El tema de la prohibición de los toros trae una amplia polémica, porque se mezclan diversos niveles de discusión: nacionalismos, oportunismos políticos, identidades, cultura, tradición. Me voy a centrar brevemente, comentando un artículo de Adela Cortina en el País del 29 de agosto titulado “Los derechos de los animales.” Coincido plenamente con la catedrática de ética y filosofía política en que los animales no tienen derecho. Pero tampoco los tiene el hombre. Y aquí es donde discrepamos. Adela Cortina sostiene que el hombre es un ser con derechos previos a la legislación porque el hombre es un ser moral. Discrepo. El hombre, como el común de los animales, no tienen ningún tipo de derechos, y los derechos les vienen otorgados por la legislación. El hecho de que nosotros nos consideremos seres morales es una cuestión histórico-cultural. Y la consideración de que el carácter moral es un universal, también es una conquista de la historia. Los derechos han sido siempre los del fuerte sobre el débil. El otro no ha sido un sujeto de derecho. No existen derechos naturales, ni trascendentales. Si dios no existe, no hay derechos naturales. Y si renunciamos a la hipótesis de dios, sólo nos queda el naturalismo: la animalidad. Ahora bien, es cierto que el hombre es un animal que se trasciende culturalmente. Y que el origen de la cultura es el lenguaje y éste es el que construye la realidad. Por medio de la cultura nos damos sentido a nosotros mismos. Nuestro carácter biológicamente abierto, no determinado, nos obliga a dotarnos de sentido y de un conjunto de normas, la moral, que hagan posible nuestra sociabilidad animal. Es esta moral construida la que da el sentido de la responsabilidad de nuestros actos, el resentimiento, la resignación, la alegría. Por tanto, la moral es construcción, por eso se han dada infinidad de morales en la historia y todas particulares y excluyentes, salvo las que proceden de la ilustración. Lo particular del hombre, pero es diferencia de grado, es que es capaz, por medio del lenguaje, de darse normas y derechos y estos se hacen realidad en la legislación. La base de la moral es la empatía, y la necesidad de coacción y cohesión del grupo. No hay moralidad ni derecho previo, en todo caso empatía animal. Con la ilustración, lo que se consiguió fue universalizar los derechos, aunque en un principio esa universalización fue algo pacata, se refería sólo a los hombres blancos europeos, hubo que esperar más de un siglo para una universalización más rigurosa y, aún así, esa universalización no es total.
Por eso considero que Adela Cortina está equivocada en otorgar una moralidad al hombre, que lo singularizaría con respecto al mundo animal, lo cuál es, a mi parecer, una herencia del cristianismo, cuando la moral procede de la cultura y ésta es una forma de adaptación al medio. El hombre es capaz de expresar y es consciente de sus relaciones por medio del lenguaje y eso es lo que introduce una diferencia de grado entre los animales superiores y el hombre. Pero yo apuesto por una ética utilitarista, naturalista y ecológica. Me explico. Lo universal en el reino animal es la capacidad de sentir, como sostenía Benthm y hoy en día Singer, Marc Dowkins y Nussbaum. Ahí, sí reside una universalidad y podemos acceder al otro por medio de la empatía. Fue, precisamente la empatía, su desarrollo, lo que hizo posible el surgimiento de los derechos humanos, que aunque nos parezcan evidentes, nunca lo fueron. El sufrimiento de los otros no nos afectaba. El desarrollo de la cultura fue el que nos permitió ponernos en el lugar del otro. Aquí jugó un papel muy importante la literatura, novelas, y la pintura, los retratos. Este desarrollo cultural fomentó la capacidad de que el hombre se pusiese en lugar del diferente, entendiese su dolor. Y fue precisamente la capacidad de entender el dolor del otro lo que nos hizo desarrollar teóricamente los derechos humanos y la democracia. Esto, a su vez, es una ética naturalista porque arranca de nuestra propia naturaleza biológica. No hay un a priori, ni ontológico, ni trascendental, de los derechos del hombre. Y, en cuanto a la ética ecológica me ciño al principio de responsabilidad de Jonas. La ética clásica se basa en las relaciones recíprocas actuales, el principio de responsabilidad de Jonás amplia, la responsabilidad de nuestros actos al otro, absolutamente desconocido, a los no nacidos y a la naturaleza, en tanto que nuestras acciones sobre ésta pueden repercutir en las personas no nacidas. Es decir, lo que hace Jonas es una universalización de la ética, ampliándola al futuro y a la biosfera. Y, por eso, considero que una ética naturalista y ecológica es una consecuencia de la ilustración, porque es una universalización de los principios conquistado en el XVIII. Es una ética pragmática, porque no busca principios, sino que parte de la empatía, la capacidad de entender y sentir el sufrimiento del otro, y éste tiene lugar también en los animales. Justificar las corridas de toros por la tradición, el arte, la cultura, etc., es una barbaridad, es justificar el sufrimiento. Hasta el siglo XVIII existía la tortura como espectáculo, era una tradición, una fiesta y un arte: el de mantener vivo a alguien sufriendo todo el tiempo que podamos. Las torturas eran auténticas fiestas y entreteniniento de los ciudadanos. No teníamos la capacidad de ponernos en lugar del que sufría, eran una forma cultural y una costumbre, entonces, siguiendo a los protaurinos, no habría que haberla prohibido. Justificar algo por medio de la cultura, la identidad, la tradición, el “arte” es superstición. Fue necesario un salto cultural, una recreación del lenguaje que amplificó nuestra facultad natural de empatía, la que pudo otorgar derechos universales. Lo mismo debe ocurrir con los animales o, mejor, con la ecosfera en su conjunto, de la cual dependemos directamente. Los derechos históricamente se los ha otorgado el hombre a sí mismo, y se los puede otorgar a la naturaleza.
Una última reflexión sí quiero hacer. Me parece que existen luchas humanas más prioritarias que la prohibición de las corridas de toros. Me refiero a una forma de tortura universalizada que es la prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido. Aquí la ilustración no ha llegado todavía, porque no se concede el derecho a la vida digna, y, en segundo lugar, porque se tortura institucionalmente, con soporte legal. Esto me parece una auténtica barbaridad. Esto último es nuestra distinción con los animales. Podemos cuidar de nosotros y del resto de la naturaleza. Ser responsable de la biosfera y del hombre que la habita.
0 comentarios