La vergüenza. Ética versus política.
El que no se ruboriza del mal que hace es un miserable. Aristóteles.
La base del comportamiento ético es la vergüenza. El sentir vergüenza nos hace tomar conciencia de nosotros mismos y nos pone frente a los demás. Lo que nos ocurre es que nos arrepentimos de haber causado un mal. La vergüenza, como sentimiento, es lo primero que se da en un ser moral, sin ella no alcanzamos la moralidad. El inmoral es un sinvergüenza. Aquel que no siente nada frente al mal que produce. Por ello, la base del comportamiento ético es la simpatía o empatía. Nos sentimos reflejados en el otro. Es este reflejo, la fraternidad, diríamos desde los ideales ilustrados, lo que nos hace pretender el bien del otro, que, en suma, es nuestro propio bien. La base de la ética no es la razón, sino la domesticación de los sentimientos por la razón. Son los sentimientos y las emociones las que dirigen nuestros actos. Y es la educación la que debe dirigir todo este proceso.
Pero es, precisamente, el sentimiento de vergüenza el que separa a la ética de la política. Sobre todo desde el realismo político de Maquiavelo que viene a decir que los actos políticos no se pueden calificar éticamente. Separa, absolutamente, la esfera de la ética de la esfera de la política. Desde luego que ética y política no son lo mismo, pero no pueden estar separadas. Cuando la ética y la política se separan absolutamente caemos en un totalitarismo. La base de la política debe ser la justicia. Pero ésta no se puede basar sólo en la ley. La ley, por sí sola, es solo coercitiva, no tiene poder de convicción. La acción humana al final surge de las emociones. La justicia se tiene que asentar en la confraternidad, la solidaridad y demás valores morales. Cuando el político actúa desde la tesis maquiavélica, la famosa razón de estado, o el realismo político que decíamos antes, escapa totalmente a la ética. Es un sin vergüenza, es decir, alguien que es capaz de actuar sin sentir afecto por el mal que pueda causar. Por eso esta forma de política es una política totalitaria que lo único que busca es el interés propio, el del partido o el del grupo de poder.
Hoy en día, cuando el realismo político es la moneda de cambio fundamental entre los políticos podemos decir que estamos al borde de un sistema totalitario. El político se siente por encima de la ética. Los intereses particulares son más importantes. No se gobierna para el pueblo, ni el ciudadano. Se pretende anular al pueblo, se instrumentaliza. Por eso el político es mal valorado, se convierte en un miserable que olvida la cosa pública, que se limita a hacer carrera, a destrozar al oponente, dentro y fuera del partido, pero que no sabe qué es la justicia. Ya digo, para realizar la justicia necesitamos de las leyes y de los sentimientos, sin estos los ciudadanos tampoco acatarán la ley. Lo harán por coerción, no por convicción. Y si, encima el político es un mal ejemplo pues aún peor. Porque una democracia sana es una polis en la que el político ejerce la ejemplaridad pública, la virtud, no la miserabilidad. Por otro lado, en la sociedad posmoderna en la que vivimos, nihilista y egocéntrica, se ha perdido la vergüenza. Y esto es grave porque lo que sucede es que cada uno, inconscientemente, va a lo suyo sin preocuparle el resto. Sin vergüenza no hay solidaridad y sin ella no hay justicia. Lo que la sociedad hipercapitalista ha producido son individuos hiperconsumistas, preocupados de su yo que es cada vez más hueco. Por eso el crecimiento económico, basado en el consumo, mata. Nuestro modelo social y económico es un modelo criminal del cual no somos ni conscientes porque hemos perdido la capacidad de la empatía. Nos hemos vuelto unos miserables porque nuestras acciones repercuten en el mal de los otros y no lo tomamos en cuenta. El sentimiento que nos debe sacar de este estado es la indignación. Ésta es la capacidad de sentir el mal ajeno y reaccionar frente a él. Y uno es capaz de indignarse si es capaz de ponerse en el lugar del otro. A través de la indignación podemos acceder a la justicia. Es el sentimiento de indignación y solidaridad el que nos lleva a la justicia. Y ésta indignación la que reclamará a los políticos que salgan de su estado de miseria, de su delirio y ensimismamiento. La ética y la política no son esferas separadas, la una conduce a la otra y se retroalimentan. Somos animales sociales o políticos en tanto que somos animales morales y, en tanto que somos tales, somos animales políticos.
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