La docta ignorancia.
Con estas reflexiones generales quiero responder a mi amigo José Miguel en relación a su artículo Soberbia intelectual. Voy a procurar no utilizar la segunda persona, es decir, no personalizar, para evitar los argumentos ad hominem y, sobre todo, las descalificaciones que pueden molestar. Quizás mi artículo de réplica pudo afectarlo precisamente por el uso, o quizás, abuso de la segunda persona. Pero no hubo argumentos ad hominem intencionados. Nunca intenté descalificar sus argumentos descalificando a las personas. Mi intención era argumentar. Y creo que los argumentos eran, y sigo manteniéndolos, absolutamente contundentes. Ahora bien, al presentarse en segunda persona, fácilmente se cae en el argumento ad hominem y en la descalificación. Pido disculpas por ello. Como su réplica es del mismo tono, es decir, argumenta y apela a mi supuesta postura, pues, adolece del mismo problema que el mío. Por ello decido abandonar ese nivel de discusión y utilizar el plural que va más con lo universal y lo abstracto. Ello no quiere decir, primero, que no siga sosteniendo todos los argumentos, eliminando las menciones personales de mi primer artículo, y, en segundo lugar, que considere que mis intervenciones públicas estén atravesadas de crispación, iluminación, redentorismo, mesianismo, al estilo Savaranola. Nada de eso, mis publicaciones, más o menos acertadas o erróneas, que eso es otro cantar, están perfectamente argumentadas. Otra cosa es que el tono que utilice en ellas sea ácido, sarcástico, irónico y todo lo demás. Son las armas que tenemos contra las verdades-mentiras establecidas por el poder. Mi intención en este escrito es doble, aunque quisiera no extenderme, porque si eliminamos el tono personal y descalificativo de mi primera réplica, mis argumentos se mantienen, pese a las críticas de José Miguel, porque lo que él añade, yo lo comparto. Y cuando no lo comparto, tampoco tiene mucha importancia en la argumentación de fondo. La diferencia de raíz es de carácter y de ese carácter surge una actitud. Por ello la diferencia entre ambos es de actitud. De actitud ante lo que nos rodea. Pues decía que la intención era doble, en primer lugar una clarificación de lo que yo entiendo por intelectual en la que, a la par, va implícita una defensa de mi persona. En segundo lugar, algunas apreciaciones sobre los argumentos que se han venido barajando.
Bien, soy socrático como todo filósofo que se precie. Y por ello parto en mi vida del sólo sé que no sé nada, yo sí me quedo perplejo e intento conocerme a mi mismo a través de los demás y a los demás a través de mí mismo. Es lo que Popper, otro socrático, llamaba, la docta ignorancia, tomando el nombre de Nicolas de Cusa, renacentista que acabó en la hoguera debido a sus teorías “heréticas” sobre el universo y su infinitud. Esto de la docta ignorancia me gusta porque aclara algo más la vieja máxima socrática. A la ignorancia se le añade la palabra docta. La ignorancia no es plena, es conciencia de ignorancia y esa conciencia de ignorancia nos impele al saber. Pero nuestra educación, siguiendo al máximo ilustrado del siglo XX, Popper, es reconocer la inmensidad de nuestra ignorancia. Por eso, mientras más docto es nuestro saber, más apreciamos nuestra ignorancia. De ello se deriva que todo nuestro saber es provisional, conjetural. Pero no por ello, ni relativo, ni subjetivo. En eso es en lo que se ha caído hoy en día, en el relativismo de las opiniones, que es lo contrario del saber racional. La conquista de la razón es el gran invento de occidente. Es el descubrimiento del orden racional del mundo, tanto del natural, como del humano. Es el descubrimiento de que el logos, la razón, la palabra es lo común al hombre, por tanto, elimina la subjetividad, es decir, hace prescindible al sujeto. Quien acepta la razón, pues se niega como sujeto particular para afirmarse en lo universal. Ése es el gran y trascendental descubrimiento griego y el fundamento, hoy tremendamente tambaleante, sino derruido ya, de nuestra civilización. Quien participa en el logos, participa en el mundo de los despiertos, abandona sus sueños y quimeras, participa de lo universal del logos. La racionalidad es el abandono de lo privado para acceder a lo común, que en la naturaleza es el cosmos, y en la ciudad, lo público, lo que concierne a todos por igual. Lo que desecha la razón es lo particular, el interés privado. Mientras que digo todo esto, nunca hablo de verdad, sino de racionalidad universal, que por las propias características de la misma y por los propios límites cognitivos del hombre es provisional, como ya dijimos.
