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Filosofía desde la trinchera

La diversificación del saber. Especialización científica. La importancia de la filosofía como cosmología.

 

            El desarrollo del conocimiento científico fue posible, surgiendo del ámbito de la filosofía natural, porque introdujo un método y delimitó un ámbito del saber. El método es el que hoy en día llamamos hipotético deductivo. Y, por otro lado, el lenguaje que seguía y en el que se expresaba el método era el de las matemáticas. Por eso decía Galileo que el libro de naturaleza está escrito en caracteres matemáticos. Y también, por lo mismo decía, que la astronomía nos dice cómo van los cielos, mientras que la Biblia nos dice cómo ir al cielo. Aquí establece una clara división entre la religión y la ciencia. Cosa que, por supuesto, no podía admitir la iglesia que tenía el poder en aquel momento y, por ello, el del conocimiento. Por eso lucha contra la separación entre ciencia y religión. Pero el curso de la historia, el progreso imparable, aunque no necesario, de la filosofía natural, posteriormente conocida como ciencia, produjo la separación de hecho, aunque nunca admitida por la iglesia. Pero ésta, poco a poco, con el proceso de secularización al que el saber científico ayuda, pero sin ser el máximo responsable, va perdiendo poder. Y así llegamos a la ilustración en la que se producen las dos revoluciones políticas –en el diecisiete tuvo lugar la revolución científica- que determinan nuestra realidad social. Nos referimos a la americana y el surgimiento de la democracia liberal, con su origen en Locke, y a la revolución francesa que produce el republicanismo con su origen en Rousseau. De la dialéctica entre ambas opciones y la revolución industrial, fruto del desarrollo tecnológico y la globalización iniciada en el Renacimiento, así como el desarrollo de las ciencias económicas y las diversas opciones políticas del XIX, surge el siglo XX y nuestra realidad, cuando se le suma la revolución de las tecnologías de la comunicación. Pero no es el desarrollo de esta historia el que yo quiero tratar aquí. Lo que yo quiero analizar es el problema que ha acarreado el tremendo éxito epistemológico del desarrollo de la ciencia y proponer un modelo de enseñanza, unas líneas generales, que eliminen la brecha, que en la realidad no existe, entre el saber humanístico y el tecnocientífico.

 

            El desarrollo de la tecnociencia nos ha llevado, independientemente de los problemas de la gran ciencia: financiación (capital), política, poder militar, a una superespecialización. El lado positivo de ésta es la eficacia del saber tecnocientífico. El lado negativo es, por una parte, la ignorancia del científico, igual que del humanista, de una visión general e histórica de los problemas, así como una ausencia de interdisciplinariedad lo que nos lleva a una ausencia de diálogo.

 

            Existe un problema estrictamente práctico. El saber es amplísimo y es necesario todo el tiempo de tu vida para acceder a un ámbito del mismo si quieres estar en la primera línea. Es más en los saberes eminentemente prácticos, como la medicina, uno debe estar al corriente de todas las novedades para poderlas aplicar. Esto es una dificultad insalvable que conlleva la inmensidad del saber y es inevitable. Pero hay otro aspecto negativo de la especialización del saber, que es la deshumanización del mismo. Y esto sí es evitable. Mi idea es que la tecnociencia está dehumanizada y que se pierde el norte de una cosmovisión que implique una serie de valores y modos de acción. Y la solución de estos problemas es una forma distinta de enfocar la enseñanza de la ciencia que está anclada en el modelo positivista de la misma. Modelo, por lo demás, ya caduco.

 

            La tecnociencia se enseña en la secundaria y en la universidad desvinculada de su dimensión histórica. Como un conjunto de hechos constatados. De esta manera el alumno tiene una falsa visión de la ciencia. Confunde verdad con ciencia. La ciencia no es la verdad, sino la búsqueda de conocimientos verosímiles. Las verdades absolutas las dejamos para el dogmatismo. Una visión dogmática de la ciencia, es una visión falseada de la misma. La cienia es escepticismo, duda, búsqueda. Por eso es necesario que el que se inicie en la ciencia tenga una visión histórica de la misma. Pero no sólo una visión interna de la historia de la ciencia, que es imprescindible, el hecho de cómo se van sucediendo unas teorías a otras, sino, también, la dimensión externa de la misma. Y no como los acontecimientos que rodean a la actividad científica, sino como la historia en la que la ciencia está inmersa. La ciencia no es algo neutral y etéreo, sino, un producto social, concreto. Con esto no quiero relativizar el conocimiento científico, como hacen los sociólogos de la ciencia, apéndices del posmodernismo. Ya el físico Sokal se encargó de desenmascararlos. Lo que yo estoy sugiriendo es que la ciencia está inmersa en una dinámica histórica y social en la que se dan un conjunto de factores que determinan su desarrollo. Estos factores son de toda índole: ideológicos, políticos, financieros, de intereses profesionales y todo lo demás. Esto no anula, por supuesto, la objetividad de la ciencia, pero sí nos permite entender su desarrollo, que no obedece, como se cree, sólo a la búsqueda de la verdad. Éste último es uno de los factores, quizás el más característico, pero, ni siquiera el más importante. Así, el conocimiento histórico del saber científico nos da una idea más general de la misma, a la par que aúna el saber humanístico con el científico. Pero esta unificación ha de ir más lejos. En última instancia, la pregunta originaria es qué es el hombre. La ciencia no debe perder la perspectiva de lo global. Su descubrimiento particular debe inscribirse dentro de una imagen general del mundo que conlleva unos valores y, de suyo, una forma de acción. Es más, la propia actividad científica contribuye, con la aportación de conocimientos, a la transformación de esta cosmovisión y de los valores éticos. De ahí que el norte y el horizonte último de la investigación científica debe ser el humanismo. En este sentido, la ciencia, la política y la ética están íntimamente relacionadas. Existe una relación de complejidad, no lineal, entre ellas.

