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Filosofía desde la trinchera

DISCURSO DE PRESENTACIÓN DE “PENSAMIENTOS CONTRA EL PODER”.

 

El poder fascina y el poder sojuzga. Los hay que ansían el poder, y los hay que quieren dejarse llevar por el poder. Y éste es el problema, porque esto implica que el poder no lo puede tener todo el mundo. Que lo democracia es un invento de la humanidad que intenta trascender su propia naturaleza. Pero yo parto aquí de una concepción naturalista y nihilista de la naturaleza humana. No tan nihilista como para perder la esperanza en que podemos construir un mundo mejor; pero, con lo que tenemos delante, con lo que hemos hecho a lo largo de la historia, la cosa no es para tirar cohetes. El hombre es un primate, un ser tribal. Y su comportamiento viene regido por la jerarquía y es en este sentido en el que podemos explicar el hecho de que el poder es de unos pocos, que hay una jerarquía y, por tanto, una lucha por el poder. Y que hay una complacencia en ser dominado, en llevar una vida cómoda y tranquila y dejar el poder en manos del poderoso. Es decir, en abandonarnos a una servidumbre voluntaria. Creo que esta tesis naturalista explica el fracaso de la democracia. El poder nunca puede residir en el pueblo, como decía García Calvo hace poco en la plaza de Sol. La democracia es una contradicción. El poder no puede residir en el pueblo, porque el poder está siempre frente al pueblo. El poder es cosa de unos pocos que para ostentarlo avasallan al pueblo. Pero el problema es que es la propia naturaleza humana la que permite esto. Y cuando hablo de naturaleza humana me refiero a la estrictamente biológica. Por su puesto, ya sé que el hombre no se reduce a biología, pero sí que es cierto que la biología determina sus características emergentes, lo que llamamos nuestra cultura. Y es desde esta tesis naturalista y nihilista desde la que quiero aportar un poco de luz sobre la naturaleza del poder y el fracaso actual de la democracia. La tesis que voy a mantener es que no vivimos en democracias, sino e partitocracias oligárquicas. Dicho más llanamente, que el poder reside en la alianza entre los partidos y el capital o el sistema capitalista o, el capitalismo de toda la vida. La democracia es un intento de trascender nuestra naturaleza, un ideal político y ético, pero, en la actualidad, es una farsa, un sistema autoritario que se está convirtiendo en un totalitarismo que mata. Una forma de fascismo. Es una farsa porque es un engaño consciente, no hay ni igualdad, ni libertad, ni fraternidad, ni división de poderes, ni nada de lo que nos dice la democracia. La democracia, actualmente, es opio para el pueblo. Pero no la idea de democracia, ni su teoría, sino la praxis de la democracia que no es más que un partidismo político y una oligarquía. Sostengo que la base de este fracaso es nuestra propia naturaleza tribal y jerárquica. Pero, sostengo, también, que no tiene que ser un fracaso definitivo. Que la democracia tiene que servir como guía ético-política de la praxis política. Y cuando hablo aquí de praxis política, no me refiero sólo a los políticos profesionales sino a los ciudadanos.

 