Pues bien, entiendo por intelectual algo muy básico, aquel que se las ve a diario con las ideas. Esto es algo que me enseñó también Popper, uno de mis máximos maestros filosóficos y éticos, pero no por ello, ha escapado a mis críticas. Porque una cosa es importante, cuado uno se compromete con lo universal ha de ir donde la razón le lleve, trascendiendo intereses y afectividad. Por eso el ejercicio del conocimiento es un ejercicio de libertad, porque es un continuo ir desenredándose de nuestros intereses particulares, de ahí la necesidad del ejercicio del conocimiento de ti mismo. Y de ahí, también, el hecho de que, a nivel privado, la libertad te lleve a la soledad. Unamuno es para mí uno de los mejores ejemplos de esto. No estaba ni con los “hunos ni con los hotros”, era capaz de ejercer la crítica desde todos los ángulos, por eso cayó en la mayor soledad, sobre todo el último año de su vida. Pero un dato importante de su vida, que además, nos servirá para dar paso a una segunda acepción del intelectual, defendió la razón, como Rector de la Universidad de Salamanca, frente al poder arbitrario de la fuerza. De ahí su famosa frase frente al general Millán Astray, a la mujer de Franco, a los falangistas apilados en el Paraninfo de la universidad y a los sucesivos discursos que diversos profesores habían dado defendiendo el golpe militar y la idea de una España eterna y católica…tras unas breves palabras como introducción a su discurso dijo, venceréis pero no convenceréis. Y aquí se terminó su discurso y comenzó su exilio interior, la retirada del rectorado, el arresto domiciliario y el vacío absoluto de Salamanca y de toda España, tanto los hunos, como los hotros. Esta lección nunca se me ha olvidado. El ejercicio de la razón y de la libertad nos lleva a la soledad. El intelectual es aplaudido y aclamado cuando le conviene al pueblo y al poder, cuando no, ya sea el pueblo o el poder, es vilipendiado. Y ésta es la segunda acepción de intelectual. El mismo Unamuno señalaba que la filosofía, podemos decir el ejercicio del pensar, incluido las ciencias, es una visión general del mundo, una cosmovisión que engendra un sentimiento y ese sentimiento una acción. Es decir, que hay una unión clara entre el saber y el hacer, la razón teórica y la razón práctica, la ética. Por tanto, la acción está guiada por el saber y el saber, como hemos dicho, es instalarse en lo universal, cosa que todo hombre, por lo demás, puede hacer, puesto que está dotado de razón. Otra cosa es porqué no se consigue. La razón de esto es nuestra propia naturaleza biológica. Somos seres gregarios y tribales, preferimos obedecer a ser libres, va en nuestra naturaleza. filosóficamente a esto se le puede llamar la servidumbre humana voluntaria, por complacencia, miedo o cobardía. O la sociable insociabilidad de Kant, o su alusión al fuste torcido de la humanidad, por esto no era ni utópico ni revolucionario este filósofo ilustrado
Pero sigamos con esa dimensión ética del intelectual. Una visión del mundo implica una acción. El intelectual está comprometido con lo universal, que es el mundo de las ideas, que es en el que realmente se encuentra a gusto, y en el que le gustaría permanecer para siempre, pero es humano, ese mundo lo ciega, la mucha luz, que decía José Miguel, por eso ha de volver al mundo de los hombres y éste es el compromiso ético. La acción entre los hombres. Pero el que viene de las ideas viene de lo universal, no de la verdad, que es lo que Platón pensaba, y por eso su modelo político cae en un totalitarismo; sino de lo universal conjetural que venimos diciendo desde el principio. Desde la docta ignorancia en definitiva. Por eso, la misión ética del intelectual es la del educador o la del ilustrador (siguiendo la consigna ilustrada) atrévete a pensar por ti mismo. Y a ésta no puede renunciar, y no porque lo haga por placer. Mejor estaría en el mundo del conocimiento, en la paz de las ideas, sino por deber. La Ilustración es un movimiento contra el absolutismo, la superstición, el miedo, la esclavitud y la tarea del intelectual, por compromiso con sus semejantes, por respeto hacia ellos, es ayudarles a que hagan uso de su propia razón, no a enseñarles verdades y menos la Verdad, sino a atreverse a pensar por sí mismos. Y esta misión del intelectual es también la misión del educador o el profesor. No se puede diferenciar entre filósofo y pedagogo. Un filósofo nunca puede renunciar a su deber educativo. A la pretensión de ayudar al que no es sujeto, sino esclavo de sus intereses, de sus vicios, de sus miedos a participar de lo universal que es lo que le ayudará paulatinamente, y sin ninguna garantía de éxito, a alcanzar cierto grado de libertad que le permita dominar sus vicios (morales me refiero, no habría ni que decirlo), sus miedos, sus intereses particulares. Conocer y hacer van unidos. Y, por supuesto, también van unidos a la belleza. Porque un alma bella es un alma libre, que con el esfuerzo, el tesón, la valentía, se ha hecho a si misma. Ha hecho de su vida una obra de arte, es biografía, no mero replicante, ni objeto. Tiene un valor que va mas allá del valor que el poder le pueda otorgar, aunque el poder, como casi siempre ha ocurrido, pueda fulminarlo en un instante. Esta dicotomía entre el poder y el intelectual me recuerda una de las ideas de José Miguel de la que participo plenamente y que se desprende de mi discurso. No se puede ser maniqueos, pero tampoco se puede caer en el maquiavelismo. Me explico. No existen buenos y malos, para empezar porque la verdad, el bien y la belleza absolutos no existen, son inventos, construcciones culturales que han producido mucho daño, y siguen haciéndolo, hoy más que nunca, curiosamente en las sociedades posmodernas y descreídas, todo es mucho más complejo, tiene muchos matices. No en vano decíamos que el saber era provisional. Ahora bien, no se puede aprovechar el hecho de los matices con la confusión arbitraria e interesada, que es la postura maquiavélica. Es decir, aquella que por el realismo político, separación total entre la decisión política y la ética, por un lado y la política de hechos consumados, justifica toda acción. No, toda acción no es justificable. Eso es lo primero, ni todo lo que ocurre es inevitable, como dice el determinista para justificar su inacción. La biografía y la historia son construcciones, condicionadas, claramente, pero construcciones que proceden de la acción humana. Y, lo interesante es que esa acción humana proceda de lo universal, de lo que es común a todos los hombres.
Atendiendo a esto, un intelectual no puede ser un mesías, ni creérselo. La educación no es redención. El que intenta redimir lo que hace es adoctrinar y el que adoctrina es el que se cree en posesión de la Verdad. Pero todo el discurso que antecede nos viene a decir que esto no es legítimo. Cuando creemos en una verdad absoluta lo que hacemos es imponer nuestro interés particular a lo universal. Intentamos llenar el ágora que es el lugar vacío habitado por el logos, lo universal, por nuestro interés particular, ya sea, el dios de la religión, el relativismo, el determinismo económico o tecnocientífico, es decir, todos esos intereses de un grupo particular o individuo, un tirano, intentan llenar el vacío de lo universal y acabar con el diálogo, la tolerancia y el respeto. Cuando esto ocurre el deber del intelectual es desenmascarar esa usurpación del poder por parte del mito y la creencia y los dueños de ello que son los poderosos.
