Benedicto XVI: posmodernidad e Ilustración.
Independientemente de la renuncia al papado del Cardenal Ratzinger, sus motivos y causas, que pueden ser oscuras o, quizás, no tanto, pero en lo que no voy a entrar por desinterés y desconocimiento, lo que si sospecho para mí es que la corrupción “política maquiavélica” del Vaticano supera las capacidades de un intelectual que ha consagrado su vida al estudio de la teología y a la defensa de la ortodoxia cristiana con un brazo, para mi gusto, y además tremendamente equivocado, demasiado rígido que ha hecho perder la oportunidad de una iglesia social y no dogmática. Pero, en fin, esto son cosas de palacio, intrigas y luchas de poder. Algo que se me escapa y que quizás se le ha escapado de las manos al intelectual alemán y de ahí su renuncia.
Pero lo que a mí me interesa es una obsesión de Ratzinger con la que coincido en parte. Su tesis viene a ser, de forma simple, que el mal de la sociedad actual, su crisis de valores, su crisis profunda, de carácter filosófico-religioso y teológico es el posmodernismo. Y, más en concreto, una doctrina que emana de la filosofía posmoderna, el relativismo. La noción de que todo vale, de que no hay verdad, ni bien, ni belleza, ni justicia implica la disolución de la sociedad. La aniquilación de los valores y del sentido de la existencia. Si todo está justificado por la subjetividad caemos en un egoísmo hedonista que, en última instancia nos lleva al nihilismo, al vacío de nuestra conciencia, al sinsentido. Los hombres han perdido el norte y pululan por el mundo como zombis, muertos vivientes. Buscando un asidero, hambrientos de sentido, buscando su supervivencia, anárquicos y egoístas. Un panorama dantesco e infernal, como la antesala del infierno. Y esos hombres están sedientos de sentido porque se les ha vaciado de los grandes discurso, de los grandes relatos ético-filosóficos y ético-religiosos que daban orden y sentido a su existencia. Pero la sociedad actual, con el poder omnímodo del capital, se ha encargado de disolver las conciencias, ni siquiera de alienar, sino de vaciar. El individuo ya no es capaz ni de pensar ni de sentir. Ha perdido los valores de la libertad, que se ha confundido con una muy limitada libertad económica, comprar; y la fraternidad. El yo se ha encerrado en sí mismo sin capacidad de salir y comprender al otro, sin verse en él como otro yo. Nos hemos convertido en islas hedonistas y egocéntricas que buscan autosatisfacción en la rueda infinita del deseo que el capital pone en nuestras manos para mantenerse. Pero este individuo, súbdito porque ha perdido la libertad y, por tanto, la ciudadanía, busca un sentido. Un sentido en las religiones de rebaja que les vende el sistema, en los libros de autoayuda, un refrito de distintas sabidurías que al cocinarlo pierde todo rastro de sabiduría. Porque el hombre busca trascendencia.
Pues bien, en todo este análisis coincido con el Cardenal, pero no con lo que él considera la causa y la solución. La causa la ve en la Modernidad, la Ilustración. Y considera que la Modernidad, con su ensalzamiento de la razón y su crítica a la religión que acaba con la muerte de dios trae precisamente este sinsentido del que hemos hablado. Para mí esto es un error. La Ilustración trajo, como su propio nombre indica, luz. Y esa luz era la luz de la razón que rivaliza con la oscuridad de la superstición que era la de la religión, poder en el que se asentaba el antiguo régimen. Es decir, que la Ilustración, la Modernidad, lo que trajo es la libertad, y con ella la igualdad y la fraternidad. Curiosamente conceptos, que, desde un punto de vista religioso mítico, estaban contenidos en el cristianismo, pero que éste había practicado más bien poco; así como el señor Ratzinger tampoco lo hace al condenar a la teología de la liberación. Es bien cierto, y está probado y, por ello es indiscutible, que la razón ilustrada se endiosó, se convirtió, paradójicamente, en una religión, se hizo absoluta. Y de ahí surgieron los totalitarismos del siglo XX, pero no de la negación de la religión o del sometimiento de ésta a sus propios límites. Aquí lo que se produjo es una perversión de la razón ilustrada. Y el neoliberalismo que vivimos es la última forma de perversión de la razón ilustrada que viene de la mano del endiosamiento racional de una nueva ciencia, la economía. Pero insisto, es ésta la causa, el endiosamiento por perversión de la razón ilustrada, no la eliminación de la religión o su relego a su lugar particular, no universal y con poder absoluto.
