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Filosofía desde la trinchera

La inmensa mayoría de los políticos suelen ser honestos, no más ni menos que los ciudadanos normales. Lo que sucede es que el sistema político que tenemos genera per se, la corrupción, la deshonestidad. La degradación ética de la praxis política no es cosa cuestionable, sino algo común. Y esto es lo vergonzoso, que un sistema político cree una conciencia en los ciudadanos de que el político es, por el mero hecho de serlo, deshonesto. En sus orígenes, y así debe seguir siendo, el político, es un servidor público, que antepone los intereses de la polis a los suyos o los del partido. Pero el problema es nuestro sistema, como he dicho. Y, por eso creo que los partidos mayoritarios, hablo de la democracia en España, sin generalizar, aunque la cosa es similar, son treméndamente responsables de esa deshonestidad generalizada de los políticos, de esa separación, enferma, entre ética y política, de esa percepción entre la ciudadanía de desprestigio de la clase política. Es necesario, en España una segunda transición que regenere la clase política. Son muchas las cosas que habría que hacer, cambiar la ley electoral, cambar la ley de partidos, proclamar las listas abiertas, eliminar la profesionalización de la política en municipios y regiones, profundizar en una democracia republicana (participativa), en fin, la lista es enorme y es una asignatura pendiente de los partidos mayoritarios. La percepción de deshonestidad que tienen los ciudadanos, aunque en muchos casos falsa, tiene su raíz en los propios intereses de los grandes partidos. Es necesario que los políticos honestos que pertenecen a estos partidos, que son más de los que parecen, y no se les ve, remuevan las entrañas de sus partidos. Y es necesario, por otro lado recordar, y no tirar balones fuera, que todos somos políticos, es decir, habitantes de la ciudad. Si consentimos el mal somos participes del mismo.

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