Réplica a democracia y eutanasia.
Lamento discrepar profundamente con el señor Sergio Ramos en su artículo del número 14 de La Gaceta Independiente que lleva como título: democracia y eutanasia. Para empezar se equivoca de título. Sólo en una democracia se puede defender el derecho a una muerte digna y a un suicidio asistido. El autor afirma que los que defienden el derecho a la muerte se equivocan porque la muerte no es un derecho. Aquí hay dos errores fundamentales. El primero es que los defensores de la eutanasia no son defensores de la muerte, sino de una muerte digna. Algo muy distinto y que sólo se refiere a ciertos caso y que, además, depende de la libre voluntad del individuo. Profundizaremos más sobre esto. Pero, por otro lado, se equivoca también cuando dice que no hay derecho a la muerte. No es que exista un derecho tipificado sobre la muerte, el derecho tipificado es el de la vida. Ahora bien, la propia muerte, en España, no está dentro del código penal. Es decir, que el suicida, si no consigue su objetivo no es castigado, como otrora lo fuera por la iglesia católica y en el caso de su consumación no podía ser enterrado en tierra sagrada. El suicida, para el cristianismo, comete el mayor pecado porque atenta contra dios. Es más, reniega de él. Es esta ideología, como en muchas otras religiones e incluso ideologías políticas, la que subyace a la negación de la eutanasia. Es una forma de control autoritario desde el poder de la voluntad privada, es decir de la libertad.
Cuando se habla del derecho a morir con dignidad, o al suicidio asistido, si procede, por impedimento del paciente, no se habla del derecho a la muerte sin más. Se habla de la dignidad de la vida. El error fundamental que comete el autor, además de la ideología que subyace a su argumentación y que aquí y en otro lugar hemos desenmascarado, es considerar que la vida es el máximo valor. La vida no es el máximo valor. El máximo valor es la vida digna y no hay dignidad sin libertad. Y una forma de ejercer la libertad es optar por el momento de mi muerte si considero que en las circunstancias en la que vivo no llevo una muerte digna. No soy un apologista del suicidio porque si, simplemente entiendo que no esté penado porque sería un atentado contra mi libertad. También sé que muchos suicidios se cometen bajo ciertas patologías, sobre todo depresiones profundas, qué le vamos a hacer, la medicina no da más de sí. Y, además, no se puede medicalizar la ética. Es de todos conocidos que, cuando el depresivo decide con claridad su suicidio, la depresión desaparece y son capaces de urdir planes y estrategias de suicidio, cosa que un deprimido no es capaz de hacer, porque no es capaz de actuar, es uno de los síntomas de la depresión. Pero no es éste el tema, por lo demás, me gustaría que también el tema del suicidio sea tratado, no sólo desde la patología sino desde la ética, es decir, como una decisión personal.
Pero no es éste el asunto del artículo ni de mi crítica. De lo que se trata es de la eutanasia y del suicidio asistido. Si la vida no es el valor máximo, sino la dignidad y, con ella la libertad, no se nos puede imponer. Eso sí que es un acto de barbarie. Es literalmente una tortura como he defendido en otro lugar. En definitiva no es más que el valor cristiano de la resignación, hay que aguantar y hay que resignarse y, de esa manera, el amor de los demás del prójimo se pone a prueba como diría el autor. Lo que hace falta es amor. Pues no señor, ese es un falso amor, eso es egoísmo y maltrato, es tortura con todas las letras y su profundo significado. El amor al prójimo se ejerce con la ayuda, con la ayuda a vivir y con la ayuda a morir. Y con la ayuda a tomar decisiones. El amor, además, tiene dimensiones mucho más amplias, por eso este amor es egoísta se refiere al próximo, al cercano. El amor hay que reservarlo para nuestros seres cercanos, pero la fraternidad es la forma de defender ese amor a nivel universal. Y la fraternidad consiste en la consideración de que todo ser humano es un ser digno, libre y autónomo. No se puede instrumentalizar. Cuando nosotros pretendemos preservar su vida a toda costa y en contra de su voluntad en nombre, nada más y nada menos, que del amor, lo que estamos haciéndole es instrumentalizarlo. Convertirlo en un objeto de nuestro supuesto desarrollo moral.