Por mi parte, y con mis convicciones filosóficas más básicas, es imposible que pueda ser ni actuar como un redentor. Primero por todo lo que he dicho anteriormente que forma parte de mi entraña filosófica que llevo construyendo desde décadas y, por suerte, aún en construcción. Segundo, porque considero que ni la vida humana, ni la historia tienen ningún sentido. El único sentido, que es un sinsentido, porque se reduce al azar y la necesidad, es el meramente biológico. Ahora bien, el hombre como ser cultural, aunque no esencialmente, para preservar su naturaleza (disculpen los más entendidos en evolución el lenguaje antropomórfico) construye cultura. La cultura es el modo de adaptación del hombre al medio natural. Las culturas exitosas son las que permiten la mayor supervivencia y el menor dolor. Creo y apuesto por la democracia como la mejor forma cultural que garantiza nuestra supervivencia y el menor sufrimiento individual. Y como pienso esto, a pesar de ser un nihilista naturalista, pues ataco todo aquello que tiene una cara totalitaria. Y por eso ataco despiadadamente a las democracias liberales, mejor neoliberales, porque son formas de totalitarismos encubiertas. Es decir, esclavizan al hombre. Lo convierten en objeto, en instrumento del poder político y mercancía del poder económico. E, insisto, no hago un análisis maniqueo. Las cosas son muy complejas. Es cierto, pero, por ejemplo, algo de lo que hemos discutido es que uno de los principios del 15M es la regeneración de la vida política, de tal manera que el poder político vuelva a tomar las riendas del poder económico, esto no es ninguna revolución, es más, es hasta una regresión a la socialdemocracia que garantizó un crecimiento económico, una disminución de la pobreza, un ensanchamiento de la clase media y una estatalización de los servicios públicos que se consideran derechos inalienables del hombre. Es decir de todo aquello que recoge la Carta de los Derechos Universales del Hombre. Eso ha existido, y era una forma de capitalismo, pero no el capitalismo sin bridas de hoy en día que está absolutamente por encima del poder político, más aún del poder de los estados. Y esto es algo que procede de decisiones políticas tomadas sobre ideas equivocadas y que se han convertido en un pensamiento único. Criticar este pensamiento único, desenmascararlo, es un deber del intelectual y no es algo revolucionario, sino ilustrado. Requiere de educación. Pero la educación hoy en día está en manos del mercado y el poder político que se han convertido en la cara y la cruz de la misma moneda, aún no del todo, creo, por eso es posible la acción y por eso es esperanzador, no revolucionario, es casi retro, quieren vivir como han vivido sus padres (otra cosa, no son sólo jóvenes, hay mucha gente bien talludita) el movimiento del 15M. Y por otro lado nos educan los medios de comunicación de masas, permítaseme que los llame de deformación de masas. Son medios con dueños, políticos y económicos que transmiten información y valores totalmente interesados. Es decir, que estos tres poderes ocupan el vacío universal del ágora del que hablábamos antes, han secuestrado la racionalidad y la universalidad y han transformado en un credo su razón privada, interés, se llama.
Y aquí viene a cuento Kant. Otro de mis grandes maestros. Tardé cuatro años en ser capaz de leer la Crítica de la razón pura. Pero cuando lo conseguí me ocurrieron dos cosas, disculpen mi apunte biográfico, pero en definitiva, todo lo que vengo contando es biografía. Supongo que José Miguel se ha dado cuenta porque me conoce y porque es profesionalmente filósofo. Quiero decir, que mi discurso de defensa es una emulación de la Apología de Sócrates, un diálogo platónico y uno de los libros más bellos que se hayan escrito y del que nunca nos cansaremos de aprender. Pues decía que me ocurrieron dos cosas. La primera es que el pensamiento kantiano pasó a formar parte de mi propia naturaleza. El giro copernicano que él había dicho que había realizado en su filosofía se produjo en mi mente y ahí sigue hasta ahora. Una de las tareas filosóficas de mi vida es dotar al pensamiento Kantianos de contenido empírico, es decir, de lo que las ciencias dicen. Y esto en todos los ámbitos, desde el epistemológico al ético, histórico y político. Por supuesto, como ninguno de mis maestros, escapó a mis críticas, como veremos después. Porque la suerte que he tenido, y digo bien, es suerte, casualidad, porque podrán haber sido otros, es que mis maestros a los que nunca conocí, aún siendo coetáneo de alguno de ellos, me enseñaron el uso de la razón crítica. Me enseñaron que no hay verdad absoluta, que hay que estar vigilantes frente a los propios prejuicios y a las falsas ideologías que nos adormecen, que las verdades alcanzadas por la razón universal son provisionales. Una gran suerte que he tenido. Posiblemente, según señala José Miguel, mi tono en alguna de mis intervenciones públicas puede ser elevado, pero le aseguro, que nunca he abandonado el uso de la razón, que no he caído en la iluminación, es imposible, teniendo mis principios filosóficos que esto me pueda ocurrir. Es como una vacuna. Otra cosa es que en la dialéctica utilice un tono beligerante, agresivo, que utilice el sarcasmo, porque la ironía es demasiado sutil para ser entendida. Y, por supuesto, porque el grado de mi indignación ante el cinismo de los diversos poderes es altísimo. Pero la indignación, ni me transforma en un iluminado, ni me ciega, simplemente me impulsa. Y la segunda cosa que me pasó es que la crítica de la razón pura me pareció pura poesía. Lo que mi cerebro no fue capaz de entender durante años se transformó en melodía. Dicha música forma parte del ruido de fondo de mi cerebro.
