Y, ¿Quién es mi prójimo?
25 Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
26 Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
27 Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
28 Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.
29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Parábola del buen samaritano. Lucas 10:25-37Reina-Valera 1960 (RVR1960)
“Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” Terencio.
La parábola del buen samaritano es uno de los pilares fundamentales de la ética evangélica. Si bien hay que entender aquí dos éticas, que quizá, se puedan fundir. Una es la ética milenarista. La que anuncia la renuncia a todo porque el fin de los tiempos es inminente y la que por medio del ejemplo, la metáfora, la parábola enseña un modo de vida a imitar que sirve como ejemplaridad de vida moral para salvarse. También habría que analizar qué se entiende en los evangelios por salvarse. Es otra metáfora, como la del reino de los cielos. Pero eso lo dejaremos para otras entregas. La gran importancia de la parábola del buen samaritano es que en ella se nos promete la salvación. Lo que se pregunta es qué he de hacer para salvarme. Y aquí hay un juego muy interesante. En primer lugar es un intérprete de la ley el que pregunta a Jesús (un don nadie, que se hace pasar por el Mesías, como otros muchos) que qué debe hacer. Y Lucas nos cuenta que Jesús cambia el giro y el sentido al convertirse él en el que interpela. Si es un intérprete de la Ley él sabrá lo que tiene que hacer. Y, efectivamente, el intérprete de la ley responde con un perfecto conocimiento de ella: “Amarás a Dios…y al prójimo como a ti mismo.” Lo primero que hay que señalar es que lo del prójimo ya está en el judaísmo, pero en un sentido más restringido. Y Jesús responde que ya que lo “sabe” tan bien lo que tiene que hacer, si quiere alcanzar el reino de los cielos, es hacerlo. Aquí vemos la ironía de Jesús, que no es poca en sus enseñanzas y que nos recuerda a la de otro gran sabio maestro de la ironía: Sócrates. Permítaseme decir que en las enseñanzas de Jesús hay más de ironía que de culpa, redención, resentimiento, pecado y sacrificio. Todo esto último no es más que una invención de la iglesia que ha superpuesto su interpretación literalista de unos evangelios, por lo demás, elegidos arbitrariamente, sobre una interpretación ética de la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret. Puro mito y superstición para dominar al pueblo y mantenerlo en estado de miedo y esclavitud. Y es necesario señalar aquí, que esos conceptos creados por el cristianismo, como el de culpa, pecado, obligación y muchos otros siguen en nuestras conciencias, operando en nuestros sentimientos produciendo dolor y sufrimiento, por muy no creyentes que sea la gente. El peso del inconsciente colectivo de dos mil años no se quita con un simple no ir a la iglesia. O, con ese absurdo de decir: “creo en dios, pero no en la iglesia”. En fin, sigamos. La ironía de Jesús provoca la ira del intérprete de la ley, que quiere dejar en evidencia al que se llama Maestro. Y aquí viene la pregunta crucial que hace el escriba. “¿Y, quién es mi prójimo?” La respuesta de Jesús es una parábola. Pero antes hay que explicar lo del concepto de prójimo en el antiguo testamento. Nuestro concepto de prójimo no cuadra con la idea que tienen los judíos de pueblo elegido, ni con la masacre de otros pueblos, que los judíos ayudados por dios hacen por mero capricho o por cualquier nimiedad. El caso es que también hay citas en el antiguo testamento en la que se considera al prójimo alguien que está más allá del judío y se hace referencia al éxodo y el exilio del pueblo judío y a los que les ayudaron. En todo caso la interpretación dominante es que el prójimo (aunque la idea ya había aparecido, también lo había hecho quinientos años antes con la idea de compasión el budismo y también en la filosofía, concretamente, en los estoicos) es el cercano, el familiar y el amigo, el que forma parte de tu mismo pueblo. En griego, que es como se escribe el evangelio se utiliza la palabra con este significado y en latín se traduce por proximus, que es cercano, próximo. Por eso hay un salto en la ética evangélica, una novedad, aunque ya hubiese sido descubierta en otros pueblos y culturas. La parábola no tiene desperdicio. Hay un herido en el camino y el primero que pasa es un sacerdote, un guardiam del templo y de la Torá y sigue su camino, después pasa un levita, una casta dentro de los sacerdotes. Y también pasa de largo frente al herido. Es decir que aquellos que conocen la ley no ayudan al que lo necesita, incluso siendo de su pueblo. Sin embargo, baja un samaritano y le ayuda, sin ser un cercano, sin ser proximus. Y Jesús sigue con su mayéutica y pregunta, quién crees tú que actuó conforme a la ley. Y el intérprete de la ley dice que aquel que le ayudó. No se atrevió ni siquiera a decir que el samaritano. Los samaritanos eran considerado una raza impura. Judíos mezclados con gentiles. Eran considerados despreciables entre los más despreciables.
