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Filosofía desde la trinchera

Como diría Spinoza, la decepción es un afecto negativo que procede de una idea inadecuada. Es decir, de una idea que no se corresponde con los hechos. Todo afecto negativo es una pasión y el hombre sabio debe eliminarlos.

 

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            La libertad es el bien más preciado y raramente coincide con la felicidad. El trabajo bien hecho produce satisfacción, pero el proceso requiere esfuerzo. No podemos confundir la felicidad con “el soma” de un mundo feliz. El fin último de la vida es el bien supremo. A éste lo podemos llamar felicidad, como hacía Aristóteles. Pero la felicidad, siguiendo al mismo autor, se alcanza por medio de la virtud, que en griego es excelencia. Es decir, esfuerzo para salir de la mediocridad. Las virtudes morales consisten en la consecución del justo medio, lo cual exige alejarse del vicio al que por inercia o naturaleza se tiende por eso requiere del esfuerzo. Y luego están las virtudes intelectuales, que no van separadas de las morales por eso la principal es la prudencia. La razón sin afectos es imposible. Pero ya lo descubrieron los griegos y constituye toda una tradición ética. Lo que ha ocurrido es que se ha descafeinado, como todo en este mundo posmoderno, el concepto de felicidad, y se ha confundido con el del puro bienestar, más que nada, físico-químico, cuestión de neurotrasmisores, nada más. ¿Qué es mejor, cometer una injusticia o padecerla? Lo mejor es padecerla, pues de esta manera no te corrompes. Ahora bien, padecer una injusticia no te ofrece bienestar, quizás sí, felicidad. Ésta es la pregunta clave de la ética, formulada ya por Sócrates en el siglo V antes de Cristo. Su vida y su muerte es un ejemplo de esa enseñanza. Y es el ejemplo de una muerte y una vida serenas. La serenidad tiene que ver con la libertad y con la felicidad en el sentido profundo, no con el bienestar. Lo que la sociedad actual nos vende y los planes de educación imitan, no es la felicidad, es el bienestar, la inconciencia, la sumisión y la obediencia. Los que luchan por causas de justicia universal pueden poner en peligro incluso su vida. Viven para los demás, desde el ideal ilustrado de la fraternidad. Cuando hoy en día se habla de felicidad se confunde ésta, con el bienestar hedonista-egocéntrico que me impide ver la existencia del otro. Y sin la consideración de la existencia del otro no hay ética, es decir, libertad. Sólo automatismo. La consigna de la felicidad en los planes de estudio y en la vida en general es una máscara para el dominio y la instrumentalización. Un pan y circo ultramodernos.

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