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Filosofía desde la trinchera

Estimado Joaquín,

 

He leído muy rápido tu artículo de réplica a mis reflexiones sobre la lectura que hago en “Pensamientos…” depende desde el ángulo que lo mire, pues estoy de acuerdo contigo, o no. De todas formas creo que malinterpretas mi intención. Lo que hay debajo de mis palabras es un discurso contra toda forma de poder. Y esa es mi línea de argumentación y donde cobra sentido lo que digo. De todas formas me parece muy bien argumentada tu réplica. Y haré una defensa en la línea que vengo diciendo, además de apoyarme en el hecho de que todo en la vida es entretenimiento, un pasar el tiempo. Cuando la vida y la historia del hombre careen de sentido, como buen escéptico, todo es pasar el tiempo. Sobrevivir, mientras que dejamos nuestra información genética. La cultura es la forma que la especie humana ha inventado para tal menester. Los valores son provisionales, si bien algunos preferibles a otros. Por eso creo que el conocimiento es superior al mero entretenimiento, pero sin que el conocimiento no deje de ser entretenimiento. Lo único que hacemos en esta vida es pasar el tiempo, desde la cuna a la tumba. Nuestra enfermedad mortal es el tedio y contra él nos afanamos. Pero la lucha y el afán dan lugar a productos culturales distintos. Unos surgen de la maldad intrínseca del hombre, otros de la esperanza en un mundo mejor, otros de la utopía que, al final, se convierte en totalitarismo, y otros, en fin, de la estupidez. Y ésta es tremendamente contagiosa. Si fomentamos la estupidez producimos esclavos. Y yo no quiero esclavos, ni siervos, aunque esto es imposible, por la propia condición humana, pero, mientras menos, mejor. Y, sobre todo, en una democracia, porque en última instancia la estupidez de la mayoría me afecta a mí. Y esto te parecerá elitista. Es una de tus críticas. Pero siento decirlo. Pienso que una democracia que no defienda el elitismo, la meritocracia, es una farsa, una dictadura del mediocre, una pantomima de democracia y libertad, un relativismo endeble y avasallador que confunde la virtud con el vicio, el entretenimiento con la virtud, lo universal con lo particular. Por eso el contexto de mi discurso es el del poder. La imaginación se puede fomentar de muchos modos, no sólo con malos libros. Es más, se fomenta mejor con buenos libros. Además no es cierto que a través de la lectura de malos libros, de malas películas, de mala televisión, se pueda acceder después, salvo en contadas ocasiones, a una literatura superior, un cine superior… y sostengo lo mismo que dices. Porque aquel que se distrae con Tartini, que escucho en este momento, siente el mismo placer que el que se distrae con la música pasajera del verano anterior. El efecto bioquímico en nuestro cerebro es el mismo. Pero los valores que emanan de Tartini, y el cómo se llega a apreciar el violín de tal autor no son cosas que se desprendan del placer de la música ligera y ocasional. Existen los clásicos en todos los ámbitos. Y son tales porque han tocado una nota de la universalidad del hombre. No se puede fomentar una lectura devaluada de El Quijote, éste hay que leerlo, cuando se pueda, pero como es, esos planes de fomento de la lectura de los centros no son más que vulgaridad y adoctrinamiento. Existe una literatura infantil desde los griego para acá accesible absolutamente a los niños. No hay que idiotizar, hay que ilustrar. Ese intento vano de adaptación de los clásicos de la literatura a la lectura en los centros no es más que un fomento de la ignorancia. Es un intento de infantilizar definitivamente a la población. Es crear estúpidos. Y, además, es pensar que el niño es estúpido, cuando no lo es. Lo que le falta es formación y eso es lo que hay que darle. Pero en una enseñanza devaluada, desprestigiada en la que lo importante es la competencia y no el contenido, la forma y no el fondo; el fomento de la lectura es un narcótico, no una liberación. Entender la lectura meramente como entretenimiento es un error. E, insisto, que hasta el sabio más grande, el mayor científico, se entretienen con su trabajo, si no, nunca lo harían, éste produce un placer estrictamente bioquímico perfectamente descriptible, pero de su actividad emana algo superior, un bien para él mismo y el resto del hombre. El otro entretenimiento del que me hablas es puro narcisismo. Y, por lo demás, fomentado por el poder, una ideología. Y toda ideología es una forma de dominio y opresión. Entender la lectura sólo y fundamentalmente como entretenimiento es opio para el pueblo, es alienación y narcisismo consumista.

