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Filosofía desde la trinchera

“Todo es vanidad 

1:1 Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén.
1:2 Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. 
1:3 ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? 
1:4 Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. 
1:5 Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta. 
1:6 El viento tira hacia el sur, y rodea al norte; va girando de continuo, y a sus giros vuelve el viento de nuevo. 
1:7 Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. 
1:8 Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. 
1:9 ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. 
1:10 ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido. 
1:11 No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.”

Libro del Eclesiastés.

No será que vivimos un profundo engaño. Que nuestra vida es un sueño provocado por nosotros mismos por un falso yo modelado por nosotros mismos que huye de sí mismo, del dolor y de la muerte porque ésta es su propia naturaleza. No será que todo nuestro sufrimiento y dolor, las luchas en el mundo proceden todas de un engaño de percepción. De ver en el otro nuestro propio mal. Y, no será, que la vanidad es una de las formas que tiene el yo para huir de su propia miseria.

Pero el libro del Eclesiastés nos da la clave. Aunque parece un libro escéptico, nos está diciendo de dónde vienen nuestros males. Y, dice, nada hay nuevo bajo el sol. Es decir, que elimina el tiempo. Y el tiempo es la gran ficción del ego. Sin tiempo no hay ego, sin ego, no hay sufrimiento. Y, sin tiempo, no hay más que la eternidad, que no es más que el aquí y el Ahora. Y en el Ahora nada nos puede suceder. Es el lugar del Ser. Nuestra sanación (cura sui) reside en recuperar el Ahora. En eso consiste la metáfora de la vuelta al paraíso o la vuelta a la niñez, que representaría la inocencia. Como el mismo Nietzsche, por irnos al extremo ateo, también decía. La tercera y última transformación es la del convertirse en niño y lo que hace el niño es jugar y el sentido del juego es el propio juego, el juego y sus normas se crean jugando y en el juego sólo existe el momento, el Ahora.

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