Es verdad que las sociedades contemporáneas posmodernas se han vuelto muy egoístas, esto es algo que lo caracteriza. Pero de ahí a confundir la eutanasia y el suicidio asistido como el derecho a una muerte digna, puesto que tiene el derecho a la vida y esto supone ponerle el fin si así se desea, con pensar que lo que se defiende es que los ancianos, los débiles, los enfermos crónicos y terminales, los minusválidos… no tienen derecho a la vida es perder de vista todo el contenido de la argumentación y toda su lógica. Si algo caracteriza a los defensores de una muerte digna es precisamente el derecho a la vida. Toda vida debe ser protegida, pero desde la dignidad. Nadie puede decirle a nadie que su vida no es digna. Es un argumento viejo y caduco y que se menciona en el artículo y procede de un error del lenguaje. Los programas hitlerianos de exterminio de los débiles y diferentes se denominaron programas de eutanasia en un principio. Pero es un error; esto no es eutanasia, que es la consecución de una muerte digna y de forma voluntaria. Lo de Hitler es eugenesia que consiste en un genocidio basado en la idea de la purificación de la raza a la que se llegaría por la esterilización y el exterminio de los que son débiles, enfermos o de una raza supuestamente inferior. Esta confusión es simplemente demagógica. Es como el que nos quiere asustar con el hombre del saco. Por otro lado es un tremendo insulto a los que defendemos el derecho a la vida y el derecho a una muerte digna. La eutanasia no es un programa de exterminio sino una profundización del derecho a la vida. Es decir una profundización en la libertad, lo cual implica, de suyo, una profundización de la democracia. La legalización de la eutanasia y del suicidio asistido se hace desde la pluralidad democrática. Se trata de legalizar una situación que amplifica la libertad de acción de los ciudadanos. Es decir, una ley más universal, puesto que ampara a todos, a los que desean la eutanasia y a los que, por lo que sea, creencias, ideologías, religiones, simple miedo, pues no quieran. Las leyes en democracia se caracterizan por la regulación de los derechos, más que por la coacción. El hecho de que no exista una ley de eutanasia y de suicidio asistido es una coacción ante muchos ciudadanos. Esa ley es, primero, antidemocrática y, segundo, está en contra de uno de los principios de nuestra constitución y de los derechos humanos, el derecho a la vida, a disponer de mi propia existencia. Y la muerte es parte inexorable de mi existencia y cuando creo que ésta no tiene sentido tengo el derecho de ponerle fin. Y esto no plantea una disolución apocalíptica de la sociedad, como sugiere el autor. Esto amplia nuestras libertades, no coacciona, que es lo propio de la democracia. Además, el fundamento de esta ley no es el exterminio, como parece pensar el autor, si no la fraternidad y solidaridad ante aquel que siente un dolor inmenso del que no puede escapar por una ley autoritaria que le impide morir con dignidad. Los cuidados paliativos y la atención de la familia son importantísimos, por su puesto, pero la decisión final del paciente debe ser respetada absolutamente. Es un ser autónomo y no un niño, un ser capacitado, es decir, legalmente y de hecho libre. Por otro lado, además del dolor físico que los cuidados paliativos, alivian e incluso eliminan, pero no en todos los casos, hay dolores refractarios, que así los llaman los médicos encargados de los cuidados paliativos, que no se pueden aliviar, es verdad que estos son pocos caso, pero es una auténtica tortura. Pero decía que, además de este dolor físico tenemos un dolor espiritual, el haber perdido nuestra dignidad. Y esto es muy subjetivo. Ante una misma situación dos individuos pueden tomar decisiones distintas. La de morir o la de vivir. Y a esto se le llama libertad. A la prohibición de la muerte digna se le llama autoritarismo, además de tortura egoísta y narcisista. Pero el problema, insisto, es el gran peso de la tradición…
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