            Pero empecemos desde el principio. Tanto la política, como la razón, como el concepto de ciudadanía; todo ello estrechamente ligado, lo inventaron los griegos hace veinticinco siglos. Los griegos fueron los descubridores de la democracia en tanto que isonomía e isegoria. Pero no hay democracia sin filosofía. Los griegos descubren el concepto de democracia porque han descubierto el logos, la razón, lo común. Es decir, porque han descubierto la filosofía. La razón es lo que nos une, lo que es común. Pero en tanto que es común no pertenece a nadie. Nadie es poseedor de la razón, la razón nos posee a todos. Es lo que nos ocurre en un problema de matemáticas o de lógica. Es la razón la que habla por nosotros. La razón es desinteresada. Y precisamente ése fue el origen de la filosofía, el descubrimiento de que el logos es lo común, que la razón nos une, la episteme es universal, la opinión es particular. En la resolución de un problema de matemáticas o lógica no caben las opiniones. La razón habla por nosotros. Pues el descubrimiento de la democracia; el descubrimiento de la política, en realidad, consiste precisamente en llevar esto al ámbito de la ciudad. El descubrimiento de la democracia y del concepto de política es el hecho de reconocer que las leyes son fruto del dialogo racional y que rigen la polis y que están por encima de nosotros. Las leyes no pueden ser interesadas. Son para todos iguales. Las leyes, fruto del diálogo, ocupan el centro de la polis, rigen la política. Y la política no es el asunto de los políticos profesionales, que decimos ahora, sino del ciudadano. Político en griego es el habitante de la polis. Y, por eso, las leyes unifican a todo el mundo. Y, por eso, si comparamos nuestra democracia, con lo que significó en los orígenes, nos damos cuenta de que lo nuestro es otra cosa, lo podemos llamar como sea, partitocracia oligárquica, hemos dicho aquí, pero no es democracia. Porque la democracia griega significa dos cosas esenciales e importantes: la isonomía, que es la igualdad ante la ley y la isegoría, que es la libertad de pensamiento o, mejor, libertad política. Si intentamos vislumbrar esto en nuestras democracias no lo hallaremos por ninguna parte. Ni hay igualdad ante la ley, ni hay libertad de pensamiento ni política. Esto casi no hace falta explicarlo, pero siempre habrá un político demagogo, como todo político profesional, que vive del engaño al ciudadano para convertirlo en siervo que lo dude. La ley no es la misma para todos puesto que, para empezar no hay independencia de los poderes que es una garantía de la igualdad ante la ley y porque la ley la hacen los políticos. Y los partidos miran por sus intereses, no por el de los ciudadanos. Los partidos son mecanismos de poder, no de impartir justicia. Cuando un partido llega al poder lo que intenta es absorber el máximo poder y eso nos lleva a una tremenda desigualdad. Pero, en las democracias en las que vivimos, el “ciudadano” vota y se recluye en su mundo privado, pensando que goza de libertad política, cuando lo más que tiene es libertad de expresión, y no mucha, porque los medios de comunicación son el altavoz del pensamiento del poder; y los que no tenemos poder, que somos los ciudadanos, pues no tenemos forma de llegar a los otros a la gran mayoría. Por eso tampoco existe isegoría. Ello quiere decir que no hay libertad de pensamiento y, más aún, no hay libertad política. Y tanto la libertad de pensamiento como la libertad política van unidas. Nuestras democracias, al no ser tales, sino partidocracias, lo que hacen es absorber la libertad política. En nuestras sociedades de las llamadas democracias liberales, mejor neoliberales, la política viene dirigida por los partidos políticos, no por los ciudadanos. Y esto partidos políticos intentan acaparar todos los poderes, pero además, como nuestras democracias son capitalistas, lo cual es una contradicción, como veremos, los partidos están al servicio del mercado y no de los ciudadanos. Los partidos no son representantes de la ciudadanía, sino de sí mismos y del poder económico que en las sociedades capitalista lo absorbe todo. Bueno, pues por eso, no hay isegoría, ni libertad política, ni libertad de pensamiento. Y hay dos razones para explicar esto. En primer lugar las llamadas, por decirlo de algún modo, democracias neoliberales, tienen un único pensamiento que es el de las sociedades capitalistas, es decir, el mercado. Si el mercado es la razón, la razón ya no es lo común. Sólo interesa aquello que tiene un valor en el mercado o, peor aún, todo se convierte en mercancía, incluido el hombre. Por eso el capitalismo es incompatible con la democracia, porque instrumentaliza al hombre, elimina su libertad. Por otro lado, esto implica que sólo hay un pensamiento al que se le han considerado el verdadero, por tanto, no hay libertad de pensamiento, porque no hay qué pensar, no hay alternativas. Se nos intenta convencer por todos los medios de que ésta es la única forma de sociedad posible, que no existen alternativas, ni pensadas ni, mucho menos reales. Se nos engaña con el mito del progreso. Y se nos dice que ésta es la única manera de progresar. Un invento que hunde sus raíces el mito cristiano y también en nuestra propia naturaleza porque realmente creemos en el progreso porque necesitamos autoengañarnos. Y, por otro lado, nos quedamos sin libertad política porque los partidos, que en teoría son los representantes de la política, las diversas opciones políticas de los ciudadanos, no representan a los ciudadanos, sino a sí mismos, pero es que, además, lo que sucede es que lo que representan es lo mismo, el mismo modelo neoliberal de eso que llaman democracia, cuando lo que es en realidad, cuanto menos, es un autoritarismo, porque elimina la libertad, sino un totalitarismo porque en su desarrollo produce, miseria, dolor, sufrimiento y muerte, y lo que nos espera con este prolegómeno de crisis Terminal que padecemos.

