Estoy cansado ya de oír el discurso de la normalidad. Del derecho al trabajo y del derecho a la huelga. Eso es un engaño del poder para amordazar a las conciencias críticas, para paralizar las movilizaciones, para canalizar las protestas. A ver cuándo nos vamos a enterar que lo de las clases sociales no es una antigualla, que siguen existiendo los explotadores y los explotados, que hay un enfrentamiento de clases que se quiere ocultar. Esa es la forma ultramoderna de lucha del poder opresor contra la clase trabajadora. Primero la dividen y nos enfrentan a unos con los otros, luego nos engañan haciéndonos pensar que estamos en el mejor de los mundos posibles y que no hay alternativas y, poco a poco, nos van quitando los derechos conquistado con la sangre de miles de hombres ejerciendo no su derecho a la huelga, sino su deber para conquistar la ciudadanía y, de paso, la desobediencia civil, desde hace doscientos años. Todo es una farsa. Hay un conflicto de clases y ese conflicto siempre ha existido en la historia, no se puede eliminar, la lucha ilustrada, no salvaje y revolucionaria, ha sido la que ha hecho posible la evolución y el progreso ético-político de nuestras sociedades. No hay que tener miedo al conflicto, porque el conflicto ya existe. El poder está ejerciendo un genocidio, a nivel mundial, encubierto, desde hace muchas décadas. Ahora estamos viendo como esa miseria se acerca a nuestras puertas. Pero los servidores del poder, la clase política, nos engañan con el sacrosanto concepto de orden público, de normalidad y del derecho a trabajar. La normalidad son seis millones de parados, normalidad son quinientos mil desahucios y cuatrocientos mil pendientes, normalidad es que se saca a los bancos de la quiebra con el dinero público y estos con este dinero llevan a la ruina a los ciudadanos hipotecados. Normalidad es la falta de igualdad ante la ley. Normalidad es que el presidente del gobierno obedezca al FMI, BCE y Bruselas y no a los que lo votaron, normalidad es la ausencia de democracia. Esto es un totalitarismo. Todo empezó por un fascismo económico y estamos llegando a un fascismo político, si es que no hemos caído ya en él. De modo que basta ya de engaños, hay que desenmascarar al poder, filosofar a martillazos, derruirlo todo para hacerlo todo de nuevo. Hoy la política está donde debe estar, en la calle, no en los parlamentos. Los parlamentos no representan a nadie porque ellos no son los que mandan. Aquí no manda el partido popular por imperativo democrático, aquí mandan, entre otros Botín y el presidente de la patronal, junto con unos cuantos ricachones más. Esos treinta políticos que ayer hicieron huelga, para ser coherentes no deberían volver al parlamento. Deberían pedir una disolución de las cortes e iniciar un proceso constituyente. Ése es el primer paso.
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