son de primerísimo calidad, además de más radicales y rebeldes, menos dóciles al poder. En segundo lugar, practica una filosofía antiacadémica. El academicismo es la muerte del pensamiento: es doxografía, historiografía y nada más. La filosofía tiene problemas reales que resolver y a los que enfrentarse, problemas que son perennes en la historia de la humanidad, pero que cada época de la historia necesita de una respuesta adecuada. Ésta, junto con la tarea de desenmascarar el engaño, es una de las misiones imprescindibles del pensamiento hoy en día.
0 comentarios