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Filosofía desde la trinchera

La ética como el gran proyecto de la humanidad. Un comentario a D. Mariano Blanco.

“Aprender es vislumbrar la inmensidad de nuestra ignorancia”. K. Popper.

“Quizá esté yo equivocado y tú en lo cierto, quizá con un esfuerzo a la verdad nos acerquemos.” K. Popper

“La razón no es todopoderosa, es una trabajadora tenaz, tanteadora, cauta, crítica, implacable, deseosa de escuchar y discutir, arriesgada.” K. Popper

Estimado Mariano, gracias a usted por sus palabras que, de ningún modo merezco, y gracias por su réplica tan educada y serena. Virtudes que no están hoy muy al uso. Y, además, gracias porque esta conversación o diálogo muestra que siempre se puede llegar a acuerdos y que muchas veces hay más en común de lo que parece. Además de que sirve, a pesar de fijar las diferencias de partida, para acercar dichas diferencias. Porque como muy bien dices el diálogo es una forma de compromiso con el otro. El diálogo se basa en el respeto, en la consideración de las razones y vivencias que el otro tiene, en estar dispuesto a escuchar para aprender y para ello hay que considerar al otro un alter ego, otro como yo, un sujeto de fines y no un objeto instrumentalizable. En el diálogo en la sociedad, como bien dices, nos realizamos. Y el diálogo no obedece sólo a la razón calculadora, a la razón lógico-matemática, como dices, sino a los afectos. Y con esto paso precisamente al primer punto, el de la razón.

Cuando yo he hablado de razón nunca me he referido al concepto reduccionista mencionado más arriba. Precisamente me he referido a una razón mucho más amplia que es la razón ética, como le gusta llamarla a José Antonio Marina, o la razón cordial (de corazón) como la llama Adela Cortina, filósofa a la que probablemete es a la que se refiere. Porque precisamente es la categoría que utiliza para enfrentarse a los problemas éticos. Dichos problemas no se resuelven con la razón analítica, sino con la razón cordial, es decir, aquella que necesita de las pasiones o afectos humanos para desenvolverse. Y es precisamente así porque somos sujetos, no objetos o máquinas. Y es esa razón cordial o ética la que nos dice que, al ser sujetos, estamos dotados de dignidad y no podemos ser tratados como objetos, no se nos puede instrumentalizar. Por eso la base de la ética es tratar al otro como fin en sí mismo, como sujeto dotado de dignidad; es decir, de libertad, derechos básicos y deberes. Precisamente toda forma de totalitarismo surge de este error, de una aplicación de la razón analítica al sujeto, de ahí que las utopías que prometen la felicidad plena y la justicia absoluta se convierten en auténticos infiernos. En primer lugar, porque pretenden organizar la vida social como un todo en el que se anula al individuo y, con él, la, o su libertad. En segundo lugar, porque llegan al peor crimen de la humanidad, el genocidio basado en la eliminación del disidente. La razón analítica u objetiva, desencarnada, es precisamente la que nos ha llevado a todas las formas de totalitarismos que hemos padecido y que padecemos, porque hoy en día estamos bajo el totalitarismo neoliberal que es la mercantilización absoluta de la vida según una visión ideológica de la economía que reduce la sociedad a la economía, en concreto, a la economía neoliberal. Esta razón es una perversión de la razón ilustrada. Y precisamente nunca, y menos para hablar de ética, he utilizado yo este sentido. No me habré explicado bien y habrá habido un malentendido. Por otro lado, fue Aristóteles el que definió al hombre como animal racional, por un lado, y como animal político o social, por otro. Pero tampoco entendía él la razón, como razón objetiva o calculadora. Ya digo, esto es una perversión de la razón ilustrada y que para que se dé tiene que existir primero la ciencia que surge en el Renacimiento. Por eso en el mundo griego y en la Ilustración, en un sentido amplio, la razón es más ancha, pero en la Ilustración está el germen de su perversión reduccionista y totalizadora porque bebe de la fuente de la recién aparecida ciencia. Por otro lado, además de ser seres racionales somos seres afectivo, puramente afectivos. Y precisamente de nuestros afectos bien o mal guiados depende nuestra felicidad y esto depende de la razón cordial que es la que nos permite vivir adecuadamente en sociedad. Pero además somos seres abiertos al mundo a través de los afectos, no sólo de la razón o pensamiento puro. Y por eso podemos tener una visión del mundo estética, ética y religiosa además de científica. Y ninguna debe excluir, sino sumar. Todo reduccionismo es peligroso.

