“A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder.” Eduardo Galeano.
Particularmente yo cambiaría la palabra solidaridad por fraternidad. Ésta última es la gran olvidada de la Ilustración y se ha disuelto en el discurso, más débil y menos comprometido, de la solidaridad. Lo de la caridad es una herencia del cristianismo. Es una de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Se supone que la práctica y posesión de estas virtudes nos garantizan un lugar en el cielo. Como el catolicismo se ha vuelto desde hace muchos siglos una religión de moral hipócrita pues hay que presumir de estas virtudes.
Pero, encima, la caridad está mal entendida. Porque, tal y como es predicada en el evangelio, no es ni más ni menos que el amor al prójimo que incluye: ampararse y cuidar del débil y absolutamente otro (extranjero, de otras costumbres y religión), vamos, lo que significa la parábola del buen samaritano y, más duro aún, amar a tu enemigo (porque en el fondo es tu igual, un hijo de dios a su imagen y semejanza) y esto es lo de poner la otra mejilla. Nada que ver con la caridad hipócrita entendida por el cristianismo que lo que pretende es humillar al débil y mantenerlo en su estado de dominación. Tampoco es que en los evangelios, y no es por quitarles mérito, ni mucho menos, se diga algo nuevo, ya estaba en el budismo y en el hinduismo. Lo que sí es cierto es que en los evangelios toma una forma más cercana e inteligible para los occidentales. Las religiones de extremo oriente son tremendamente complejas para nuestro entendimiento. No forman parte de nuestra cultura, ni civilización. No están en nuestro inconsciente colectivo de milenios. Aunque sí en el inconsciente colectivo de la humanidad.
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