Pues todo esto de Kant venía al comentario de una breve obrita que es muy interesante para el análisis del 15M, a la que hemos aludido tanto José Miguel como yo. Me refiero al opúsculo ¿Qué es la Ilustración? Ya hemos hablado de la respuesta que da Kant a ello. Es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. Y esa autoculpable minoría de edad se debe a la pereza y la cobardía. Dos vicios que forman parte del fuste torcido de la humanidad. De ahí que Kant no fuese tan optimista como otros ilustrados y no creyese en un progreso de la humanidad, cosa que había aprendido de Rousseau, el primer crítico de la idea de progreso. La concepción del progreso en la Ilustración es una idea que se transforma en una creencia, pocos son los críticos que se atreven a ponerla en cuestión, el más explícito fue Rousseau, pero también Kant. Esta idea de progreso, que tiene su origen en el mito cristiano fundante del Génesis, se transforma en una creencia. Y, esto, junto con muchas otras cosas, es lo que hace que asistamos en el siglo XIX, XX y XXI a una perversión de la razón ilustrada. Pues bien, Kant pensaba que el progreso era contingente, que con los mimbres de la humanidad, ese fuste torcido, esa sociabilidad insociable, lo que no es más que la servidumbre voluntaria de La Boétie, no nos podían permitir un progreso del hombre y de la historia de forma automática. El progreso procede, debe proceder, de la acción humana. Y esa acción humana es la de la ilustración, la conquista de la autonomía y la libertad por medido del ejercicio libre de la razón, el atreverse a pensar por uno mismo. Atreverse, sí, porque eso nos lleva a la soledad. Hace falta fuerza para combatir la pereza y valentía para combatir el miedo. Antes de distinguir entre el uso público y privado de la razón, como muy bien ha hecho José Miguel, quiero irme al final de esta obrita porque encuentro una sintonía con todo lo que venimos diciendo que me parece clarividente y esencial para entender la relación entre la teoría y la acción, cosa que tiene que ver con nuestra visión del intelectual. Kant señala que para alcanzar esa ilustración se requieren tres cosas: coherencia, consistencia y consecuencia. La primera y la segunda forman parte de la actividad teórica y son de difícil acceso. La coherencia es la más sencilla. Una vez que nos atrevemos a hacer uso de la razón tenemos que perseguir la coherencia, la ausencia de contradicciones, después debemos ser consistentes, que nuestro pensamiento esté en consonancia con el cuerpo general del pensar, si caemos en contradicción, debemos revisar, seguir pensando. Y, por último, ser consecuentes, la tarea más difícil, linda con la santidad. Allá donde nos lleve nuestra razón habrá unas consecuencias que tendremos que asumir y unas obligaciones éticas que realizar. Hay que ser consecuente con el propio pensamiento y no autoengañarse. Si la educación es desenmascarar ídolos y mitos pues esa es la misión del intelectual, a riesgo de equivocarse, ese es otro cantar. El conocimiento, ya lo hemos dicho, es provisional, aunque universal y objetivo, insisto.
