Todos los seres del universo son productos del azar y la necesidad. Son contingentes. Podrían no haber existido y dejarán de existir. Pero lo que sucede es que uno de nuestros mecanismos adaptativos que triunfaron, fue el de darnos importancia. Es decir, el antropomorfismo. Por eso nos resulta difícil aceptar nuestro carácter contingente. Y todo ello procede de que el hombre es consciente de su propio fin, de la muerte. Es ésta la que nos acecha y a la que tememos. De este miedo ha surgido toda la cultura (la ciencia pertenece a ésta), que no es más que una forma antropomórfica de entender el universo. El desarrollo de las ciencias nos ha ido poniendo en nuestro lugar. Por eso es necesario un nuevo discurso ecocéntrico sobre el hombre, que tendría grandes implicaciones éticas y políticas.
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