 

            Pues bien, el rey Ciro de Persia se reía de los griegos, sobre todo de los atenienses, porque en sus ciudades había un lugar vacío, el ágora, la plaza del pueblo, el lugar, precisamente, que se dedicaba a los asuntos públicos. Pues éste es precisamente el gran invento de los griegos que surge de la filosofía. El ágora es un lugar vacío porque está habitado por las leyes y esas leyes son iguales para todos, por eso es un espacio vacío, porque es el espacio político, el del interés de todos, el interés de lo público o en su origen griego, el interés político. Y el rey Ciro se reía porque era un lugar desaprovechado. Pues todo lo contrario, representa el centro de la vida política y la garantía de la identidad de las leyes. Y es ése precisamente el invento griego. Ese lugar es el lugar del diálogo, el sitio en el que la razón es común a todos. Por eso es el lugar donde vive Sócrates que encarna a la filosofía o a la razón. Sócrates es un defensor de la independencia de las leyes y de la libertad política y, precisamente, por eso murió. Y su muerte no fue injusta, sino que se derivó de las leyes. Las leyes lo que nos dicen es “o nos convences o nos obedeces”. Si no podemos convencerlas tenemos que obedecer. Y por eso Sócrates muere, porque en el lugar de la razón no convence a las leyes. Pero, para que las leyes sean justas deben ocupar ese vacío, el ágora, y pueden ser entendidas por todos. Todos, en tanto que hay isonomía participamos de una misma manera ante la ley. Pero lo que también inventa Sócrates, y por eso muere, es que las leyes no pueden ser objeto del capricho de unos pocos ni del interés particular. Eso es la perversión de la política y, por tanto, la eliminación de la isonomía que lleva directamente aparejado la eliminación de la libertad. Precisamente lo que ocurre en nuestro sistema partitocrático. Lo que nos enseña Sócrates es que si no estamos de acuerdo con las leyes, si creemos que son interpretadas particularmente, interesadamente, que alguien ha ocupado ese lugar vacío en nombre de la ciudadanía, pues debemos denunciarlo. Debemos, que diría Kant, hacer un uso público de la razón e intentar convencer a la ciudadanía del atropello que se está cometiendo. Pero, si no podemos convencer, debemos obedecer. En caso contrario caeríamos en la anarquía y, entonces, también nosotros romperíamos con la unidad de la ley.

 

            Pero hemos dicho al final una cosa importante. El invento de los griegos es el ágora, ese lugar vacío ocupado por las leyes y que se llena de lo político por la participación común de los ciudadanos. Ahora bien, qué es lo que sucede cuando ese lugar vacío y común es ocupado por alguien o un grupo. Pues que se acabó la universalidad, que se acabó la política y la democracia. Ya no hay política porque no hay ciudadanía, sino amos y esclavos. Y ya no hay democracia porque el poder, que es el de las leyes ha sido usurpado por otra fuerza concreta y particular. Ésta puede ser, un rey, un tirano, la superstición aliada a la religión o, simplemente, como ocurre en las llamadas democracias neoliberales por los partidos políticos y el mercado. Casi podríamos decir que es sólo por el mercado o el capitalismo, porque los partidos políticos serían una forma ideológica de enmascarar la conciencia de los ciudadanos; es decir, mecanismos ideológicos de alienación que nos hacen creer que somos libres cuando nuestra libertad ha sido secuestrada por el poder político y económico. Por eso vivimos en una forma de totalitarismo sutil, una forma de fascismo débil, aunque para otros tremendamente fuerte, porque nuestro desarrollo procede de la miseria del resto del mundo, además de que nuestro desarrollo ha llevado a la ruina a la biosfera junto con la humanidad. Podríamos extendernos un poco más sobre los partidos políticos y sus mecanismos de poder que eliminan la libertad política, pero, creo, que con lo dicho anteriormente es suficiente. Los partidos polítcos se representan a sí mismos, sólo buscan el poder, porque el poder es lo que les va a permitir sobrevivir. Mantienen una lucha por el poder, que no es, como hemos señalado, una lucha de ideas, sino de poder. Por eso, los partidos no tienen ni ideario, ni ideología, salvo la del capital, ni programa ni nada de nada. Todo se reduce a seguir los mecanismos de conseguir las mayores cotas de poder. Y la mayor cota de poder posible es la de tener el poder ejecutivo que me permite dominar a los demás. Por su puesto, por encima de ello está el mercado, o el capital, para hablar con más propiedad. Porque la palabra mercado es otra forma del poder para jugar a despistarnos. Pues bien, en esa lucha por el poder los partidos políticos pactan con el diablo si es necesario. Luego pueden engañarnos e, incluso, crearse una conciencia tranquila afirmando que eso se hace por el bien del partido, por la izquierda, como se viene diciendo ahora en nuestra comunidad, cuando realmente es una lucha por el poder. Es una alianza que da poder, a unos y a otros. Si para ello hay que traicionar a los ciudadanos, eso no importa. Porque el ciudadano no cuenta. Éste ya no está en el centro del ágora, ésta ha sido usurpada por el capital y sus secuaces, los partidos políticos. Si queremos recuperar la democracia tenemos que trascender la partitocracia y encaminarnos a una república constitucional que es un tema largo de explicar pero que cambiaría la faz de los partidos y la representatividad de los ciudadanos, a la par, que pondría los mecanismos de una división real de los poderes. A su vez, esa república tendría un fundamento ético de importancia. Me refiero a la regeneración de la vida política que habría de ser sustituida por la ejemplaridad pública, la virtud del ciudadano.