De modo que, alguien ajeno al pueblo judío, ayuda a alguien que es del pueblo judío y ese es el que obedece la ley judía de amar al prójimo como a uno mismo. La revolución moral aquí, es que el prójimo deja de ser el prximus para convertirse en todo aquel sujeto que esté padeciendo dolor, miseria y sufrimiento. Es decir, que el prójimo es cualquiera que sufre. Que está antes el dolor del otro que mis creencias religiosas, políticas, mi lengua…y esta es la gran enseñanza moral que no puede caber en la mente judía. Ni prácticamente cabe en la mente humana. Nosotros sólo amamos al prójimo de forma abstracta, de ahí que la fraternidad, como ideal de la Ilustración, se haya convertido en solidaridad. Para ser solidario no es necesario amar. Ahora bien, desde luego que, desde el entendimiento no se puede amar al prójimo, ni se puede imponer como un deber. Pero, sí se puede sentir desde la compasión, como bien han dicho los budistas. Y, además, nuestro cerebro está preparado para ello. Si tú ves el sufrimiento de otro, aunque no sea próximo, por lo que se llama empatía (está tan desvirtualizada esta palabra en manos de los psicólogos) sientes compasión. Y lo mismo ocurre si sólo lo imaginas. Y, la compasión incita a la acción por amor, por semejanza. Amar al semejante como a uno mismo. Lo amo porque es semejante o, dicho de otra manera, porque me amo a mí mismo. ¡Cuidado con esto, no se confunda con el egoísmo! El egoísmo en el cristianismo es otro mecanismo de control. no hay nada mejor que amarse a sí mismo porque eso conlleva el amor a Dios. Y ya nos lo decía San Agustín. “Ama y haz lo que quieras.” Y, decía, una de las formas de amor a dios es a través del conocimiento de uno mismo. Conocimiento es: filosofía: amor a la sabiduría. Teológicamente el fundamento está claro. Si todos somos hijos de dios y todos hemos sido creados iguales y a imagen y semejanza de dios, entonces todo el mundo es nuestro prójimo. Y nunca puedo desear el mal del prójimo y, mucho menos, hacerlo. Ya lo dijo también Sócrates. Es mejor sufrir una injusticia que cometerla. Si yo cometo una injusticia entonces la injusticia se vuelve contra mí porque he atacado a un semejante que es, como yo, hijo de dios. Mi hermano, un igual, sea del país, o sea un inmigrante ilegal, o un asesino. Tampoco soy nadie para juzgar. Y también nos enseñan esto los evangelios y también lo comentaremos. Hay una bella discusión en España, aunque detrás de ella hay millones de muertos, que es la que mantuvo Fray Bartolomé de las Casas con la ortodoxia de la iglesia en la que se discutía si los indios eran o no hijos de dios antes de ser bautizados. La postura, durante mucho tiempo fue que no, imagínense ustedes la cantidad de cosas que se les podría hacer a un no humano, a una bestia. Sólo hay que pensar lo que se hacía con los herejes en la época de la inquisición. Ya hablaremos de algún hereje aquí, como Cusa o Bruno, que siguieron la línea sapiencial de la filosofía práctica y acabaron en la hoguera, victimas del poder, la ambición, la vanidad y la ceguera. Todo lo contrario del amor al prójimo. No se entienda esto como acusación. El primer principio de la filosofía práctica es no juzgar. No emitir juicios de valor.
Pero, además, nos encontramos con un fundamento filosófico al que se alía el cristianismo y es el del estoicismo. Los estoicos consideran que la razón universal lo gobierna todo. La razón es el Logos y el logos es lo común, a la naturaleza y al hombre. Somos iguales en tanto que tenemos logos. Y, nuestro logos sirve para comunicarnos y para seguir a la naturaleza. Y el logos es la ley universal de la naturaleza, la providencia, que lo dirige todo incluido al hombre. Y, por eso está por encima de las leyes de los hombres, porque las leyes de los pueblos, son particulares y obedecen a intereses y no a la naturaleza. Porque naturaleza y logos, además se identifican. Ya tenemos el primer pensamiento ecologista de la historia. Si el hombre sigue al logos, se sigue a sí mismo y sigue a la naturaleza. Y seguir a la naturaleza es, en griego, cosmos. Por eso el hombre es un cosmopolita, un habitante del cosmos, del mundo. Y, como somos iguales, somos hermanos, de ahí el concepto de fraternidad universal que sacará el cristianismo y que, después, secularizará la Ilustración. Por tanto el mensaje ético que se nos da desde la época axial: Compasión budista, amor al prójimo del cristianismo, justicia socrática y cosmopolitismo estoico está aún por realizar. Y se requiere un cambio, no político, que también, sino en la conciencia de los individuos para que podamos “salvarnos” (que no tiene nada que ver con ir al cielo, o sí, pero de otra manera)
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