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Filosofía desde la trinchera

Ha sido todo un placer compartir página con José Miguel López en La Gaceta Independiente. Tu artículo magistral. Nada que objetar. Plenamente de acuerdo. Sólo una cosa, tu discurso es universal, nadie de la clase política se dará por aludido. Cuando empieces a señalar un poco más con el dedo, entonces vendrán las críticas e incluso amenazas de denuncias. Estos son unos trepas, farsantes, inmorales, mediocres y hay que demostrárselo en los casos particulares. Eso es lo que les duele. Los discursos universales, los perversos, tienen el cinismo, incluso de aplaudirlos. Eso me pasó a mí en la radio y en el Eco de los Barros. La reflexiones generales, muy bien, como si no fuesen con ellos. Cuando se concretan en un caso particular y denuncias, desde esos mismos presupuestos generales, la corrupción, el déficit democrático, el vasallaje de los electores, la compraventa del voto, el maquiavelismos del gobernante, en fin todo eso que tú señalas, entonces van y te echan. Casi te consideran persona non grata. Reconocen los méritos de un torero, por cierto alumno mío en ética, era muy buen muchacho, eso sí, pero no reconocen los méritos intelectuales de alguien que no pertenezca al partido o esté en la onda del mismo… Miseria de personajes. El intelectual debe ser la conciencia crítica de su tiempo. La misión del intelectual es la de la libertad. Por eso la derecha y la izquierda se nos quedan estrechas. La actividad del intelectual es la denuncia del abuso del poder. Éste intenta aplastar la libertad de una y mil formas. Las democracias en las que vivimos son farsas. Han sido raptadas por el poder político y económico. El primer tiende, por sí mismo, a la acumulación y lo que hace es instrumentalizar al hombre. La economía actual es una perversión de la razón ilustrada. A eso se le llama neoliberalismo. Pero el liberalismo en sus orígenes era otra cosa. Era una defensa de la propiedad, por su puesto, pero también de la persona. El neoliberalismo elimina la libertad y, por tanto, a la propia persona. Su nombre ni siquiera es correcto. Mientras que el liberalismo defiende la libertad como el máximo valor que se encarna en la persona y su dignidad, el neoliberalismo, al instrumentalizar a la persona, convertirla en objeto, en el sentido de mercancía, elimina la dignidad. Aquel hallazgo kantiano que hereda tanto el republicanismo como el liberalismo. Pero lo de hoy no es más que perversión totalitaria, al modo de los fascismos del siglo XX, de la razón ilustrada.

 

            En cuanto al poder político. Estos no son más que marionetas al servicio del primero. Mientras que no muestren voluntad política de frenar la voluptuosidad del economicismo, así hemos de pensar. Pero, a su vez, el poder político, internamente, es antidemocrático y corrupto. Sólo quiere, como bien analizas, perpetuarse en el poder. Hay que tener una condición amoral para querer dedicarse a la política profesional. Lo curioso es que con unas cuantas reformas tendríamos una política más sana, lo que nos llevaría a una ciudadanía más independiente y a una mayor salud democrática. Por ejemplo, reforma de la ley electoral: esto aumentaría la pluralidad parlamentaria, se ajustaría más al ideal de una persona un voto, y eliminaría el poder de los nacionalismos que se ejerce en forma de chantaje y que es una traición al voto de los ciudadanos y su ideología. Pues ni los nacionalismos, ni los partidos mayoritarios quieren esto. Otra cosa, reforma de la ley de partidos. Aquí hay que incluir financiación. Ésta debe ser equitativa desde el estado y por los afiliados. Eliminación de la financiación privado. Esto sería un duro golpe a la corrupción, sobre todo, municipal. Eliminación de la disciplina de voto y, por último, listas abiertas. Pues nada de nada. A los partidos mayoritarios y nacionalistas, los que viven de la política, no de buscar el bien para la polis, no aceptan estas reformas. Lógico, para ellos sería una sentencia de muerte. De esta suerte, la clase política se ha convertido en una casta que sólo mira para sí, viola el principio de igualdad de todos ante la ley, la libertad individual, el respeto a las minorías y los principios básicos de la democracia. Una casta que delira sin entender para nada a la ciudadanía, salvo como mercancía. Los ciudadanos son su mercancía que compran en las campañas electorales. Los partidos, internamente, son una jauría de chacales en busca de poder y representación. La democracia está herida de muerte.

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