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Filosofía desde la trinchera

Con lo que no estoy de acuerdo es con tu última frase. Hay una cosa importante, la religión es lo que da la esperanza. Si el hombre no fuese un ser desesperanzado no habría religión. Es decir, si el hombre no es un ser contingente y con conciencia de su finitud y muerte no hay religión que valga. La esperanza es lo que la religión nos ofrece. Por eso, cuando la religión fue sustituida se suplantó por ideologías políticas e incluso tecnciemtíficas totalitarias que daban un sentido último a la vida y la sociedad. Pero aquí es donde reside el tema. El hombre es un ser contingente, tanto a nivel de especie como individual. Esto lo podemos creer o no, aunque es cuestión científica probada. (Eso sin equiparar ciencia a verdad) Si no lo creemos es porque necesitamos de la esperanza. El hecho de nuestra contingencia nos lleva a que la esperanza no existe en términos absolutos, sino que depende de cada uno de nosotros y del proyecto de la humanidad en su totalidad. Que, dicho sea de paso, por el camino que vamos, no creo que sea el más adecuado. Por eso el hombre debe ser el artífice de su propia esperanza; o, si no puede, de su desesperación.

    Y hay otra cosa importante. La religión no pone al hombre en el centro como espectador privilegiado. No, de ninguna de las maneras. La religión privilegia al hombre en el sentido en el que lo convierte en dueño y señor de la creación. Todo está hecho para el hombre, para su uso y disfrute. Y resulta que esta tradición cristiana unida al surgimiento de la ciencia en el Renacimiento de la mano de Bacon, pues originó el pensamiento tecnocientífico que nos ha llevado a la situación de precolapso en la que estamos. Me explico. El pensamiento tecnocientífico hizo realidad el mandato bíblico “Creced y multiplicaos y dominad la tierra” En ninguna religión pudo pasar esto. Incluso si hubiese aparecido el saber tecnocientífico en otra civilización, su desarrollo y transcurrir hubiese sido distinto. El hombre es proclamado dueño y señor, y así se ha comportado, no espectador. Precisamente, espectadores del universo nos ha hecho la ciencia desvelándonos los insondables misterios que esconde y los aún por descubrir. Por el contrario, el hombre no es ni centro, ni señor, ni nada de eso. El hombre es un ser contingente que apareció como pudo no haber aparecido, que habita una galaxia vulgar, alojado en el lateral de una de sus espirales y cuya existencia es un suspiro en la inmensidad del tempo cósmico. Si reducimos el tiempo del universo a un año, la revolución industrial ocuparía el último segundo del tiempo cósmico. Y como todo lo que nace muere, el hombre es una especie llamada a desaparecer o trasformarse en otra cosa. Lo único que nos cabe esperar es que la situación actual no sea el fin. Aquí mi esperanza no tiene nada que ver con la religión, sino con la capacidad humana, ético-política-tecnológica de salvar este gran obstáculo.

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