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Filosofía desde la trinchera

Nunca he sido partidario del pensamiento positivo. Es una forma de control y de autoengaño. Siempre he preferido el escepticismo y la crítica. El hombre no es un ser al que se le pueda pedir demasiado.

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El mundo es incognoscible por la propia estructura interna de nuestra sistema cognitivo, además de por nuestros factores externos, socio-culturales. A pesar de ello, tenemos una fracción de conocimiento del universo que, por lo demás, es curioso, somos parte del universo que se hace consciente de sí mismo. No hay preguntas sin respuestas. Estas son falsas preguntas. Lo que sucede es que nos planteamos cuestiones sin solución, porque no son tales cuestiones y encontramos la solución en la religión. Así la religión ampara nuestra ignorancia. Es el dios tapaagugeros del teólogo Bonhofer. Creo que lo mejor es dejar las cosas de la ciencia para la ciencia y las de la fe para la fe. El problema es que el camino de la ciencia, por un lado, más el camino de la investigación histórico crítica de las escrituras, por otro, nos pueden explicar con  bastante claridad el fenómeno religiosos. Ahora bien, eso no implica que esto convenza a nadie y deje de creer. Simplemente, cuando creemos tenemos ciertas redes neuronales activadas, cuando dudamos, otras, cuando demostramos otras. En fin, que existe una incompatibilidad, a nivel de estructura cerebral, entre racionalidad y creencia. Por eso no es cierto que el hombre sea un animal racional. Y por eso fuimos capaces de inventar el pensamiento mágico, después el mítico y sobre éste el religioso. Después llegó la filosofía y la ciencia. La diferencia entre los anteriores y éstas es que la filosofía y la ciencia pueden dar razón de la religión el mito y la magia. A la inversa, no. Pero insisto. Por mucho que esto se diga, el creyente seguirá siendo creyente y, como se dice, dirá, junto con Pascal gran matemático y creyente “El corazón tiene razones que la razón no entiende.”

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