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Filosofía desde la trinchera

            Lo explicas de forma excelente. Todo es control y consumo. Es decir, mantener al personal distraído y con la apariencia de libertad, mientras que los dueños saben quiénes somos y cuáles son nuestros entretenimientos para vendernos más y saber con qué papeletas jugar. Internet es más complejo, pero en definitiva es como la televisión, los programas que hay son los que los programadores quieren que haya. Los sacrosantos índices de audiencia lo único que nos muestran es el tipo de ciudadanía que se ha creado. Además, si te fijas, como en las redes sociales, en nombre de la libertad. Esto no es más que la caverna de Platón o Matrix. Pero en ambos casos siempre existe la salida o un agujero, una gatera por la que escapar. Lo que ocurre es que, como dice Morfeo a Neo en Matriz, cuando sales “Bienvenido al desierto de lo real”. Por eso la inmensa mayoría prefiere vivir engañados, semiinconscientemente, por comodidad. Es la paradoja de la libertad de Hume, nada valoramos más que la libertad pero, inmediatamente, delegamos en otro nuestro poder porque es una pesada carga. Es la condición humana que se encarna en nuestra biología. Somos animales tribales y gregarios que necesitamos de líderes y creencias para sobrevivir. La comunidad es nuestra forma de existencia y ésta, exige una renuncia a nuestra libertad.

 

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            Efectivamente, lo único que nos queda es la esperanza. Control siempre habrá y el intento de eliminar cualquier tipo de pensamiento heterodoxo siempre se hará por parte de cualquier forma de poder. Pero no todo está perdido. La ideología del poder ahora mismo, que es hegemónica, es el pensamiento único y para los ciudadanos, el pensamiento cero: la ausencia total de pensamiento. Como tú señalas, de lo que se trata es de no pensar, sino de actuar según la batuta del director. Es también lo de la metáfora del gran teatro del mundo. Pero siempre nos queda la esperanza. De momento no ha habido ni una sola forma de poder que haya extirpado por completo el pensamiento y la libertad. Ahora bien, ésta es la primera en la que el control se basa en la apariencia de libertad de los individuos y en cierta libertad real, ir y venir de un sitio a otro, viajar, comprar una cosa u otra, opinar (variaciones sobre lo políticamente correcto) sobre todo lo que nos da la gana… Formas menores de libertad pero que satisfacen al ciudadano. Y, además, votar. Esto lo llaman el acto supremo de libertad, los políticamente correctos. Yo no veo mucha libertad ahí, veo conformismo, tradición, oscurantismo (creencia en un líder), miedo a lo desconocido… Y toda esta apariencia de libertad es el gran enemigo. La política debe retomar las riendas… Pero, curiosamente, se rinden ahora a la fuerza del mercado; es decir, renuncian a la libertad…mal asunto éste cuando lo que se necesita es una gran transformación de la sociedad…

 

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            El otro día, en una discusión sobre educación en la que los progres reivindicaban una mayor atención por parte de los maestros a la educación de la inteligencia afectiva y emocional, una de las participantes, muy inteligentemente, sugirió, que aunque no estaba de acuerdo con la progresía de la enseñanza y con el fondo de la ley, si era verdad que, tras la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, y por la necesidad que esta sociedad neoliberal impele a que los dos progenitores trabajen para poder vivir dignamente, entonces sería necesario esta educación afectiva, social y emocional para cubrir el vacío de los padres. Nada que objetar, en principio, a esto, además de que estábamos de acuerdo sobre la educación, que era lo que se estaba allí debatiendo. Pero quiero profundizar un poco sobre la incorporación de la mujer al mundo laboral, la sociedad del bienestar y la democracia.