Y paso a la distinción del uso público y privado de la razón. Creo que la mejor forma de entenderlo es por la frase kantiana “Pensad todo y sobre todo lo que queráis, pero obedeced”. Efectivamente, Kant defiende el uso público de la razón, que es el uso que el docto hace en tanto que tal de la razón en su sentido universal. Pudiendo criticar todo, siempre desde el ámbito de la razón. Pero, para garantizar la continuidad y contra las revoluciones (porque fue el gran desengaño que le produjo la revolución francesa) todos tienen que obedecer, incluido el docto que en principio es profesor y funcionario, por tanto, baluarte del estado. Entendido perfectamente, pero no estoy de acuerdo. Creo que los cambios sociales para mejor se producen, como dice Kant por medio del uso público de la razón, efectivamente, pero pensar que es así sólo es una utopía idealista. Y Kant lo sabía, por eso desconfiaba de que la humanidad pudiese llegar a una época ilustrada. De ahí que en La paz perpetua, proponga esta sociedad ilustrada y cosmopolita como un ideal de la razón practica hacia el que hay que dirigirse, pero ideal, al fin y al cabo. Es decir, una idea regulativa de la acción ético-política. La realidad es más prosaica. Las distintas formas de poder quieren el poder, impiden la ilustración. Una de las naturalezas del poder es impedir la ilustración por cualquier medio. Por eso, desgraciadamente, las conquistas sociales han venido precedidas de desorden público, desobediencia civil, etc. y, por eso, las democracias, contemplan la manifestación y concentración como un derecho. Es decir, legalizan la desobediencia. En referencia con el 15M pues lo que hay que decir es que, como está dentro de un marco democrático no han tenido que practicar una desobediencia civil, aunque el poder haya intentado enmascararlo. Por eso es un movimiento continuista porque reivindica democracia, por lo menos la que había hace cuarenta años, en Europa, me refiero, aquí no. O la que había aquí hace quince años. Esto no implica que, para conseguirlo, no sean legítimas, que no legales, acciones de insumisión, desobediencia civil… Probablemente, y si las cosas en el caos mundial van a peor, pues llegarán. Y cuentan con la legitimidad moral, aunque no la legalidad. Este es el error de Kant.
Y esto me lleva, para terminar, a algunas matizaciones sobre Marx y el marxismo. El marxismo, insisto es un heredero –en su dimensión ética, claro, no económica, del humanismo y del cristianismo. Lo que yo llamo la impronta ética del marxismo se encuentra en el primer Marx, fundamentalmente en el Manifiesto del partido comunista, un panfleto para los proletarios instándolos a la revolución por medio de la toma de conciencia de su estado de alienación. Pues bien, las ideas fuerza de este primer Marx, desde el punto de vista ético, no hablo de la parte económica ni filosófica, son la justicia, la libertad y la dignidad del hombre. No en vano es un heredero de la ilustración, para lo bueno, como esto, como para lo malo: perversión de la razón ilustrada que consiste en reducir la historia a la razón económica que se expresa por la lucha de clases. Este desenvolvimiento de la historia nos llevaría a un antagonismo definitivo entre la clase oprimida y la opresora en el sistema de producción capitalista tras lo cual se produciría la revolución de los proletarios que, previamente, habrían tomado conciencia de su estado de miseria. Sólo esto último es cierto y necesario. Tomar conciencia de nuestro estado de alienación, que no consiste, ni más ni menos que en la pérdida de la libertad, la justicia y la dignidad. De modo que, la lucha por estos ideales, que además, me atrevo a decirlo sin tapujos, ya ni los socialistas se atreven, en este mundo tan confuso de opiniones equivalentes, pertenecen a la izquierda. Y, si hacemos un recorrido de las conquistas sociales, civiles y laborales proceden todas ellas de la persecución de estos ideales, por medio de la desobediencia civil y por parte de los oprimidos. Es decir, de todos aquellos que no disfrutaban ni de dignidad, ni de libertad ni de justicia. Hay que señalar que hoy en día vivimos en una situación en la que estos tres ideales éticos de la humanidad, no es que estén amenazados es que están desaparecidos. Pero, curiosamente, vivimos en un modelo de sociedad llamado democracia que lo defiende. Defender estos ideales dentro de la democracia no sólo es legítimo, sino que es legal, está reconocido por la constitución. Otra cosa es que el poder con sus diversas caras haya transformado la democracia en oligarquías partitocráticas. Y, por eso, le interesa mucho defender lo que para ellos es el sacrosanto orden público. Por esta razón es necesario que el intelectual arremeta contra esa mascarada que ha convertido la democracia, nunca perfecta, en totalitarismo encubierto. Y, con estas palabras doy por finalizada mi defensa pública. Gracias José Miguel por tus críticas y un saludo.
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