Por eso el cesante Papa, considera que para recuperar el camino es necesario recuperar los valores de la religión cristiana, apostólica, católica y romana. Aquí está el otro error. Para empezar que esto es irrecuperable, cuando se produce un progreso ético en la humanidad, ya no hay retroceso, me explico. Puede haber un retroceso de hecho, pero el descubrimiento ya está hecho, por ello está en la conciencia de los individuos. Podemos volver a caer en la esclavitud, pero el concepto de libertad ya ha sido conquistado y el hombre luchará por él. De modo que, el laicismo que se conquista con la Ilustración y que va indisolublemente ligado a la democracia y sus valores, entre los que se encuentra la aconfesionalidad del estado y el relego de la religión al ámbito de lo privado es ya irrenunciable. Es una conquista ética de la humanidad que tiende hacia lo universal. De modo que el intento de recuperar el discurso religioso como un discurso universal no es más que caer en el mismo error histórico preilustrado. Ello no quiere decir que, a nivel particular, para el creyente, su discurso religioso tenga un valor universal. Pero eso es otra cosa.
Lo que yo propongo, por el contrario, es precisamente la recuperación del proyecto inacabado de la Ilustración que se inscribe dentro del gran proyecto ético de la humanidad. El posmodernismo, junto con otras teoría como la del fin de la historia y la muerte de las ideologías, no es más que la ideología que el poder ha utilizado para domesticar y vaciar las conciencias de los ciudadanos para convertirlos en súbditos fieles y serviles. Lo que hay que recuperar son los valores universales humanos de la Ilustración y un concepto limitado de razón aprender del error de que la razón no puede ser omnipotente ni omniabarcadora, ni en el ámbito de las ciencias naturales y, menos aún, en el ámbito de las ciencias sociales y humanas. Si así lo consideramos caemos en las distopías que han sembrado en nombre de la razón y el progreso la historia de millones de cadáveres, como ahora hace el capitalismo sin bridas, el capitalismo salvaje. La recuperación de una razón limitada que nos recuerde nuestra condición de seres limitados, de seres sin una importancia especial, productos azarosos de la evolución. Pero de seres que se alzan sobre su propia condición biológica para darse un sentido. Porque nuestro cerebro está constituido de tal forma que quiere trascenderse y, además, éste es un mecanismo de adaptación que funcionó, fue exitoso. Por ello el hombre tiende a la creencia. Y, de tal forma debemos recuperar esos valores que pertenecen al proyecto ilustrado y que, como salta a la vista, no han sido realizados, es un proyecto inacabado y sumarnos a su conquista. Y es en esto en lo único que consiste el progreso de la humanidad. Es un progreso provisional, no exento de saltos y retrocesos. Y no se trata en este progreso de anular la religión, como anunciaron dogmáticamente los que defendían la muerte de la religión, sino de asumirla dentro del discurso, como forma particular, pero con un mensaje ético, pero de todas las religiones, cuidado, que tiende a lo universal. Y, para recuperar este proyecto el enemigo es común. Es el capitalismo salvaje que ha anulado las conciencias de los individuos convirtiéndolos en vasallos. De lo que se trata es de salvar esta situación de que el hombre, desde la ética y la razón política y el derecho, recupere las riendas y domestiquemos este capitalismo desembridado.
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