 

            Parto, desde luego, para que no haya lugar a engaños, del principio de igualdad. No discuto, en absoluto, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, como entre cualquier persona. Ahora bien. También mantengo la diferencia ontológica que todos tenemos. La democracia no puede confundir la igualdad, en tanto que equidad o justicia, con la igualdad matemática. Esto último es una injusticia y da lugar, además, a la mediocracia, que es uno de los males que hoy padecemos. Desde luego que las mujeres deben tener los mismos derechos de iure y de facto que los hombres. Dense cuenta que hago la distinción entre la ley y el hecho, porque los hechos contradicen a ley y, por tanto, violan el principio de igualdad de oportunidades y social entre hombres y mujeres. En las sociedades en las que vivimos en la que es imprescindible el dinero para sobrevivir y tener autonomía, si la mujer, o cualquier grupo marginado quieren realizarse como persona, necesitan de trabajo que le aporta la economía para realizar su vida.

 

            El problema es que todo es un engaño. El trabajo es alienación, es decir, una forma de esclavitud. Nos esclavizamos para liberarnos, ésta es la paradoja. La jornada laboral suele ser de ocho horas. Cada vez vamos perdiendo más derechos sociales y laborales y las jornadas son, como dicen los del poder “más flexibles”; es decir, a disposición del jefe. La mujer, desgraciadamente ha pagado un alto precio por su liberación económica por medio del trabajo. En muchos casos tienen dos jornadas laborales, la laboral y la doméstica. Aquí el hombre sigue sin participar suficientemente. El engaño y el sueño de la libertad, que es imprescindible para no estar atada a un hombre, lo cual ya es una gran conquista, se convierte en esclavitud. Esclavitud en el mundo laboral, porque el trabajo, salvo los intelectuales y altamente cualificados son alienantes y cansinos, y en el ámbito doméstico. Pero a este mal se suma la deficiencia en nuestro estado de bienestar, que es, por su lado, un déficit democrático, porque a menor servicios sociales, menor libertad de los ciudadanos. Esto lo entrevió ya Platón, que, a pesar de fundar un régimen utópico totalitario, fue el primero que establece la igualdad entre hombros y mujeres. Ahora bien, el costo de esto, aunque las intenciones de Platón eran otras (adoctrinar al futuro ciudadano), era que el estad debía de hacerse cargo de la educación de los hijos y del cuidado de los ciudadanos. He aquí todo un programa del estado de bienestar. Los cuidados de los ciudadanos: educación, salud, baja laboral, paro, vejez…deben recaer en manos del estado. Los estados que menos tienen desarrollado su estado de bienestar son los menos desarrollados. Y son los que menos invierten en el gasto público. Ése es otro mito que el mercado nos quiere hacer creer. Se nos dice que para salir de la crisis hay que disminuir el gasto público. Es curioso que países como España, comparados con Noruega, Finlandia, Suecia, tienen un gasto público escuálido y un estado de bienestar mínimamente desarrollado. Sin embargo, los países más desarrollados son los que tienen un estado de bienestar más fuerte. El engaño es flagrante. Lo que quiere hacer el capital es gravar las rentas del trabajo y los impuestos indirectos y reducir el gasto público. Todo ello repercute en la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y de lo que se olvidan es de gravar las rentas del capital. El neoliberalismo lo que está persiguiendo es el desmantelamiento del estado de bienestar y, para ello, lo primero que ha hecho ha sido hacer claudicar a los políticos con el engaño del determinismo económico de la historia. Pero la economía no es ciencia, sino ideología.

 

            Pero, a lo que íbamos, los países con un estado de bienestar menos desarrollado realizan una carga de trabajo, no cuantificable, tremenda sobre las mujeres. Éstas son, en lugar del estado, las que cargan con el cuidado de los hijos, los dependientes y los mayores. En un estado del bienestar sano estos servicios están cubiertos por las instituciones del estado, dejando un amplio horario para la realización personal y profesional de las mujeres. Pero también la sociedad capitalista nos ahoga y agobia con jornadas laborales extensas, como digo, cada vez más a la disposición del señor. Habría que hacer un plan de la reducción de la jornada laboral que conllevaría dos grandes beneficios sociales y humanos: la disminución del desempleo y el aumento del tiempo libre para disponer de uno mismo y realizar su autonomía. Y, de paso, habría un efecto colateral, una redistribución de la riqueza, porque el gran capitalista tendría menos beneficios. La solución, pues, no es más mercado, como dicen los neoliberales, sino más política y más estado.

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