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Filosofía desde la trinchera

Una reflexión pedagógica.

Hay un concepto de la ética que siempre he puesto en relación con la educación y que algunos, sino la mayoría, lo considerarán como un idealismo optimista fuera de la realidad. Me refiero al concepto central de la ética socrática que viene a decir que es mejor padecer una injusticia que cometerla. Esto por un lado, por otro, hay un principio filosófico, que algo tiene que ver con el anterior y que también intento aplicar en mi quehacer en la enseñanza de la filosofía. Me refiero a la famosa máxima kantiana de que no se aprende filosofía, sino que se aprende a filosofar. Bien, pues me gustaría reflexionar brevemente sobre estas dos cuestiones. Desde luego, como ven, nada que ver con la palabrería psicopedagógica al uso, pero, desde luego, mucho más sensato.

            En primer lugar la máxima socrática tiene cierto parecido con la cristiana de poner la otra mejilla, pero no es lo mismo, la primera muestra una actitud de orgullo, mientras que la segunda de humildad y sometimiento. Es mejor padecer una injusticia que cometerla. La labor de la enseñanza filosófica es fundamentalmente de valores. Los conocimiento filosóficos van cargados de valores. Cometer una injusticia implica corromperse, es decir, destruir nuestra alma. Por eso es mejor padecer la injusticia, porque, de esa forma, nuestra alma queda incólume, además de libre. Y esto es lo que nos permitirá el ejercicio de la tolerancia y el respeto. El respeto es la consideración del otro como persona, no como cosa. Mientras que la tolerancia, partiendo del respeto, da un paso más e implica la posibilidad de ser capaz de ponerse en el lugar del otro. Pues bien, esta es la base, ni más ni menos, de la que hay que partir para poder dar clases y, más aún, para que nos dirijamos en la vida. Y es aquí donde la mayoría dirán que esto es un idealismo utópico. Pues no. El hecho de que no se realice, ni en la docencia ni en la realidad social, no implica que sea el valor más deseable. Porque lo contrario a esto o es la corrupción, o el utilitarismo, o el poder del más fuerte. Que es precisamente lo que vemos. De ahí que sigamos bajo la sombra de Sócrates y de que su pedagogía no haya sido superada, ni lo será. La sabiduría no es como el conocimiento científico, éste último progresa paulatinamente, la otra se da de una vez, y es reinterpretada continuamente a lo largo de los tiempos.

            El otro principio de mi pedagogía es el kantiano. Efectivamente, no se enseña filosofía, sino a filosofar. De lo que se trata es que los conocimientos sean la vía para el pensar. Y lo importante es el pensar sobre quién soy, qué puedo conocer, qué debo esperar y qué debo hacer. Pero esto no es una labor que se limite a las clases de filosofía, sino que en ellas (como en otras disciplinas) encontraremos los instrumentos conceptuales que nos ayudarán durante toda nuestra vida a resolver estas cuestiones. De ahí que al final, a mí no me preocupa lo que saben los alumnos, sino el cómo lo saben y si lo han asumido como parte de su personalidad. Y estos principios están ligados porque la búsqueda del saber que nos lleva a la libertad y a la autonomía, está por encima del trepa, el ambicioso, el vanidoso, el perezoso,…todos esos que encontramos en nuestras aulas, como en la sociedad. El pensar por uno mismo es más importante que todo lo demás y es lo que te da fuerzas ante las injusticias que ves a tu alrededor e, incluso, algunas que pueden dar contra ti. Ninguna injusticia te corromperá, a menos que seas tú el que la cometas. Y éste es el fondo ético y didáctico, que no se pueden separar, como hacen los pedagogos, en tanto que cientificistas que son, desde el que emprendo la labor, cada año, de desaprender.

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