 

            Que la literatura no nos hace mejor, por su puesto. Pero esto es una cuestión ya bien antigua. Tanto Sócrates como Platón defendían el intelectualismo moral. Es decir, que el conocimiento de la virtud me hacía virtuoso. Nada de esto es cierto del todo. Es verdad que el conocimiento puede hacer reflexionar, pero no produce una virtud. Fue el discípulo de Platón, Aristóteles, el que deshace el entuerto y nos dice que la virtud es fruto del esfuerzo, el conocimiento puede ayudar, pero nada más. La virtud emerge del ejercicio, del esfuerzo continuado. Por eso virtud en latín es fuerza. En griego es excelencia, el que está por encima de la media, el que destaca en una destreza. Pero para destacar en una destreza es necesario el esfuerzo. Por eso el sentido latino y el griego se unen. Para alcanzar la excelencia es necesaria la fuerza, el ejercicio. Y esto contradice a la tesis de que la lectura sea fundamentalmente entretenimiento. El atleta obtiene placer en su ejercicio, el músico en su práctica, el científico en su investigación. Pero todo ello requiere del esfuerzo, de la práctica continuada. De haber convertido nuestra acción en un hábito: en una virtud destacable. Si reducimos la lectura a mero entretenimiento estamos fomentando la debilidad. Y de la debilidad surge el vasallaje. Somos súbditos en la medida en la que no somos capaces de esforzarnos por ser libres. La lectura no nos hace mejores, el esfuerzo por la buena lectura sí, al menos nos hace constantes. Y, además, la buena lectura requiere de formación y ésta de un esfuerzo para adquirirla. Y la formación, en tanto que conocimiento es ya un acto de liberación, porque conocer es luchar contra las apariencias, los mitos y las máscaras. La defensa de la lectura como entretenimiento es una equivocación típica de la crisis de valores, mejor filosófica, en la que vivimos. Se nos despacha este tipo de lectura, o esta forma de entenderla, para narcotizarnos, cosa que al poder le interesa. Ninguno de los autores que citas se ha dedicado a una literatura de entretenimiento en el sentido que yo digo. Son auténticos sabios que para escribir han leído mucho. Un libro suyo tiene un fondo de información tremendo que a esos autores les ha requerido un esfuerzo ímprobo y les ha proporcionado un saber. Que, o bien lo podrían haber transmitido en forma de ensayo, o bien, de literatura. Por su puesto que sus libros entretienen, porque son historias bien contadas. Y el hombre es un ser de historias, que se alimenta de cuentos. Nuestro diálogo interior es un fantasear continuo. El pensar es un diálogo con uno mismo en el que la imaginación es importantísima. Pero sin conocimiento ése diálogo interior es pobre y casi vacío. Los autores que citas, cuando hablan de entretenimiento, se refieren a que una buena novela, puede decir lo que sea, pero, primero, debe entretener. Efectivamente, si no, no es novela o literatura. Es otra cosa. Pero al final debe deleitar, y esto entra dentro de las capacidades superiores del goce. Y, además, si enseña, pues mucho mejor. Pero, por otro lado, otra cosa importante, cuando mantenemos que el valor máximo de la lectura es el entretenimiento, entonces dejamos al margen otros géneros literarios, como son los ensayos y la lectura especializada. Te aseguro que ambos entretienen y producen placer, pero para llegar a disfrutar de ellos es necesario la formación y el esfuerzo. En definitiva, el conocimiento. Y tampoco este conocimiento, ya sea científico, filosófico o histórico nos hace mejores, lo mismo que la lectura de la buena literatura. La ética no tiene que ver con el conocimiento, como he demostrado antes, sino con el ejercicio. Y éste tiene mucho que ver con la educación. Y esto es importante porque la educación es la que debe crear los hábitos intelectuales y morales. Pero cuando la educación fomenta la mediocridad, entonces, apaga y vámonos. Por eso, porque la educación está como está, es decir, imperan teorías que defienden que se aprende jugando, que hay que motivar. Pues es ahí donde cobra sentido la tesis reduccionista de la lectura como entretenimiento, como juego. Pues no señor. La lectura es un placer que requiere del esfuerzo, del hábito y la costumbre. En un mundo narcisista, hedonista y egocéntrico como en el que vivimos es en el que cobra sentido el valor supremo del entretenimiento, porque éste es referido sólo al ego, no al nosotros. La buena literatura y el conocimiento pueden ayudarnos a trascender ese yo narcisista con el que todos nacemos, no nos garantizan nada, como digo, pero sí son un puente, porque ellos mismos requieren del esfuerzo, hacia la virtud, hacia la trascendencia del yo y la superficialidad del placer inmediato del mero entretenimiento. Pero, en última instancia, son nuestros actos los que cuentan. Pero, como la ideología que sustenta a la enseñanza nos quiere hacer ver que todo es juego y entretenimiento entonces el esfuerzo y la virtud quedan desalojados de la tarea educativa y, de resultas, la lectura se convierte en un mero entretenimiento. Y como el nivel es tan bajo, para poder entretener es necesario la más burda vulgaridad o, peor aún, la vulgarización de los clásicos. Todo está atado y bien atado. Es el triunfo del relativismo que no es más que el triunfo del yo narcisista y caprichoso que es el que a la sociedad en que vivimos les interesa que haya. No un yo ilustrado, ni contestatario, ni solidario. Si no pasivo, sumiso, obediente, distraído, narcotizado y entretenido, eso sí. Eso es, pan y circo, hasta en la escuela. Y hoy, para más inri hasta en la universidad.

 

Un saludo y muchas gracias por tu reflexión y tus críticas.

 

Juan Pedro.

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