 

            Y vamos ahora con aquella segunda parte que ocupa el vacío del ágora, el capital. Los griegos inventaron el ágora y la política. La Ilustración lo redescubrió. Si queremos gobernarnos hemos de seguir a la razón. Pero lo que vino después de la ilustración no fue la democracia, que tiene su base en la razón, sino el partidismo y el capitalismo. Del primero ya hemos hablado. Vamos a dar unas pinceladas al segundo. El capitalismo es incompatible con la democracia, porque el capitalismo, la forma que tenemos de organizar nuestro sistema de producción y que se nos dice que es la única, pero es mentira, ha usurpado ése lugar vacío del ágora y lo ha llenado con el capital. El capital es la mercantilización de la vida y ello supone la instrumentalizacion del hombre. Si todo se reduce a mercancía también el hombre es mercancía. Ahora bien, si el lugar de las leyes está ocupado por las leyes del capital pues resulta que no son las leyes políticas, las de los ciudadanos, sino las del interés del propio capital y del capitalista. Porque hay que decirlo también. El capital no es autónomo, las leyes del merado y de la economía no son autónomas ni neutrales, sino que tienen dueño e intereses. Si el capital llena el vacío del ágora se acaba con la razón, especialmente con la razón política o pública. Y esto es así porque lo que le interesa al capital es su propio enriquecimiento a costa de quien sea. No ve al hombre, ve mercancías. Su objetivo es obtener la mayor riqueza posible. Y en éstas nos encontramos, en la época del capitalismo hiperglobalizado que ha producido un vacío absoluto en la conciencia del ciudadano. Lo ha convertido en su vasallo. Cuando alguien ocupa el lugar común, el lugar de las leyes, se convierte en el amo y transforma a los demás en súbditos. Y eso es lo que han hecho los partidos y el capital; en realidad dos caras del mismo poder. La conciencia del hombre posmoderno es la de un hombre absolutamente escindido de lo común. Un hombre que sólo piensa en su interés particular, un egocéntrico absolutamente enfermo porque no es capaz de salir de sí mismos para encontrarse con los demás. Un hombre que ha claudicado al relativismo y que se siente muy feliz y contento de hablar y opinar de todo, cual burro rebuznando. Un hombre narcisista que, para poder llenar el nihilismo de su conciencia y de su vida necesita del consumo compulsivo. Un hombre que se hipoteca, vital y económicamente, para obtener ese objetivo. En definitiva, esto no es un hombre, sino el fin del hombre y del pensamiento. La claudicación ante la partitocracia oligárquica. Pero, curiosamente, todo ello lo hace alegremente y convencido de que nunca ha estado mejor y de su libertad. Pero todo es farsa y engaño.

