Las últimas cuestiones.
Generalmente vivimos sin cuestionarnos nada, salvo todo aquello que nos es imprescindible para poder vivir, que no es poco. Y dejamos abandonadas aquellas cuestiones que llamamos últimas o profundas y que, por mucho que se ha discutido y teorizado sobre ellas, pues parece que no tienen una clara solución. Esas cuestiones las hemos abordado todos, pero son tema esencial en la vida de científicos, filósofos, artistas, religiosos. Y la cuestión última y central es ¿qué somos?, de las que se derivan otras, como la de la felicidad, la esperanza o la justicia, según seamos o no creyentes, la virtud, el poder… Pero todos se encierran en la primera. Que, a su vez, tendría otra que sería, ¿de dónde venimos?, tanto los seres vivos, como nosotros, puesto que somos parte integrante de esa comunidad.
Pues bien, dejemos las otras cuestiones y centrémonos en estas dos que son cara y cruz de la misma moneda. ¿Qué somos? Pues somos materia originaria desde el principio del universo, con lo que somos bastante viejos, unos trece mil millones de años, organizada de determinada forma. Organizada de tal manera que, incluso, somos hasta autoconscientes e, incluso, muchos dicen que libres. Y, si no lo fuéramos, la conciencia de libertad no nos la quita nadie y, con ella, todo lo que se deriva: ética, responsabilidad, construcción de nuestra propia existencia, relación con los demás… de modo que eso es lo que somos y venimos del principio de los tiempos. Somos, como decía el cosmólogo Carl Sagan “una voz en la fuga cósmica del universo.” De modo que venimos del origen del universo siguiendo las leyes de la física que conocemos, claro, que esa es otra. Nuestro conocimiento es muy limitado, aunque en otros aspectos nos parezca muy abundante, mientras más ahondemos en los orígenes más incierto, mientras más ahondemos en nuestro cerebro, más cuestiones nos asaltan, pero esto es lo esencial de la ciencia, que además procede por ensayo y error, hipótesis tras hipótesis. La ciencia es conjetura, y mucho más a ciertos niveles. Pues bien, somos parte del universo primitivo, porque nada se crea ni se destruye, que ha tomado una cierta organización y que algún día desaparecerá y eso es la muerte (ya le dedicaremos un artículo a ésta vieja amiga que algún día nos acompañará inexorablemente) Pues en tanto que parte del universo somos la conciencia del propio universo, su propia voz, la única que conozcamos. Habrá más, por supuesto. En este sentido, el conocimiento, y no sólo el científico, sino todas las modalidades que el hombre ha inventado y cultivado, son una forma de esta conciencia.
Si hacemos como Spinoza y llamamos al universo dios, pues somos parte limitada y mínima de la conciencia de dios. Y, desde este punto de vista, nuestro conocimiento del universo (en todas sus dimensiones: ciencia, arte, filosofía, religión) es un autoconocimiento de dios. Es decir, que el conocimiento es una mística. Cuando el científico se introduce en sus intrincadas ecuaciones y ve la verdad y la belleza de ellas y, después las constata, ha realizado un viaje de iniciación, un viaje místico hacia su interior y hacia el universo. Lo mismo le ocurre al artista: cuando crea un cuadro, una poesía, una obra musical, y la filosofía, cuando piensa sobre el bien, la justicia, la felicidad o intenta tener una visión general del mundo. O al religioso, cuando reza en el mayor recogimiento, o cuando practica la moral universal, la de la compasión. Nuestro viaje cultural, en el fondo, es un viaje hacia nuestro interior, pero que, curiosamente, lo hemos transitado buscando en el exterior. Y lo que buscamos en nuestro exterior es de la misma naturaleza que aquello que hay en nuestro interior. Como ya decía Agustín de Hipona: “La verdad habita dentro de ti.” Otra manera de entender la enseñanza socrática: “conócete a ti mismo.”
Pero, cambiando de tercio y para ir terminando, de qué somos fruto. Cómo hemos llegado a lo que somos. Pues aquí juega un papel muy importante el azar, entendido como probabilidad. Cada vez la ciencia nos informa mejor de que las leyes que constituyen la naturaleza son probabilísticas y que el azar es una pieza clave dentro del juego de la formulación matemática para entender el universo. De modo que somos fruto del azar. Lo mismo que toda la evolución, que está sometida al azar y la causalidad, eso de no hablar de la contingencia. Como, por ejemplo, si no hubiesen desaparecido los dinosaurios, por poner el ejemplo más clásico, pero hay miles, pues usted y yo no estaríamos aquí. No sé si se hubiese perdido mucho, me temo que no (con todos mis respetos), al contrario. Pero ya que estamos aquí habrá que hacer algo por enmendar el mal que producimos. La moral es otro camino místico de conocimiento.
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