 

            Así, la enseñanza de la ciencia debe tener un anclaje histórico, por un lado, y otro cosmológico. Es necesario tener una visión general del mundo, y del hombre en el mismo que sirvan como guía regulativa de la investigación científica y de la praxis (el ámbito de la ética.) Para ello es necesario que en el ámbito de la formación científica y humanística se ofrezca un diálogo interdisciplinar. La especialización elimina la interdisciplinariedad; pero sólo a través de ésta podemos llegar a una cosmovisión (en su dimensión natural y ética.) Por su parte el humanista, como el que se dedica a las ciencias sociales, no puede olvidar que el desarrollo de la ciencia implica una nueva idea y concepción del hombre que excede sus planteamientos. El científico social suele ser un reduccionista y piensa que la naturaleza humana se explica por su dimensión social. De esta forma olvida el desarrollo y la aportación de las ciencias naturales al esclarecimiento de la naturaleza humana. Esto es un error. El desconocimiento científico del humanista lo lleva a la fantasía e incluso a las utopías políticas peligrosas. La ignorancia humanista del científico le llevan a la creencia en una ciencia desencarnada que no tiene nada que ver con el hombre, la ética y la política. Ambos extremos son peligrosos. Y la educación contribuye a fomentarlos. Es necesario una mayor cultura humanística por parte del científico y una alfabetización científica del humanista.

 

            Y aquí entra en juego la filosofía. La historia de la filosofía es, a la par que coincide con la historia de la ciencia hasta el siglo XIX, la historia de la argumentación. Es decir, de la crítica dialógica de las ideas. La búsqueda de una cosmovisión en el que el nivel físico-natural, el biológico y el ético-político queden integrados. Así, el estudio de la filosofía, de entrada, tendría dos funciones. En primer lugar, mostrarnos la argumentación y la crítica racional como forma de acceso a la realidad, la verdad y el conocimiento, saltando por encima de los dogmas, las creencias y las opiniones. Es decir, la filosofía nos enseña a pensar que no es más que poner en diálogo las ideas, partiendo de la base de que lo común es la razón, nuestro logos. El pensar es la búsqueda del conocimiento que, a su vez, tiene a la base, la tolerancia, que es la virtud que se enfrenta al dogmatismo, algo que no sólo se da en la religión, sino que es muy común también en el científico. Una segunda enseñanza de la historia de la filosofía es la serie sucesiva de modelos o visiones del mundo absolutamente integradas que han estado y pueden estar a la base de la investigación científica. Estas cosmovisiones, la dimensión cosmológica de la filosofía, tiene a la base el anhelo del saber global, no de forma extensiva, sino intensiva o integradora. La filosofía como cosmovisión, debe ser un saber integrador.

 

            Y hay también una enseñanza de la filosofía que es el estudio de la ciencia de forma crítica. Esto es, no como una exposición de los logros del saber científico; sino un estudio de la tecnociencia como una forma de acción que pretende buscar la verdad y transformar el mundo integrada en la sociedad. Es necesario que tanto el humanista como el científico tengan un saber crítico de la ciencia. La ciencia transforma la sociedad, pero los ideales sociales, políticos y económicos, también transforman la ciencia y dirigen su camino. Este saber crítico desde el ámbito de la filosofía constituyeron los programas de investigación en Ciencia, Tecnología y Sociedad. Programas de investigación con una dimensión teórica: saber cuáles son las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad y una acción práctica; es decir, ética. Del conocimiento de la ciencia y la sociedad se deriva una praxis, una acción que va encaminada a la consecución de la dignidad humana. Tanto la ciencia, como la política o la economía pueden atentar contra la dignidad del hombre. Si conocemos los dinamismos sociales de la ciencia y persistimos en los ideales humanistas de la ilustración: el hombre como un fin en sí mismo: igualdad, libertad y fraternidad, entonces nuestra praxis debe dirigirse hacia el control de las fuerzas que intentan dirigir nuestro destino eliminando nuestra libertad.

 

 

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