 

            Y esto nos lleva al último punto que enlaza con la introducción. Por qué aceptamos ser siervos. Dije al principio que eso estaba en nuestra naturaleza biológica, pero también los filósofos dieron explicaciones de esto en el pasado. Además las explicaciones filosóficas son de otro carácter, la ciencia es más descriptiva y no puede salir de éste ámbito mientras que la filosofía puede trascender al ámbito normativo. El hombre necesita ser dominado y se encuentra agradecido de ser dominado. Acepta voluntariamente su servidumbre. Maquiavelo, La Boetie, Spinoza y Kant nos lo explican perfectamente, aunque cada uno con sus matices. Maquiavelo inventor del realismo político y del principio de que el fin justifica los medios, separación de ética y política, nos lo explica claramente. El príncipe debe ser fuerte e inteligente. La fuerza no debe hacer dudar a los súbditos, la agradecen porque mantiene la unidad, el hombre necesita del un líder, la inteligencia le sirve para no crear la rebeldía contra el poder, es decir, el uso inteligente de la fuerza. La Boétie fue más allá en su “Discurso sobre la servidumbre humana voluntaria”. El hombre acepta la servidumbre y renuncia a su libertad, que es el bien mas preciado por mera complacencia, se siente mejor obedeciendo, sabiendo quién es su líder y quién lo dirige. Como dice la sabiduría bíblica, vendemos nuestra progenitura, el poder, por un plato de lentejas. Preferimos la seguridad a la libertad. El problema es que esta delegación de nuestra libertad en manos de otro nos puede llevar a los máximos totalitarismos, los máximos atropellos y genocidios, como ha ocurrido a lo largo de la historia y son bien patentes en el siglo XX. Pero, además, creo, que en la actualidad estamos acercándonos peligrosamente a una situación similar. Creo que estamos en un fascismo económico que no es más que la antesala del fascismo político y, todo ello, por nuestra servidumbre humana voluntaria, por nuestra complacencia. En la actualidad hemos delegado todo nuestro poder en el capital y los partidos políticos y estos nos han llevado a la barbarie del mundo en el que vivimos.

 

            Por su parte Kant, sostenía que el hombre renunciaba a su libertad, a su mayoría de edad, por pereza y comodidad. Pero, como buen ilustrado pensaba que se podía salir de esa época de vasallaje y que el medio era el conocimiento. Atrévete a saber, nos decía. Pues no, el conocimiento, por sí solo no nos hace libres, la sabiduría sí. Pero, en la actualidad lo que tenemos es conocimientos inconexos, muchos e inaccesibles, una información casi infinita, pero nada de sabiduría y virtud. La ilustración, por medio de la educación universal, no trajo la democracia y la libertad, desgraciadamente, sino que ese espacio vacío y común ocupado por la razón universal fue ocupado por el poder de los partidos y del capital como hemos descrito.

 

            ¿Qué podemos hacer o esperar? Pues bueno, como ya dije al principio de todo esto, nuestra naturaleza biológica, como primates que somos nos dirige nuestro comportamiento en tanto que seres tribales y jerárquicos. Nos gusta obedecer porque así estamos más cómodos y tranquilos. A otros les gusta el poder porque ésta en su naturaleza, el mandar. Y de ahí que se establezca una jerarquía, porque todo el mundo tiene ciertas ansias de poder y ciertas ganas de complacer y de estar cómodos y no complicarse la vida. Pero, entonces, ¿qué pasa con este invento de la humanidad que es la razón universal y la democracia y los derechos del hombre y del ciudadano a los que llamamos universales? Pues, para mí, que constituyen el gran proyecto ético de la humanidad. Un proyecto a partir del cual el hombre quiere salir del lodozal en el que se encuentra. Una tarea ímproba porque es como si quisiese salir de esas tierras movedizas tirándose de su propio pelo. Pero es lo que tenemos, no hay más. Por eso es necesario la recuperación del pensamiento y de la ética. No sólo somos biología, si fuese así nos conformaríamos con nuestro orden jerárquico. Somos biología abierta, emergente. Y de esa emergencia surgen novedades, como son el proyecto ético de la humanidad y la razón universal. El momento actual es tremendamente delicado, si no actuamos correctamente, siguiendo principios universales, si no desalojamos a aquellos que ocupan la plaza, el mercado y los partidos, los intereses particulares, en definitiva estamos abocados a un cruel final del que ya se vislumbra el horizonte.

 

 

                                   Juan Pedro Viñuela

 

                                   Junio 2011.

 

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