Nuestra diferencia de base creo que está en la concepción del hombre. Mientras que usted tiene una concepción religiosa del hombre, la mía es completamente atea. Pero, en la práctica, ambos buscamos la justicia. Por eso comparto plenamente las citas del final que son el programa que usted propone y que enunciadas así, para mí, son completamente aceptables, porque son máximas éticas universalizables. Y todas ellas surgen del imperativo ético que cité más arriba y en mi primer artículo: actúa siempre de tal forma que consideres al otro como un fin en sí mismo y no como un medio, esto es, como un sujeto dotado de dignidad. Además ha tenido la delicadeza de, aunque usted sea creyente, de no fundamentar esas máximas en la existencia de dios, sino en que, por sí mismas, son buenas para la justicia y para la felicidad. Por eso coincido con el jesuita de la liberación Jon Sobrino cuando dice “fuera de los pobres no hay salvación”, frente al dogma eclesiástico: “fuera de la iglesia no hay salvación”. Pues bien, es precisamente su posición de creyente la que le lleva a pensar que la libertad es un don. Lógicamente, para un creyente todo es un don, porque la vida misma es un don y un regalo de dios. Y, además, como dios nos ha creado a su imagen y semejanza pues participamos de sus atributos: inteligencia, voluntad, libertad…y así. Pero claro, esto está muy bien y es coherente, pero dentro de la particularidad, porque toda religión es particular, independientemente de la pretensión del cristianismo de querer ser la religión universal. Otra cosa, y eso es importante, es que la ética de las religiones, como hemos visto en el caso de los evangelios, sea universalizable. Y esa universalización laica es la fuente del debate interreligioso y de la religión frente al no creyentes. Sin embargo, por mi parte, considero que el hombre es un producto más de la evolución, como cualquier otro, sin ningún tipo de privilegio. Existimos como perfectamente podríamos no haber existido. Y tenemos una naturaleza biológica que nos condiciona y de la que emerge lo que llamamos una segunda naturaleza a la que denominamos cultura. Pues en la cultura y a través de un desarrollo histórico es donde emerge la idea de libertad como una conquista ética, como una humanización del hombre. Un vistazo, tanto a la historia general, como a la historia de las ideas nos muestra esto que digo. La historia de la humanidad la podemos considerar como un gran proyecto ético, como dice Marina, en el que hemos ido conquistando una serie de universales éticos como la libertad, el diálogo, la justicia, la fraternidad, los derechos básicos, que no son naturales, no nacemos con ellos, los descubrimos y los desarrollamos socialmente. Y todo este proyecto significa un avance o progreso ético político, un progreso sujeto siempre al peligro del regreso, como muchas veces en la historia ha ocurrido. La conquista de la libertad política, como la libertad individual (ser libres de forjar mi proyecto de vida) está siempre pendiente de un hilo y, como digo, es algo que no siempre ha existido ni existe por doquier. Todo totalitarismo anula la libertad política y, en la medida que quiere controlar al ciudadano, anula su libertad privada, si bien, esta última, nunca del todo. De ahí que puedan darse lugar las rebeldías contra el tirano. También los totalitarismos dejan un margen de acción a esa libertad privada, la de construir un proyecto de vida, pero dentro de unos límites marcados por la ideología del poder totalitario. La libertad, en su origen biológico, es el impulso del hombre hacia la creación, es el espíritu de aventura y de exploración. De ahí que de esta naturaleza biológica pueda emerger la libertad como ideal ético atribuible al hombre y que le da dignidad.

En cuanto a la libertad como equilibrio, desarrollado como lo ha hecho en su segundo artículo, pues no tengo inconveniente en aceptarlo. Es más es lo que yo decía con el ejemplo de Héctor. Eso sí, siempre partiendo del hecho de que esa libertad ha sido una conquista y que sólo se puede desarrollar en sociedad. Es más no existe la libertad en la soledad absoluta, igual que no existe el hombre. Porque como dijera Aristóteles el hombre solo o es un dios o una bestia. Y, en cuanto a lo que dice de la felicidad, pues también coincido. Todos los actos humanos van encaminados a la consecución de la felicidad, otra cosa es que no sepamos o que no podamos o que nos priven de la libertad para alcanzarla o que mi propia libertad en un compromiso ético que me lleva a la dignidad, pero también al dolor e, incluso, a la muerte. Existen éticas de la felicidad, pero también del honor y del deber. Y, además, hay que tener mucho cuidado con el concepto de felicidad. Usted lo usa en un sentido profundo, en el sentido de realizar un proyecto de vida, además basado en el amor, lo cual está muy bien, pero hoy en día se confunde la felicidad con el mero divertimento, con el éxito fácil y la fama efímera. Es, a mi modo de ver, una estrategia del poder para mantenernos entretenidos y así esclavizarnos. Por otra parte, si reducimos la ética a la felicidad y la vida a la búsqueda de la felicidad, entonces nos quedamos sin la ética del deber y sin la ética heroica que no conduce necesariamente a la felicidad. Ahora bien, cumplir con el deber, aunque eso me produzca un padecimiento, me produce también sosiego y serenidad, eso creo yo que es lo que usted dice cuando habla de libertad como equilibrio. Lo que sucede es que esto no es felicidad en un sentido positivo es, más bien, el contento de haber realizado el deber y que ese deber produzca un bien particular en el otro o aumente en algo la justicia social. La felicidad positiva está por un lado en los placeres (prudencia: medida del placer y evitación del dolor) y en las virtudes morales, calcular el justo medio, lo cual requiere esfuerzo y ejercicio (es necesario ejercitarse en la virtud) y las virtudes intelectuales que son la contemplación, tanto artística, como científica, como religiosa o espiritual. Y, por otro lado, para alcanzar la felicidad está el cultivo de la amistad y como forma particular y superlativa de ésta el amor.

En fin, que, como ve, aunque nuestras diferencias son absolutas en cuanto a la concepción del hombre, no divergen tanto en la praxis social. Sobre todo si ambas posturas, la de la creencia, como la no creencia son posturas abiertas al diálogo porque ambas arrancan de la consideración del hombre como un ser dotado de dignidad y merecedor de respeto, sea por una razón o por otra, que es donde reside nuestra diferencia. Y con esto me despido y ha sido todo un placer dialogar con usted. Un cordial saludo.

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